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Documental reconstruye por primera vez vida de novelista cubano Lezama Lima

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José Lezama Lima (vanguardia.com)

MIAMI.- José Lezama Lima (1910-1976), uno de los precursores del denominado “boom literario latinoamericano”, fue un “cubano sabroso” y marginado, según dice a Efe Ernesto Fundora, autor de un documental biográfico que acaba de estrenarse en Miami.

“Lezama Lima: Soltar la lengua”, presentado esta semana en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), es el primer largometraje que se hace sobre la vida del autor de “Paradiso” (1966), una novela enjundiosa y barroca que de cierta manera puso al descubierto los prejuicios de la revolución cubana.

“La revolución lo apartó. Fue un estilo de Fidel (Castro) con aquellas figuras públicas que tuvieran una convocatoria poderosa (…). Fidel trataba de quitarle resonancia a estas personas y Lezama era una figura incómoda para él, muy incómoda”, expone el también cubano Fundora en una entrevista con Efe.

El reconocido creador de videoclips musicales menciona que en los casos de Lezama y de la cantante Celia Cruz detectó que fueron marginados “por celos” del dictador cubano.

“Celia Cruz, con quien tuve amistad e hice sus últimos cuatro proyectos, percibía que hubo celos de Fidel”, apunta.

De Lezama dice que cuando publicaron toda su obra en 1970 a los censores “se les escapa el capítulo 8 de ‘Paradiso’ (el del homoerotismo), que a fin de cuentas se ha demostrado que es un capítulo imberbe, inocente”.

Al año siguiente, cuando Castro pronunció el discurso “Palabras a los intelectuales” y el poeta Heriberto Padilla fue encarcelado por sus críticas a la revolución en el libro “Fuera de juego”, “ahí es donde revientan a Lezama, ahí encuentran el pretexto idóneo para atacar a un intocable”, detalla.

Sin apenas imágenes en movimiento disponibles, Fundora logró una semblanza de horas de duración del erudito, aquel que sin salir de Cuba “conoció el mundo” a través de la investigación literaria y logró asombrar a autores tan únicos como el argentino Julio Cortázar.

Veintiocho entrevistas a personas que lo conocieron, repartidos entre Miami, La Habana, Ciudad de México, donde vive Fundora hace 25 años, y San José (Costa Rica), dan cuerpo a “Lezama Lima: Soltar la lengua”, un material que ha comenzado a caminar en universidades estadounidense y latinoamericanas y del que su realizador no descarta que pueda pasar a circuitos de festivales de cine.

Ocho de sus entrevistados, “discípulos lezamianos” o si se quiere tan solo amigos, han muerto ya, de manera que este largometraje sirvió como última entrevista a reconocidos escritores, como Cintio Vitier y Eliseo Alberto Diego (Lichi).

Las grabaciones comenzaron en 2008.

Fundora utilizó unas imágenes silentes de archivo, de un programa de televisión de 1957 o 1958, no puede precisar, que se llamó “La universidad del aire”, cuyos panelistas eran Guillermo Cabrera Infante, José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Jorge Mañach y Edmundo Desnoes.

“Me fue difícil conseguir esas imágenes, es lo único que existe”, resalta el director y anota que hacer cualquier gestión en La Habana es “un dolor de cabeza” y cuesta dinero.

Cuando apareció en Miami la colección del fotógrafo Iván Cañas, unos de los pocos que siguió a Lezama en los primeros años de la revolución, el documentalista vio la luz.

“A partir de ahí hice un ejercicio muy austero con la voz de Lezama, que grabó textos suyos para Casa de las Américas: ‘Rapsodia para el mulo’, ‘Ah, que tú escapes’, unos segmentos de ‘Paradiso’, ‘Una oscura pradera me convida’ y algo de ‘Muerte de Narciso'”.

“Agarré fragmentos de esos textos narrados y animé fotos para darle un poco más de humanidad”, explica.

“Ves que Lezama se va deteriorando a través de las fotos. Termina con la ropa zurcida. Se va poniendo flaco, percibes su deterioro físico y eso es muy doloroso. A la gente le gustó, a pesar de que yo lo veía como algo irrespetuoso”, reconoce Fundora del estreno en Miami, al que asistieron, afirma, dos sobrinos del gran escritor.

Fumador de puros, obeso y muy casero, Lezama Lima, nombrado en la película “Fresa y chocolate” (Tomás Gutiérrez Alea, 1993) como una suerte de sibarita de la gastronomía nacional, fue condenado al ostracismo hasta que 25 años después del silencio la propia revolución reeditó “Paradiso”.

A Fundora le gustaría que su documental se exhiba en la isla y adelanta que le montará “a Lezama” un canal en YouTube con material que no cupo en el largometraje.

(EFE)




El amor idílico de Lezama Lima

LA HABANA, Cuba,  enero, 173.203.82.38 -Por los años sesenta se comentaba en el corrillo de los poetas habaneros, más en serio que en broma, el episodio idílico que vivió de adolescente José Lezama Lima, uno de los escritores más importantes de Cuba, con Nicanor Mac Partland, conocido como Julio Antonio Mella.

Mella fue un destacado líder comunista en la década del veinte, que, como consecuencia de su carácter rebelde, nada apegado a la línea oficial de su partido, fue víctima de intrigas, calumnias, prejuicios raciales, envidia y odio.

Estas razones, más lo que dicen los documentos secretos del Kremlin, relacionados con Mella, que fueron desclasificados a partir del derrumbe del campo socialista, han servido para que los historiadores de hoy admitan que quien mandó a asesinar a Mella no fue el dictador cubano Gerardo Machado, como se sigue diciendo en Cuba, sino el propio José Stalin, culpable de millones de muertes.

Lezama contó que cuando él tenía catorce años, Mella le inspiró una gran admiración, una fascinación que nunca pudo olvidar, un gran asombro por su arrojo y valentía, ingredientes que sin duda dan paso al amor en un corazón adolescente.

Un día que visité sola a Lezama, tres años antes de su muerte, sin la compañía de Ciro Bianchi, su fiel entrevistador, que me había llevado a su casa con anterioridad, le pregunté sobre Mella.

Me miró a los ojos, tal vez un poco sorprendido con la pregunta, y exclamó: “Fue el símbolo sexual más carismático de aquellos momentos, con su perfil voluptuoso de Apolo habanero”.

Me hubiera gustado escuchar de sus propios labios todo lo concerniente a su historia con Mella, pero no me atreví a preguntarle más.

En muchas ocasiones, Lezama había narrado en entrevistas los recuerdos que tenía de Mella. Y a sus más íntimos, había dicho que nunca pudo olvidar a aquel muchacho alto, de extraordinaria belleza física, musculoso, de carácter jovial, tan valiente como un dios homérico. Incluso, comentaba los trabajos periodísticos que Mella publicó en las revistas universitarias, escritos en un lenguaje claro y dinámico, firmados como Lord Mac Partland.

Contó en las entrevistas cómo a los 14 años, con una acentuada curiosidad en su pubertad, vio a Mella por primera vez al frente de una manifestación estudiantil, por la calle San Lázaro, y escuchó sus gritos contra el dictador Gerardo Machado. Lo vio como un relámpago, empujando a sus compañeros para que avanzaran con valor. Por último, escondido Lezama en una cigarrería, vio  al joven convertido en arquero diestro, cuando lanzó una soga al cuello de la estatua en bronce de Alfredo Zayas, y tiró con fuerza, para derribarla, mientras todos huían despavoridos y dejándolo solo a merced de la policía.

Lezama vio a Mella muchas veces más en la Universidad, muy de cerca. Se encontró con su mirada, para él, de dios protector de mancebos. En la Sociedad de Torcedores de La Habana, cerca de la casa donde vivía, el poeta vio a Mella por última vez. Como le ocurriera al Titán de Bronce, Antonio Maceo, Lezama recordaba que también a Mella se le hinchaban las venas del cuello en los discursos, ¨…con su gran fuego comunicante, exaltado y vehemente¨.

Al poco tiempo, Mella marchó a México. El poeta tenía entonces quince años. Nunca más lo vio. Seguramente le hubiera gustado haber sido su oráculo y profetizar todo lo por venir, alertarlo del peligro que corría cuando criticó a la sociedad de Stalin y los métodos de la Internacional.

Supo que Mella, uno de los ídolos más vivos y perennes de su juventud, había sido asesinado en una calle de México, con apenas 29 años. Tiempo después, es muy posible que Lezama lo haya visto de nuevo en un periódico, como lo vi yo, todo vestido de negro, negro también su sombrero de alas anchas de fieltro, y con su misma mirada, viril y seductora, de conspirador misterioso.




Cuando la vida vence al tiempo

LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Si Alejo Carpentier rebautizó a La Habana como la Ciudad de las Columnas, José Lezama Lima levantó 113 columnas en ese portal de La Habana, y de Cuba, que era Diario de La Marina. Publicadas sin firma entre el 28 de septiembre de 1949 y el 25 de marzo de 1950 en ese diario, y ahora compiladas en su totalidad con notas de Carlos Espinosa Domínguez, aparecen bajo el título de Revelaciones de mi fiel Habana, Ediciones Unión, 2010.

Lezama Lima nos restituye La Habana de mediados de siglo XX a través de hechos, eventos, personajes, personalidades, edificaciones; hoy una ciudad diferente y perdida en la memoria de sus habitantes, también diferentes en su mayoría.

Lezama retuvo la esencia de la cotidianeidad en sus textos. El compilador Espinosa Domínguez apunta con razón “el desentrañamiento del latido, las fuentes, el estilo, y los laberintos de su ciudad”.

Lezama no sacrificó al poeta, ni al escritor que era, por la objetividad periodística. Acierta el investigador cuando afirma: “Combina la observación de la realidad cotidiana con su imaginario cultural”. Valiosas asimismo son las notas que el compilador escribe al final de página, que aportan datos interesantes que complementan los de Lezama Lima.

El poeta de la calle Trocadero revela en estos textos cuánto amaba y conocía su ciudad y a sus habitantes, y entrega su entorno con una mirada escrutadora muy suya, en la que cotidianeidad y localismo van de la mano de lo trascendente y universal. Definitivamente logrados gracias a ese vasto imaginario cultural que más tarde, el inmenso escritor empleó para erigir su texto cumbre, la novela Paradiso.

“Un silencio espeso y flordelisado inundaba la sala. El silencio se arracimaba en torno a las farolas que se atenuaban, como si también quisieran oír al divo de los agudos sin fin.”, escribe Lezama para trasladar al lector la atención del público. Un público aristocrático, formado por habituales conocedores de las reglas del buen comportamiento, porque no emplea “espeso y flordelisado” gratuitamente.

Quiso salvarse de caer en el costumbrismo y lo confiesa en el texto # XII: “Hay temas que pertenecen a la progresiva sombra, a lo fugitivo incesante”, vocación lezamiana de atrapar lo inapresable a través de su mirada totalizadora.

No obstante, no rebusca los temas sino que toma los más cercanos al gusto y devoción de sus conciudadanos, ejemplo de lo cual es un texto dedicado al béisbol. “El béisbol es uno de los grandes amores de La Habana”.

Al releer con ojos de hoy, encontramos ciertas premoniciones que a la distancia devinieron realidad, como cuando alerta acerca del desarrollo urbano y hasta del Estado.

En cuanto a lo primero, vale citar al escritor: “Al levantar el orgullo de construcciones contemporáneas, pensemos un tanto inquietos en las ruinas que engendrarán, en qué forma se doblegarán ante el naufragio de los otoños”.

En la columna # V hace referencia a lo segundo, al Estado: “Cuando la imaginación del Estado es plena y saludable, está en la obligación de crear alegría creadora, de convertir la alegría en un alimento natural, terrestre. Si el Estado se vuelve avaro y sombrío, sus moradores se vuelven despilfarradores de su acción; la acción nacida de una visión sombría que no ancla nunca en la paz, anda errante y enloquecida, como un puma fuera del mundo interpretado”.

Sobran los comentarios. Sólo, como dijo Lezama de Hipólito Lázaro en el cierre de la primera de las columnas escritas: “Con la magia de su arte había derrotado una vez más al tiempo, enemigo de la vida”.




Cotos de mayor realeza

LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Sospecho que desde algún lugar del firmamento cubano, el escritor José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976), sonríe a sus seguidores o le guiña el ojo al editor que presentó la última edición de sus Obras completas. Nuestro rinoceronte literario debe estar feliz con tantas fiestas innombrables. “Ver para creer”, diría en una de las tertulias que hoy se celebran por su Centenario de vida, a casi cuatro décadas de su muerte, antecedidas por el ostracismo y la sospecha dado su “distanciamiento de la realidad”.

La santificación del autor de Muerte de Narciso (1937) y de la controversial Paradiso (1966), representa el triunfo sobre la censura impuesta en aquellos momentos de cambios revolucionarios, más apropiados para la estética de la violencia y el realismo socialista. La censura sigue en pie, pero los autores muertos ya no asustan a los comisarios de la cultura, quienes reeditan los poemarios, ensayos y novelas de Lezama Lima, además de sus cartas, entrevistas y textos perdidos que renacen en antologías, coloquios, conferencias, documentales y hasta en películas de ficción.

No les falte razón a quienes piensan que tras la exaltación de Lezama Lima existen segundas intenciones, particularmente en el año de su centenario, marcado por la crisis y la desesperanza generadas por la misma dictadura que sumergió en el silencio a tantos creadores. El mismo Lezama, décadas atrás, al reconocer las adversas circunstancias históricas expresó que “un país frustrado en lo esencial político puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza”.

Para él, el arte y la literatura fueron cotos perdurables de mayor realeza; centros de gravidez de su vida y su obra, dedicada a saltar lo inmediato y trascender sobre la rispidez política y el cotilleo diario. Por eso su fertilidad creativa no tomó el camino de la denuncia social, sino la tradición integradora que rescata las esencias cubanas, y las fusiona con otros legados mediante un lenguaje siempre artístico.

Al gran Lezama Lima se debe un corpus poético singular y la polémica teoría de la imagen como motor de la historia. Para él, “la poesía es como el sueño de una doctrina”. Su enorme talento y erudición confirmaron el acertijo en poemarios de ruptura como Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960); complementados por ensayos que ofrecen una nueva perspectiva crítica, y la novela Paradiso, publicada por la UNEAC en 1966 y reeditada por Letras Cubanas en 1989, con un prólogo indispensable de Cintio Vitier.

Muerte de Narciso y Paradiso representan su boleto a la inmortalidad literaria. El derroche imaginativo, la aportación lingüística y la forma de retomar los mitos del pasado y acercarlos al horizonte insular, hizo que los críticos vieran en Lezama Lima a nuestro Góngora.

Paradiso, calificada de hermética y escandalosa, recrea el entresijo familiar y personal del propio Lezama Lima, quien somete al lector a la geometría de las palabras, pero le obsequia su arsenal de parábolas, asociaciones culturales, metáforas, sueños y visiones inesperadas. Debiéramos buscar la obra y recrearnos en ella como en una cátedra de historia, amistad y cultura; ajena al suspense de las novelas melodramáticas y policíacas.

Es posible leer, además, los ensayos Analecta del reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados en La Habana (1958), La cantidad hechizada (1970) y la compilación Imagen y posibilitad, de 1981. Resurgieron en 2010 estudios sobre la difusión cultural emprendida por Lezama Lima en revistas que identificaron a su generación, integrada por figuras que, junto a él, enriquecieron el legado espiritual cubano. Desde Verbum (1937) hasta Orígenes (1944-1956), pasando por Espuela de Plata (1939-1941), Poeta, Clavileño, Nadie Parecía y Fray Junípero (1943).

Orígenes, con 40 números en un decenio, fue comparada con la Revista de Occidente (España), con la rioplatense Sur y las mexicanas Contemporáneos e Hijo Prodigo. En Orígenes, Lezama y sus colegas vertebraron el primer movimiento literario que hizo de la poesía su forma esencial de conocimiento, goce estético y concepción del mundo. En ella están las voces de nuestro trascendentalismo poético, entre quienes figuraron, además de Lezama, Gastón Baquero,  Eliseo Diego, Cintio Vitier y Fina García Marruz.

A cien años de su nacimiento, Lezama Lima sigue siendo más comentado que leído, pero renace como paradigma del creador ajeno a la realidad sociopolítica del país, donde las aguas mansas y la penuria cotidiana estimulan las búsquedas de otros cotos de mayor realeza.