FILADELFIA, Estados Unidos, febrero -El sueño de los Castro parece haberse cumplido en Venezuela, sin el valladar que en su momento consiguió oponerle el demócrata Rómulo Betancourt. El golpista Chávez, siguiendo las instrucciones y el ejemplo de su mentor Fidel asaltó desde dentro las instituciones democráticas, con el propósito declarado de “mejorarlas” y terminó en lo que terminan todos los que comparten su vertiente ideológica, dejados a su albedrío, acabando con cualquier vestigio de democracia en Venezuela.
El proceso de desgaste no ha sido en verdad muy diferente del empleado en Cuba, aunque en este país la coyuntura de la “guerra fría” proveyera las circunstancias favorables y las excusas para el castrismo. En Cuba, como en Venezuela, un sector de la población se cruzó de brazos ante lo que se veía venir, y dejó que fueran “otros” los que se enfrentaran al régimen de fuerza. No incluyo en esta referencia, naturalmente, al tercer sector compuesto por los mismos de siempre, los arrimados por conveniencia o intereses ideológicos a los nuevos mandatarios depredadores.
Hoy, las cosas han cambiado bastante. Al fin, la gran mayoría de los venezolanos ha dicho basta y se han unido a quienes desde el comienzo vieron claro de lo que iba el asunto del chavismo y su proclamado “socialismo del siglo XXI”. Sin embargo, los venezolanos enfrentados a un régimen militarista, que miente sin recato, inescrupuloso y cruel, viven hoy lo que los cubanos hemos sufrido por más de medio siglo, la general indiferencia de quienes debieran compartir sus anhelos y lamentar la suerte de Venezuela en manos de cuadrilleros nacionales e importados de Cuba. Sí, los mismos que en la isla golpean y atropellan a las “Damas de Blanco”, indefensas mujeres que reclaman con un gladiolo en la mano las libertades conculcadas por la dinastía de los Castro y sus acólitos. Del mismo modo que los cubanos, los venezolanos demócratas enfrentan hoy a la par que la represión, las descalificaciones y los abusos que el poder puede permitirse en nombre de una ideología desprestigiada y probadamente criminal, una gran indiferencia de parte de los llamados hermanos latinoamericanos.
«Hoy por ti, y mañana por mí», reza un viejo adagio, que muchos no parecen tener en cuenta, salvo honrosísimas excepciones como la del expresidente colombiano Álvaro Uribe. ¡Venezuela reclama nuestra solidaridad, no nuestra indiferencia! ¿Dónde están las voces de los demócratas? Ojalá no sigan retrasándose, porque la hora de la verdad ha llegado. Venezuela es hoy todo el continente. Venezuela somos todos. Ante la componenda de los regímenes afines de Argentina, Bolivia, Ecuador y una saga de paisillos arropados por éstos, todos ellos guiados por la tiranía cubana, ¿a qué esperan las voces democráticas del continente para hacerse oír de manera contundente, y detener la mano libre con que operan las fuerzas represivas venezolanas?
Sumémonos con nuestras voces al anhelo libertario y justiciero de nuestros hermanos, o no se hable más de “unidad latinoamericana” sin sentir vergüenza. ¿No podremos acaso ser solidarios cual miembros de una misma familia, frente a la complicidad que usurpa esta misma premisa de la unidad latinoamericana mediante la cual los tiranos del continente se confabulan y labran la destrucción de todos, a costa del enriquecimiento personal? Si estamos tan ciegos y sordos al llamado de los venezolanos o cubanos hoy, ¿quién escuchará mañana o pasado el llamado que proceda de otro rincón del continente?
Rolando D. H. Morelli, Ph.D., docente, narrador, poeta y ensayista cubano exiliado. Ha sido profesor universitario en prestigiosas universidades norteamericanas. Pertenece al Pen Club de escritores. Co-fundador y director de las Ediciones La gota de agua. Reside en Philadelphia.
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