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Pedro Luis Ferrer: “El exilio debería tener más voz en la realidad de Cuba”

Pedro Luis Ferrer

MIAMI, Estados Unidos. – El trovador cubano Pedro Luis Ferrer realizó recientemente una minigira por España para presentar su libro Poemas sin libro, publicado por la editorial Media Vaca. En una entrevista realizada en Valencia por el medio culturplaza, Ferrer habló sobre su relación con la poesía, la música y la vida en Cuba.

Nacido en un hogar donde la poesía y la música eran parte de la vida cotidiana, Ferrer comentó: “Yo nací en un ambiente de adoración a la poesía, al arte y a la música. La poesía era educación”. Más adelante, explicó que la poesía y la música son dos artes diferentes pero complementarias: “La poesía está en la canción, en la décima, en cualquier tipo de estructura, en cualquier tipo de cosa. Pero hacer un poema no es lo mismo que hacer una canción”.

Ferrer también señaló la importancia del humor en su obra, atribuyéndolo a una mezcla de influencias personales, familiares y nacionales. “Yo conjugo el humor nacional, pero tengo un sentido decantador también. Yo no soy un pasivo de la cultura nacional cubana, soy crítico”, afirmó.

El trovador cubano sostiene que ha evolucionado tanto por sus circunstancias personales como por el contexto de la realidad cubana que también ha ido evolucionando. Al respecto, señaló: “La Cuba de hoy, de todas formas, no es la que nos tocó vivir en los años 70”.

A pesar de tener residencia en Estados Unidos y en España, Ferrer afirma que nunca ha abandonado definitivamente Cuba y se siente en el derecho de seguir participando de la vida del país. “Yo nunca me he ido definitivamente de Cuba y me siento en el derecho de seguir participando de la vida y de respetar e incidir en aquel público”, concluyó.

Durante la entrevista, el cantautor cubano abordó el tema de la creación artística y crítica dentro de Cuba. Enfatizó que su obra no es del exilio puesto que gran parte de su carrera la realizó en la Isla, luchando contra la censura y las prohibiciones. A veces le permitían cantar sus canciones, y otras veces no, pero siempre mantuvo la esperanza de que las cosas cambiarían en la Isla, dijo.

Asimismo, reconoció que en Cuba a menudo tenía problemas y discusiones por las canciones que interpretaba. Sin embargo, siempre defendió su derecho a cantar lo que deseaba y no se dejó amedrentar. Sus creencias y opiniones han sido siempre claras: no cree en un Estado de unipartidismo y considera que ese es el origen de los problemas actuales en Cuba.

A pesar de ello, no se considera un “contrarrevolucionario”. Llegó a la crítica no por “contrarrevolución”, sino porque la misma Revolución empezó a mostrar errores en su camino. 

“A partir de la Revolución socialista se pudieron haber hecho cosas regulares, buenas o malas. Hubo educación, salud, etc. Pero el mismo proceso se ha encaminado de una manera tal que esas mismas cosas que fueron (en un momento dado) logros, se han destruido”, aseguró el músico y poeta.

Asimismo, defendió el respeten los emigrados y exiliados cubanos. “En el exilio hay mucho dolor y muchas gentes que recibieron tratos inadecuados. Si no, sería negar que en la Isla de Cuba se han hecho cosas muy mal hechas, incluso. El exilio merece un respeto porque, entre otras cosas, aporta una remesa a la Isla sin la cual mucha gente en Cuba hoy se moriría de hambre. Deberían tener más voz en la realidad de Cuba”, aseveró.

El cantautor terminó compartiendo su visión de cómo la realidad cubana se ha alejado de él debido a la falta de transparencia y consulta por parte de los gobernantes. En su opinión, la relación entre lo que se va y lo que se queda es infinita y compleja, y forma parte integral de su identidad y su obra artística.




Cantautor Pedro Luis Ferrer renuncia a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba

Pedro Luis Ferrer

MIAMI, Estados Unidos. – El cantautor cubano Pedro Luis Ferrer renunció a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), según dejó saber en un post titulado “Declaración de autonomía respecto a la UNEAC” y publicado este miércoles en su muro de Facebook.

Ferrer concibió su declaración como “un asunto inaplazable” y dijo que su fuero se había situado “en el ámbito de autonomía donde no existe el rol de ‘miembro de la UNEAC’”.

Antes de llegar a esa conclusión justificó: “Mi madre me concibió y alumbró en Cuba. Así, residir en su mapa es índole natural. De tal suerte, ninguna voluntad personal, administrativa o política podría disolver el bendito atributo natal que Natura me concedió. De la misma manera que nacer en el planeta Tierra inocula la esencia oriunda de ‘ciudadano del mundo’”, escribió.

(Captura de pantalla)

“Llevo muchos años profesando una disciplina (que no practica proselitismo) cuya cosmovisión me aconseja no ceder mi voluntad de reclamo, a grupos, partidos, iglesias, documentos… que puedan representar o suplantar mi expresión e identidad personal. Sin que ello signifique devaluar a quienes lo hacen: cada ser humano es un universo”, agregó.

“La única entidad reconocida por esta disciplina, es la Humanidad. Como persona humana puedo expresar mi parecer, aprobar o condenar aquello que me parezca loable o detestable en el planeta Tierra. Es lo que hago siempre”, dijo Ferrer antes de concluir que, por esos motivos, renunciaba a la UNEAC. 

La decisión de Ferrer ocurre después de la publicación por medios oficiales de una carta titulada “Mensaje de educadores, periodistas, escritores, artistas y científicos cubanos a sus colegas de otros países”, que suma la cifra de decenas de artistas e intelectuales cubanos integrantes de la UNEAC que niegan la represión en la Isla.

La declaración oficialista ha sido vista como un intento de las autoridades de la Isla por mostrar una imagen de unidad tras las protestas populares en el país.

Roberto Carcassés asegura que ni él ni su padre firmaron carta que niega represión en Cuba

Tras la publicación de ese documento, más de un centenar de artistas, intelectuales y activistas cubanos rechazaron los pronunciamientos de la oficialidad. 

La respuesta, publicada en el portal digital El Toque, destaca que “Cuba es un país envuelto en una crisis múltiple, agravada por eventos naturales y sanciones externas, pero causada fundamentalmente por el agotamiento del modelo económico y político imperante”.

El texto recuerda a quienes firmaron la declaración oficial resumió el contexto que atraviesa la Isla hoy, marcada por las violaciones de derechos humanos, por el incremento de los presos políticos y por un éxodo masivo sin precedentes.

El documento también cuestiona, además, que funcionarios, artistas y académicos se pronuncien en favor de las políticas estatales que afectan directamente a la población de la Isla.

“Contra esa población —sus urgencias y necesidades— se pronuncian hoy funcionarios, artistas y académicos. Lo hacen con un lenguaje elitista, que prioriza una agenda de Estado sobre las demandas de la gente común. En un documento que niega los valores humanistas de la historia y la cultura nacionales. Un texto intelectualmente mediocre, políticamente reaccionario y socialmente insensible. Escritores que fueron reprimidos justifican la represión. Historiadores y juristas maquillan el poder de la burocracia y abandonan al pueblo real. Investigadores que centran sus libros y artículos en el análisis de los sujetos populares, las dinámicas raciales o la exclusión social, hoy criminalizan las demandas y derechos de los grupos sociales que ayer expusieron en congresos y espacios académicos, ya sea en el país o en el extranjero”.

La respuesta de quienes se oponen al régimen advierte, además, que quienes firmaron la declaración oficial “han elegido apoyar la represión ejercida contra su pueblo”.

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Pedro Luis Ferrer y el derecho natural a cantar

Pedro Luis Ferrer, Cubanos, Cuba

LA HABANA, Cuba. — Pedro Luis Ferrer, uno de los más grandes cantautores de Cuba —la cuarta pata de la mesa que conforman Silvio, Pablito, Carlos Varela y él—, arribó a los 70 años el pasado 17 de septiembre en Miami, ciudad donde reside desde hace varios años.

Se cansó el cantor del ninguneo y la proscripción en su patria, donde no le graban discos, no ponen sus canciones en la radio y donde solo podía cantar en patios y azoteas de amigos, jamás en un teatro.

Pero uno no sabe si está bien llamarle exilio a eso de Pedro Luis Ferrer, porque el diablo son las cosas,  y nunca se sabe con alguien como Pedro Luis Ferrer, acostumbrado a las marchas y las contramarchas, y que también en Miami sigue cantando en los patios de las casas de los amigos, y como hacía últimamente en Cuba, evita las canciones explícitamente contestatarias a la dictadura que hizo en los años 90.

Esas canciones —y, por supuesto, Ay Mariposa y Como espuma y arena, que en los años 70 inscribió para siempre en lo mejor de la música cubana— son las que prefiero de Pedro Luis Ferrer.

Son las canciones que, en los peores momentos del Período Especial, penetraban a través de las ventanas de mi casa, en La Víbora. En las horas en que no quitaban la luz, mi vecino y amigo, el promotor cultural Reinaldo Jaén, a todo volumen en su grabadora, escuchaba los casetes piratas del cantautor proscrito. Porque , para entonces, Pedro Luis Ferrer ya no cantaba a las artilleras de plomo y aguacero ni a la vaquita Pijirigua que, negada a la inseminación artificial, quería seguir a la antigua, sino que se quejaba del abuelo Paco, proclamaba que tenía un amigo palero y otro abakuá que eran “más hombres y más amigos que otros que no están en ná”, cantaba a un tipo que tenía “delirio de amar varones” y  reclamaba que viniera el estado de derecho a reinar en la Isla.

Reinaldo Jaén y la que entonces era mi esposa fueron los organizadores del concierto de Pedro Luis Ferrer en mayo de 1994 en el Palacio de Bellas Artes, durante la Bienal de La Habana. Eso me permitió estar en primera fila en aquel concierto que parecía temerario, porque el público que abarrotó la sala aplaudía a la menor alusión política del cantante y coreaba las canciones prohibidas, a pesar de la nada discreta presencia de adustos segurosos.

Pero pasaron los años, y aunque siguió siendo relegado, Pedro Luis Ferrer redujo el octanaje de su rebeldía y, antes que temas contestatarios, prefirió tocar sones, guarachas, tonadas espirituanas y canciones de amor. Y quiso convencernos de que no estuvo tan prohibido como suponíamos: hizo un concierto en el Teatro Nacional en 1999, otro en Bellas Artes en 2009 y, hace un par de años, Edith Massola lo invitó a su programa de televisión.

El cantor aprovechó bien ese tiempo de ostracismo. Nunca actuó tanto en el exterior ni grabó tantos discos (seis), solo que no para la EGREM o Bis Music, sino para una disquera extranjera, norteamericana, por más señas.

Mientras que en Cuba bajo la continuidad post-fidelista todo se convertía, más que en espuma y arena, en agua y sal, Pedro Luis Ferrer evitó ser “pendenciero” y, cuando lo entrevistaban, en vez de llamar a las cosas por su nombre, como se esperaba de un tipo como él, hablaba de “políticas y decisiones desacertadas” y de “un manojo de errores colectivos”.

Hace unos años, Pedro Luis Ferrer, que aseguraba estar en contra de la desobediencia social, dijo que, manteniéndose dentro de las fronteras del arte y “la moderación institucional”,  había encontrado “un ilimitado y potable margen para expresar la discrepancia”.

Se quejaba de “ciertas restricciones”, tales como la ausencia de leyes que protejan las protestas públicas, pero a él le bastaba con tener un discurso inteligente. Por ejemplo, para teorizar acerca de la imposibilidad de la guaracha triste, ese oxímoron.

Pero Pedro Luis Ferrer se hartó del conformismo revoltoso y con límites, y como tantos compatriotas, se fue con su música a otra parte y se radicó en Miami.

Hablábamos de marchas y contramarchas. Las han tenido la mayoría de los artistas que viven bajo la férula del castrismo. Cómo no entenderlas y disculpárselas a Pedro Luis Ferrer, un poeta de sonetos, décimas y redondillas, guitarrista con mayúscula, cubanazo donde los haya, enciclopédico en saberes de nuestra música.

Entonces, que Pedro Luis cumpla muchos años más y ojalá que muy pronto volvamos a tenerlo por acá, en un teatro y no en un patio, deleitándonos con sus canciones, pero en libertad.

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El trueno y el viento, documental de Jorge Soliño sobre Pedro Luis Ferrer

El trueno y el viento Pedro Luis Ferrer

MIAMI, Estados Unidos.- Sin alharaca, con la modestia que lo caracteriza y siempre afín a su demostrada preocupación por dejar asentados capítulos ineludibles de la cultura nacional, desdeñados por la dictadura, el cineasta independiente cubano de Miami, Jorge Soliño, acaba de terminar luego de tres años de intenso quehacer un documental conclusivo sobre el compositor e intérprete Pedro Luis Ferrer que ha titulado: El trueno y el viento.

Soliño vuelve a poner a prueba su pertinaz melomanía y sale airoso. Ostenta una filmografía donde abundan personalidades y circunstancias relativas a la música que se han abierto paso exitosamente en la isla, no obstante las barreras extra artísticas y absurdas erigidas por el régimen, ya sea la prohibición del rock durante una etapa perturbadora de la represión -que no cesa-, o la luminosidad de un genio del jazz como Paquito D’Rivera, preterido como traidor por haber alcanzado la añorada libertad y subrayarlo públicamente cada vez que se le presenta la oportunidad, en abierta contradicción con la prédica del castrismo.

Soliño construye el retrato del artista a partir de sus virtudes creativas, así como de los zarandeos políticos y sociales a los cuales estuvo expuesto.

Visualmente la entrevista central del documental está cuidada en todos sus pormenores formales. Tiene la calidez y confianza de la conversación cercana con un amigo en medio del confort hogareño.

El trueno y el viento PedroLuis Ferrer
Foto cortesía

Hay transparencia y sinceridad en las respuestas de Pedro Luis, así como la convicción de que la razón siempre estuvo de su lado en medio del calvario.

El cantante valora la llamada Nueva Trova como un capítulo interesante en la cancionística cubana, pero desestima la sujeción burocrática e ideológica del movimiento.

El documental avanza dramatúrgicamente hacia ese punto de giro donde el artista se convierte a la contestación en algunas de sus letras y trata de dilucidar el conflicto que tal osadía produjo en su vida.

Soliño desenreda hábilmente tal madeja de especulaciones y logra presentar al intérprete pleno de ideas existenciales, filosóficas y estéticas, capaz de buscar inspiración en la conflictiva sociedad que lo inquieta, sin desestimar influencias de una familia dada a la canción y la poesía, comprometida con el régimen, de la cual luego disiente.

Pedro Luis Ferrer El trueno y el viento
Foto cortesía

Recuerda que su madre, como tantas otras personas afines a la revolución,  atribuía las incongruencias del proceso al desconocimiento del dictador: “Esto ocurre porque Fidel no lo sabe”.

En el documental, el cantante discrepa de su progenitora con franqueza y argumenta que Castro no solo estaba consciente del efecto de sus disparates en la sociedad cubana, sino que era el creador de tales dislates.

Generalmente otros artistas criollos consultados sobre tal circunstancia rondan eufemísticamente algunas de las causas de la debacle nacional, pero evitan mencionar a su ideólogo y hacedor principal.

El documental lo coloca no solamente como adelantado en oponerse a la quimera represiva sino como el artista que defiende la libertad y la necesidad impostergable de que su pueblo cautivo la disfrute también.

Soliño se cuida mucho, sin embargo, de que el meollo del documental se circunscriba a la rispidez política que suele no tener tanta fijeza.

Está imbuido de una ambición perdurable. De reflexionar sobre los dispositivos que sitúan la creación de Pedro Luis Ferrer en el desafiante terreno de renovar la emblemática tradición musical cubana, tan cara a la cultura internacional.

El compositor repasa y argumenta momentos cimeros de su cancionística. Durante la función privada del documental, ahora llamado a hacer la ronda de festivales que se merece, pude reparar en el hecho de que los invitados susurraban sus letras contagiosas, como si pertenecieran al imaginario nacional.

A diferencia de otras experiencias cinematográficas similares, en El trueno y el viento no flota la tristeza de la frustración, ni apenas la melancolía. Es celebración de la vida y de la certeza de haber logrado una obra perdurable e influyente que ha eludido a muchos de sus contemporáneos.

El trueno y el viento se inscribe en los valores de la cultura por partida doble: capítulo necesario de la historia de la música cubana y testamento para las próximas generaciones de una canción irreprochable, en sintonía con el goce de la cubanidad y la responsabilidad intelectual de su tiempo.

De alguna manera demuestra el axioma que Pedro Luis Ferrer toma prestado del I Ching: “El artista es trueno y el pueblo es viento”.

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Quien acepta la censura termina siendo censor

Los sesenta años de Pedro Luis Ferrer

Entre los creadores de nuestro país, difícil sería encontrar a uno tan singular como Pedro Luis Ferrer: un artista de una contribución sostenida a la música popular cubana en los últimos cuarenta años; que, no obstante, fue ruidosamente silenciado en nuestros medios masivos cuando alcanzaba su madurez como creador, sin que eso haya podido menguar su desarrollo ni su inventiva; que asombrosamente ha mantenido intacta su popularidad sin dejar de ser fiel a su conciencia ni a su arte y que, para más inri, sigue viviendo en Cuba.

Aunque su formación fue más autodidacta que académica, estudió guitarra con Leopoldina Núñez, solfeo con Juan Elósegui, orquestación con Adolfo Guzmán, canto con Danilo Orozco e incluso recibió clases de guitarra de Jesús Ortega en la Escuela Nacional de Arte. Muy joven aún, estuvo en cuartetos como Los Nova, Los Dada, Los Dimos y Tema IV, y en el grupo Los Francos, además de formar un efímero dúo con Sara González. Según propia confesión, la mayor influencia en sus primeros tiempos como solista fue Atahualpa Yupanqui (“lo imité por mucho en la composición”), pero también ha dicho lo decisivo que resultó para su formación la obra de Carlos Puebla y de Silvio Rodríguez. Sin embargo, fue una suerte haber tenido cerca, en su natal Yaguajay, entre otros, a un hombre como Eduardo Martí, “un enorme tocador de guitarra y tremendo tresero también, que nunca quiso irse para La Habana”. Recuerda Pedro Luis Ferrer que, tras sus primeras apariciones en la televisión, cuando iba de visita allá, se burlaban de él porque, “para ellos, salir en la televisión era una especie de rebajamiento. Eran muy irreverentes y eso me marcó mucho. A Eduardo Martí le propusieron contratos para ir a tocar en muchos lugares y jamás salió de Yaguajay. A ellos lo que les importaba era hacer buena música, tocar bien y ser felices”, cuenta en No me voy a defender, un documental rodado en el año 2000 por Ismael Perdomo.

Y hacer buena música, cantar y tocar bien y ser feliz fue siempre también la dedicación de Pedro Luis Ferrer. Según Danilo Orozco, en el Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana, en su obra “se dan referentes de los modelos y códigos expresivos del centro de la isla, reinsertados en un amplio espectro de procesos asimilados en su creatividad individual”, y es “un guitarrista virtuoso que, sin embargo, no abusa de ese recurso”, caracterizado por “su peculiar ‘nasalismo’ y la naturaleza de su poderosa y comunicativa voz, por no hablar de las canciones-sones y guarachas salpicadas de novedosos contrastes  rítmico-armónicos”.

En 1981 sucedió un verdadero salto en su carrera cuando creó su propio grupo, con el que introdujo una sonoridad muy novedosa. Comenzaron a nacer así los frutos de su ardua formación y de su fértil creatividad, y empezó Pedro Luis a guarachar en grande y su popularidad tocó techo. Pero sabía muy bien lo que estaba haciendo: “los textos festivos de la guaracha se rigen por una lógica histórica, no arbitraria; están determinados en medida considerable por la conciencia festiva histórica. El ingenio del creador cuenta con esa libertad concreta del sentido humorístico del cubano, cuya esencia es diferente a la de otros pueblos de América. El son y la guaracha tienen su propia poética y para evaluar su calidad y desarrollo debemos situarnos dentro de su lógica histórica esencial”. No conforme con renovar la guaracha —género que Miguel Matamoros, Ñico Saquito y Carlos Puebla, entre otros, habían elevado a la cumbre de la música cubana—, entró con la llave correcta lo mismo en la conga, el guaguancó, la canción, la música campesina o el son como en la música de concierto, dejando siempre su inconfundible marca personal en cada labor.

Según Margarita Mateo (escritora y académica hoy, antaño fundadora del Movimiento de la Nueva Trova), hay una zona de su creación que retoma una fuerte tradición de la música popular, uno de cuyos centros “es ‘el diablillo del choteo cubano’, como nombró Fernando Ortiz a esta actitud típica del cubano. Ya sea a través de guarachas, de movidos sones, de las denominadas por él ‘changüisas’, u otras formas musicales, Pedro Luis incorpora a sus textos muchos de los códigos del choteo en la burla crítica y sancionadora del entorno social, lograda a través de la palabra riente y tendenciosa, los juegos con el lenguaje, los vocablos de doble sentido y toda una amplia gama de recursos que establecen un diálogo constante con la realidad social cotidiana, captando el costado jocoso y risible de su acontecer”. En cuanto a la guaracha, para él sería imposible hacerla sin los coros. “No es lo mismo”, dice en el documental de Perdomo, “no me da placer cantar una guaracha con una guitarra nada más”. Y precisa: “El contenido del tumbao de un bajo es tremendo… Y lo que hace el tres. Son aportes a la festividad de la guaracha”.

De pronto, en los primeros ochenta, con poco más de treinta años, el artista triunfador que viajaba el mundo pareció echar su éxito por la borda y suicidarse para la cultura oficial. Ocurrió sencillamente que, en un viaje que hizo al exterior, le respondió a un periodista lo que pensaba. Sus palabras resonaron como una bomba. Si Pedro Luis Ferrer está muy claro en lo que dice con su música, la nitidez de lo que dice como simple ciudadano es similar. ¿Qué artista cubano que viva en el país se atreve a hablar (como hizo él en una entrevista con Reinaldo Escobar para la revista Consenso en 2005) “de un diseño totalitario que tiene su propia velocidad, como la tuvo el fascismo con Mussolini o el nazismo con Hitler o el totalitarismo comunista con Stalin? Unos se mueven más a la derecha o más a la izquierda. No puede haber caudillismo sin caudillistas y la censura está entronizada en el diseño mismo del estado”. Y, para que no quedaran dudas: “Uno de los resultados de este entramado es que, mucho más allá de la censura, todo esto que estoy diciendo aquí puede ser catalogado fácilmente como un acto de disidencia. Pero al disidente lo creó el totalitarismo”.

En esa entrevista, comenzó diciendo que “en primer lugar, quiero agradecer a la revista Consenso porque ningún periodista de los órganos oficiales se atreve a venir aquí a hacerme una entrevista, como si uno padeciera de la peste o como si no existiera. Es estimulante ver que ustedes hayan decidido hacer otra cosa y no hayan aceptado sumisamente ese nivel de obediencia que se ve en el periodismo cubano de estos años y que lo hayan hecho con moderación, porque en la contención está la verdad”. Habló también de por qué se consideraba un “emigrante eventual”: viviendo en Cuba, se gana la vida trabajando fuera del país, ya que, si no, no podría comprar equipos y ni siquiera repararlos. Sin embargo, confiesa que “preferiría ganar ese dinero en Cuba”, pero no puede hacerlo debido a “muchas disposiciones, o mejor dicho, indisposiciones administrativas”. Y define: “La gente no se convierte en emigrantes económicos solo cuando se marchan para siempre de Cuba, sino que muchos también somos emigrantes económicos aun cuando vivimos aquí”.

En cuanto al tópico de la “cubanía”, en su conversación con Escobar, demuestra su llana lucidez cuando asegura: “Yo soy un artista cubano, pero ni siquiera tengo un compromiso estético con el proceso de la cubanía. Yo soy el cubano que quiero ser, siempre lo he dicho, y de la música cubana tengo derecho a decantar lo que me interesa y lo que no, y hay muchas cosas que no me interesan. Mi objetivo no es ser cubano porque considero que eso no es una virtud, sino un accidente. La tradición me interesa como un instrumento de comunicación. Pero algo que el pueblo no practica ni atiende ya no es una tradición. El danzón es el baile nacional cubano, pero en verdad ¿quién baila danzón en Cuba?”

Si de algo no hay dudas al hablar de Pedro Luis, más allá de su visceral compromiso artístico, es que está entre quienes procuran un país mejor y es de los artistas que no temen hablar de “política” porque tiene claro que los ciudadanos somos el combustible de la política, que no hay que ser político para opinar de los que quieren, no solo gobernarnos, sino decirnos qué tenemos que pensar. Pero tampoco se cree excepcional: “Yo no soy gordo solamente. Soy un hombre trigueño también, tengo barba, me gusta comer. Por eso, calificar a una persona de disidente es como decir que solo te dedicas a eso”. Y puntualiza: “Disentir es la cosa más natural del mundo. Lo que pasa es que el término se usa peyorativamente en un medio donde lo más natural es que siempre se diga que sí, aun cuando estés pensando que no, en un ambiente de hipocresía”.

Fiel a su maestro en Yaguajay, no se ha doblegado a la seducción de los medios masivos, sobre todo la televisión, pues sabe bien que siempre hay una diferencia entre la imagen que se divulga y lo que es en realidad el artista, e incluso se atreve a aseverar que “ellos te ponen y te quitan cuando les da la gana, pero eso no quiere decir que tú dejas de hacer música, que tú dejas de pensar. Nunca me he considerado un hombre prohibido porque nunca me he prohibido a mí mismo”. Sin embargo, pocos músicos han podido, como él, vivir la experiencia de que canciones suyas que jamás han sido pasadas por la radio ni la televisión, sean coreadas en un concierto por dos mil cuatrocientas personas.

Para él no cabe el menor titubeo: si hay canciones que no puede cantar en la televisión, no irá a la televisión, pues: “Martí dijo una vez: Verso, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos”. En definitiva, no le resulta fácil entender que aquí haya unas pocas personas que tienen la mayor libertad para decir lo que piensan y otros muchos que no la tienen. “Alguien dijo que ‘nadie sabe el pasado que le espera’. Esta realidad la hemos construido todos juntos”, dice, “y es legítimo deshacer lo que hicimos cuando entendemos que está mal. Hay quien pretende poner las verdades políticas por encima del ser humano, pero yo me niego a eso. Todo lo que atente contra las libertades humanas, contra las posibilidades del hombre de expresarse en todos los sentidos de la vida, en la política, en la economía, la religión, el arte, en todo, y ser feliz, para mí, no está bien”.

En la citada entrevista, pese a todo su buen humor, Pedro Luis Ferrer se reconoce pesimista porque no considera que el futuro sea fácil, aun con el logro de la libertad. “Toda sociedad no está capacitada para transitar por un proceso de diálogo y de respeto a la otredad”. Sus temores parten del presente, porque ahora y aquí se ha entronizado un poder “con una elevada cultura de violencia y mucha ascendencia sobre la sociedad a través del chantaje y de un pasado común de errores. ¿Qué es un mitin de repudio, donde unas personas golpean a otras porque piensan diferente?” Debido a eso, aboga por que en el arte, el periodismo, la literatura, haya personas sensatas con capacidad para hacer reflexionar con objetividad. “Transformar la sociedad requerirá sacrificios, pero también mucha sensatez y mesura. No creo que la transición sea algo que se vaya a hacer, es algo que ya se está haciendo y ha empezado por la mente de quienes se están dando cuenta de todo”.

No es este un hombre que se alimente de amarguras y frustraciones. Por escribir, ha escrito incluso varios cuentos y hasta una novela, pero la música ocupa tanto tiempo en su vida que no ha podido dedicarle a la literatura la concentración que requiere. Aunque “quizás algún día encuentre sosiego para eso”. De todas maneras, sin importar cuánto haya sido apartado de su público natural, reconoce convencidamente que “estos años han sido muy provechosos para mí: he trabajado más que nunca: pienso que he evolucionado para bien”. ¿Cómo dudarlo? Pedro Luis Ferrer puede cumplir sesenta años sin cargos de conciencia, sin necesidad de defenderse, sin dejar de entregarse por completo a su vocación vital, sin defraudar jamás a la mayor parte del incalculable público que sigue con fidelidad su obra pese al enorme muro de silencio.

Y sin callarse nunca. En unas décimas publicadas junto con la entrevista concedida a la revista Consenso, además de los versos quien acepta la censura / termina siendo censor, concluye con otros más incómodos: La censura es el poder / que puede no divulgarte / y no le importa ni el arte / cuando trata de vencer. / La censura es Lucifer / y el que trata con el diablo / termina usando el vocablo / que está en boga en la caldera, / saludando la bandera / que se impone en el establo.