FILADELFIA, Estados Unidos – Dicen que Raúl Castro está que echa humo con Maduro. Así será el cabreo cuando éste ha trascendido ya a los diversos círculos del poder en La Habana, de modo que lo comentan entre sí muchos cubanos destacados por el régimen intervencionista en Venezuela. Se dice incluso que hasta ha pensado llamar a rendir cuentas de su penoso desempeño al virrey caraqueño porque “con un ejército en la mano como tiene —ha dicho con su voz rasposa— y aún no ha podido aplastar a los revoltosos esos. ¡Conmigo los quisiera yo…!”.
Todo parece apuntar a que Fidel se equivocó al insistir en Maduro como “el hombre a propósito para dar continuidad al Proceso revolucionario” —léase el continuismo chavista, y ahora Raúl no se guarda para decir, que él a quien siempre prefirió y propuso fue a Diosdado Cabello: “hombre arrecho —ha dicho, empleando este venezolanismo— y sin blandenguerías ideológicas, que sabe bien lo que hay que hacer, y no anda perdiendo el tiempo…”. En otras palabras, dispuesto a sacar los tanques a la primera de inconformidad, según el modelo cubano puesto en práctica innumerables veces, la primera de las cuales tuvo lugar en la ciudad de Cárdenas el año 1960, de lo que da cuenta entre otros, el propio Carlos Franqui, entonces miembro de la élite gobernante, en su libro Retrato de familia con Fidel.
Pero el asunto que debe interesarnos más ahora, no es el de quién pagará los platos rotos en Venezuela para contentamiento del Regente en Jefe cubano y Eterno Heredero al Trono Imperial, sino en que medida Maduro, que no es Lenin, tampoco llega a la medida de Stalin como debía ser, según La Habana. Porque los muertos a manos de la Guardia Nacional y las motorizadas chavistas de inspiración cubiche, se cuentan por decenas, e incluyen a una pobre muchacha que por su belleza llegó a ser reina de turismo, y por cuenta de su integridad como venezolana, se hallaba participando de una protesta estudiantil, pero las manifestaciones antigubernamentales están muy lejos de acabarse, o de ser sometidas. Y esto es importante reiterarlo y destacarlo. Los muertos son muchos, pero pueden llegar a ser más, porque el pueblo ya no puede tolerar más tiempo los abusos y la ineficiencia administrativa, y Maduro y sus correligionarios no son de reconocer lo que desde un principio debía ser evidente, hasta para ellos.
Lo que se impone ahora, es denunciar entre otras cosas, la obstinación del chavismo y el apagón mediático impuesto por el chavismo madurista a los medios que aún se atreven a informar al pueblo venezolano y al mundo de lo que sucede, y de porqué ocurre de este modo. Hay que ver para creer, el miedo y la cautela que priman, hasta en los medios más valientes, y se observa en los titulares. Entre tanto, los medios oficiales arrebatados muchos de ellos a sus legítimos dueños por el chavismo, distorsionan los sucesos y reiteran su propio mantra de que los violentos y responsables de la violencia son los otros: los opositores, (esos estudiantes como Leopoldo López, a quienes Maduro ya ha condenado antes del juicio), y no el propio discurso del jefe del gobierno, descalificador, agresivo, siempre crispador, para no hablar del desastre socio-económico impuesto al país por las políticas chavistas, de las que Maduro (y su pajarito) son las caras más visibles.
Porque no habría que perder de vista que la máscara “democrática” de los comunistas es eso simplemente: un complemento de quita-y-pon del que estos se sirven para asistir al baile democrático con toda impunidad, mientras cuchillo en manga apuñalan por la espalda a quienes perciben como potenciales rivales. El baile, ya se sabe, concluye en un baño de sangre, y con la proclamación desembozada entonces, de las verdaderas intenciones de los matones ideológicos.
En Venezuela, contrario a lo que el impaciente Raúl Castro quisiera, el chavismo no ha podido deshacerse del todo ni con la prontitud que le gustaría a él, de su lastre democrático, porque una parte considerable de la sociedad ha ofrecido resistencia, a pesar del reparto sin recato de prebendas del chavismo para captarse adeptos inmediatos, y de la importación masiva de adscriptos a la vertiente ideológica del chavismo. Tampoco Venezuela es Cuba, (año 1959) atrapada entre los hilos de una conspiración tramada con éxito por la entonces poderosísima Unión Soviética, con la complicidad de esos dirigentes cubanos que hoy llevan más de medio siglo en el poder, y el proceder vacilante del Departamento de Estado norteamericano.
La democracia venezolana sobrevive (a pesar de la erosión del chavismo), porque la sociedad civil no ha sido desmantelada aún y el país no ha llegado a ser todavía una gran cárcel ideológica. De perderse esta batalla del pueblo venezolano, el próximo paso del chavismo iría precisamente en esta dirección. Ya se ha iniciado la penetración y el control del sistema educativo. 60 000 agentes de origen cubano están encargados de montar este andamiaje. ¡Ojalá la suerte acompañe la firmeza de los demócratas de Venezuela, en su propósito de sacudirse de una vez la coyunda de la opresión y la miseria, que constituyen el chavismo y el desprestigiado proyecto del “socialismo del siglo XXI”! Entonces sí que iba a rabiar de lo lindo Raúl Castro.