LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -No sé si fueron ahorcados o abatidos con un tiro de fusil, lo cierto es que tres ex vicealcaldes chinos son hoy cadáveres en descomposición.
Aceptar sobornos fue el delito por el cual la fiscalía pidió la pena de muerte. El pasado 19 de julio se llevó a cabo la sentencia. No obstante el rigor de los tribunales al juzgar a altos funcionarios del partido comunista descubiertos en actividades de corrupción, nada detiene el afán por enriquecerse con métodos deshonestos.
Los ajusticiamientos, lejos de disminuir, crecen en la medida que se acelera la marcha de las reformas capitalistas. La integridad moral y ética de la burocracia partidista cede, cada vez con mayor facilidad, ante las tentaciones de elevar el nivel de vida a través del cohecho y otras variantes de enriquecimiento ilícito.
En Cuba siempre se tendió a minimizar la incidencia de este flagelo en todos los estratos sociales, fundamentalmente en las altas esferas del poder. La situación actual pudiera catalogarse de grave a partir de la cantidad de implicados, así como el tiempo que llevan ejercitándose un rosario de infracciones económicas, casi imposible de cuantificar.
Desde que Raúl Castro asumió el poder, en 2006, ha emprendido una cruzada contra este mal, agudizado a partir de la década del 90, cuando se entreabrió la puerta al capital extranjero y se legalizó la circulación del dólar.
Al cotejar la medidas anticorrupción y sus logros, hay que subrayar la escasa efectividad. Por ejemplo, es difícil que algún personaje de la vieja militancia partidista, vaya a la cárcel por su abierta participación o complicidad con alguna corruptela. Si acaso, es removido de su puesto, sin que por ello pierda todos sus privilegios.
El general Rogelio Acevedo, que dirigía las actividades relacionadas con la aviación civil, es un buen ejemplo para subrayar que la justicia no opera igual para todos. Amasar una inmensa fortuna, a cuenta de los desvíos de recursos del estado, inversiones fraudulentas, entre otras maniobras ilícitas, nada significó para que su destino cambiara. Al menos su nombre, ni el de ninguno de sus familiares, aparecieron entre los sancionados en un sonado caso de corrupción, que incluyó a un antiguo escolta del desaparecido presidente chileno Salvador Allende, otrora residente en Cuba y protegido del ex gobernante Fidel Castro.
La anunciada y mil veces repetida pureza moral y ética de los respectivos militantes de los partidos comunistas, chino y cubano, hay que ponerla entre comillas. No sé en China, pero en Cuba la corrupción es una enfermedad que poco a poco ha ido consumiendo las energías del socialismo.
Todos los cubanos estamos a merced de las fuerzas centrípetas de ese fenómeno con su estela de ilegalidades. Nadie escapa a eso, bien por razones de supervivencia o para vivir La Dolce Vita, sin el menor esfuerzo, en el caso de la élite política que suele disfrutar a tiempo completo las maravillas del primer mundo.
La reticencia para una apertura a los inversores foráneos, podría vincularse al temor de que se genere el “despelote”, un vocablo popular que significa un excesivo aumento del desorden, que a escala de un país significa el caos.
No creo que en Cuba impongan la pena de muerte como castigo contra la corrupción. Aunque nadie sabe. Por el momento solo, duras penas de cárcel para algunos, sanciones administrativas o discretos perdones para otros y llamados a tomar conciencia sobre la nocividad de esas prácticas. Mientras tanto los robos en fábricas y empresas continúan como de costumbre.
La enormidad del mercado negro y la licenciosa vida de la nomenclatura y sus más cercanos compinches, atestiguan que tanto el presente como el futuro de Cuba son grises, como las nubes cuando anuncian una tormenta en el cielo de La Habana.