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Cuba y “La nueva clase”, un retrato del castrocomunismo

LAS TUNAS, Cuba. — El destino de los seres humanos y de las naciones suele tener orígenes misteriosos. La agonía que vivimos hoy los cubanos y desde hace décadas no está exenta de esos enigmas. Triste es, por nuestro analfabetismo político, que en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo en Cuba tuvieran cabida las ideas socialistas cuando en el mundo civilizado tenía lugar una denuncia internacional contra los horrores del comunismo y sus hacedores, quienes, mostrándose cuales personas honestas, no eran sino prosaicos charlatanes.

Justo cinco días antes de que Fidel Castro y otros 81 expedicionarios zarparan desde Tuxpan en el yate Granma  —comprado con dinero donado por el derrocado expresidente Carlos Prío para venir a Cuba supuestamente a restablecer el orden constitucional, quebrantado por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952— era detenido en Budapest por la policía política Milovan Djilas, exvicepresidente de Yugoslavia, ideólogo del partido comunista y amigo personal y de lucha del mariscal Tito.

Djilas fue juzgado y condenado a siete años de prisión el 5 de octubre de 1957 por escribir y publicar en agosto de ese año, La nueva clase, libro que The New York Times calificó como “el análisis más perspicaz del comunismo moderno”, que “desenmascara la esencia de la tiranía y el fraude comunista”; y que Life, en un artículo del analista en cuestiones soviéticas Edward Crankshow, llamó “el más demoledor documento anticomunista que jamás se haya escrito”, pues, en denuncias de latitud y hondura extrema, en su libro decía Djilas: “En el sistema comunista la inseguridad es el ambiente en que vive el individuo. El Estado le da la oportunidad de que se gane la vida, pero con la condición de que se someta”. Y… ¡¿Cuánto han sufrido los cubanos ese oprobio desde 1959 cuando inició la dictadura castrista hasta el día de hoy?!

Personalmente me pregunto cómo si despreciando el totalitarismo soviético desde su raíz hasta sus frondas, artistas, intelectuales, periodistas, desde Herbert Matthew y Ernest Hemingway hasta una ristra de premios Nobel, y llegando hasta pensadores y políticos de nuestros días, simpatizaron, simpatizan y hasta son conniventes con la dictadura castrocomunista, sabiendo, como supieron y saben todos, que aplauden actos de forajidos.

No como en afirmaciones publicadas en 1957, sino como si ahora mismo, transcurridos ya 22 años del siglo XXI estuviera retratando a todos los comisarios del Partido Comunista de Cuba, a sus generales, testaferros y correveidiles, en La nueva clase, con pleno conocimiento de lo que escribió por haberlo vivido, Milovan Djilas dice: “Cuando triunfa el comunismo produce una nueva clase de amos y explotadores formada por aquellos que gozan de privilegios especiales y preferencias económicas en el monopolio administrativo”; y añade el autor un hecho concreto, sobre el mayor de los males de la dictadura comunista, que tiene en sus manos “el monopolio de la propiedad, la ideología, y el gobierno”, privilegios que sufrimos los cubanos todos los días, pero así y todo, los comunistas disfrutan un mayorazgo mucho mayor: “El monopolio que establece la nueva clase en nombre de los trabajadores sobre el resto de la sociedad es, ante todo, un monopolio sobre la misma clase trabajadora”.

El monopolio del Partido Comunista lo sufrimos los cubanos desde que nacemos hasta que morimos; lo vemos todos los días cuando los burócratas establecen precios para las mercancías producidas por los campesinos, cuando disfrazan a los médicos de “cooperantes” internacionales, y, sobre todo, lo vemos cuando los padres no pueden escoger qué educación dar a sus hijos, porque, todavía sin discernimiento, en las escuelas los niños son obligados a decir que serán “pioneros por el comunismo”.

“Ningún otro sistema ha provocado nunca tan profundo ni tan general descontento… es un descontento total, en el cual se esfuman gradualmente todas las diferencias de opinión política: sólo subsisten la desesperación y el odio. El espontáneo disgusto de millones de gentes con los detalles de la vida cotidiana es una forma de resistencia que el comunismo no ha sido capaz de sofocar”, escribió Milovan Djilas en 1957. Esto es, ni más ni menos, lo que ahora mismo estamos viviendo los cubanos.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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El especulador y el envidioso

Gilbert Man
Gilbert Man (foto archivo)

LA HABANA, Cuba. — Hasta hace poco, era muy fácil reconocer en La Habana a esos jactanciosos baratos a los que llamamos especuladores *, dados a alardear a costa de lo que roban o de aquello que les dejan caer quienes los mantienen generalmente desde el exterior. Pero como aquí todo se trifulca, cada vez va siendo más difícil diferenciarlos a primera vista. No porque se hayan puesto recatados, sino porque se están multiplicando incesantemente, igual que las lombrices, y llegan ya a ser tantos que se han integrado al paisaje, diluyéndose en el conglomerado.

Hay sitios por acá (discotecas, bares, restaurantes, shopping…) en los que resulta más fácil establecer diferencias entre nuestros distintos tipos de especuladores que entre los que ostentan y los que no. No significa que haya más especuladores que personas normales, sino que hay que observar muy bien al normal –llamémosle así- antes de arriesgarse a concluir que no es un especulador.

Desde aquel que cuando va manejando un auto “moderno”, chilla gomas en cada esquina y enciende la reproductora a todo decibel, para que nadie deje de admirarlo, hasta el que se gasta largas horas bebiendo una única cerveza en la terraza del bar Sofía, en plena Rampa. Es amplia la variedad de subespecies con particularidades aparentes pero hermanadas en un solo género, el del nuevo especulador cubano, un petulante con más globitos en la cabeza que recursos en la cartera.

Claro que aquí existieron siempre los especuladores. Forman parte de la savia nacional. Pero los rasgos que tipifican al de hoy son tan radicalmente inusitados que es posible hablar de un especulador de nuevo cuño, el peor de nuestra fauna.

El tiempo no ha transcurrido en balde. Se abrió un abismo entre pasado y presente. Del lado de allá, aquel magnate de los años 50 al que, por su origen de clase, no le habían permitido entrar a un club aristocrático, entonces, como respuesta, construyó un club aristocrático para él solo, el Casino Deportivo. De este lado, el reguetonero Gilbert Man, un marginal que roba los parvos recursos de compatriotas emigrados en la Florida para venir a dárselas de potentado entre sus vecinos de Guanabacoa, donde la miseria da al cuello, y atenido a que todo cuanto se haga contra la justicia estadounidense será siempre bien visto en este oasis de corrupción.

Ambos ilustran las dos orillas temporales que separan al clásico especulador cubano y al de nuevo cuño. Aunque, claro, entre uno y otro queda un amplio surtido.

Con muchas menos posesiones que el de antes, pero con mayor impudicia y más visible entusiasmo a la hora de alardear de lo que no tiene, el especulador de nuestros días está a punto de convertirse en una especie de héroe de la patria. Y ese es su lado más preocupante. Todos o casi todos en el barrio lo asumen como un triunfador. Las mujeres le hacen cola (que Dios se las bendiga). Los hombres lo saludan efusivamente (con un beso en la mejilla, que es la nueva tónica), para que el resto vea que son íntimos. Los niños exigen a sus padres que les hagan cortes de pelo iguales a los que usan los especuladores, y se desviven por vestirse como ellos, colgándose gangarrias brillantes en el cuello y las muñecas. No hay trámite burocrático que le robe tiempo a un especulador, porque por la pinta lo sacan para atenderlo sin que haga cola. En el mercado de productos y servicios es siempre bien recibido, por sus generosas propinas. Y en las instancias de la ley, otro tanto, por lo mismo.

En un país en el que la falta de dinero y de cualquier otro bien material se ha convertido en traumática pandemia, ser especulador resulta un valor agregado. A nadie debe sorprender entonces que esta subespecie represente el ejemplo a seguir.

Sólo existe aquí otra subespecie tan numerosa y pujante como la de los especuladores, aunque menos simpática: la de los envidiosos. Opuestos entre sí y ambos opuestos a lo que soñó Martí, se complementan y funden para patentizar el cumplimiento de lo que prometió Fidel. Los envidiosos son casi todos de edad madura, formados bajo el adoctrinamiento de décadas anteriores, según el cual todo aquel que sobresalga entre el rebaño, y especialmente si sobresale por vivir mejor que el resto, debe ser visto con recelo (lo que es decir con envidia) y denunciado como enemigo. Mientras, los especuladores, que son mayoritariamente jóvenes, representan el ansia desencadenada de querer tener lo que les negaron desde niños, y si no pueden tenerlo todo, se conforman al menos con muy poca cosa y mucho alarde.

Dicen que los guapos mueren a manos de los cobardes. También podría decirse que nuestros especuladores de nuevo cuño suelen morir a manos de los envidiosos, o más bien víctimas de su lengua. Que le pregunten a Gilbert Man.

Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en las siguientes direcciones: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0 y www.plazacontemporaneos.com Su blog en: http://elvagonamarillo.blogspot.com.es/
* Especulador, cubanismo, se trata de quienes, por tal de ganar reconocimiento, ostentan con cuanto tengan a mano.