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¿De cuál pueblo habla Martínez Heredia?

Un cubano camina frente a la recién abierta Embajada de EE.UU. en La Habana (foto de archivo)
Un caminante frente a la recién abierta Embajada de EE.UU. en La Habana (foto de archivo)

LA HABANA, Cuba – No caben dudas de que en el juego político de la reconciliación Cuba-EE UU a los “intelectuales revolucionarios” les ha tocado bailar con la más fea. Es así que, imposibilitados de explicar coherentemente las veleidades de sus amos –los druidas de verde olivo– que hoy sonríen y estrechan las manos de sus antiguos enemigos, se mantienen aferrados a un nacionalismo a ultranza, propalando falsedades sobre la realidad cubana actual. Obviamente, son incapaces de entender que el experimento castrista fracasó y que la tardanza de su certificación de defunción es cuestión meramente burocrática.

Es el caso de Fernando Martínez Heredia con un artículo publicado originalmente en el sitio digital Cubadebate, y reproducido por el libelo Granma, donde, haciendo gala de una gran capacidad emocional pero nula racionalidad,  parte de la negación de lo que fue un verdadero acontecimiento histórico, a saber, la ceremonia de izamiento de la bandera estadounidense el pasado 14 de agosto, en la que ya es nuevamente la sede diplomática de ese país en La Habana.

Martínez Heredia inicia su catarsis con una declaración doblemente pasmosa: “el pasado 14 de agosto no fue un día histórico, y resulta necesario negar que lo haya sido”. Y a continuación desgrana un rosario de fechas patrias importantes hasta llegar, por supuesto, a la más gloriosa de todas, la de aquel 1ro de enero, “día de la victoria del pueblo” que “marca el inicio del fin del dominio colonial y neocolonial en la historia de Cuba”.

Asombra porque no queda claro si es solo descuido o el habitual desprecio que sienten los de su casta por el intelecto ajeno. Y es pasmosa su declaración, porque en primer lugar no explica cómo es posible que el izamiento de la bandera cubana en la sede diplomática de Washington fuera declarado por la propia prensa nacional –Granma incluido– como “histórico”, sin embargo no debería considerarse así el mismo acto en la sede estadounidense de La Habana. En segundo lugar, porque este intelectual asume que “resulta necesario” negar el carácter histórico de ese día.

Pero, ¿necesario para quién? ¿Acaso para las decenas de cubanos que asistían alegres y espontáneamente al acto desde los balcones cercanos y las zonas aledañas a la embajada estadounidense, muchos de ellos con niños pequeños sentados sobre sus hombros o vistiendo prendas con la bandera de aquel país vecino?¿Será necesario negar la importancia histórica de ese día para los millones de cubanos de la Isla que tienen familiares residiendo en EE UU,  para los que eligieron ese destino como emigrantes o para los miles que siguen huyendo por tierra, mar y aire de los beneficios de la “soberanía” cubana al estilo Castro (o al estilo Martínez Heredia, que es lo mismo)?

En justicia, hay que reconocer que este servidor castrista se mantiene fiel al guion original –cualidad que no adorna a los imperialistas vernáculos que anidan en el Palacio de la Revolución –, pero porta demasiado tufo a guerra fría y al estalinismo propio de la etapa de total servilismo nacional a la URSS como para resultar creíble o despertar algún entusiasmo popular.

Por demás, su percepción de soberanía nacional resulta extremadamente estrecha y maniquea para estos tiempos de globalización, cuando las fronteras de “lo nacional” y lo universal se desdibujan y se funden. ¿Qué clase de soberanía es esa que se ofende y lacera ante una simple exposición de automóviles estadounidenses de los años 50’? ¿En qué sentido un desfile de automóviles pretendería “borrar toda la grandeza cubana y reducir al país a la añoranza de ‘los buenos tiempos’”? ¿Cuál es esa grandeza, acaso la de la pobreza generalizada, la de la exportación de guerrillas, de los paredones de fusilamiento, de la cartilla de racionamiento, de los planes económicos fracasados, de las escuelas al campo, del “Hombre Nuevo”, de la fidelidad al imperialismo soviético? ¿Dónde estaba Martínez Heredia con sus celos soberanos cuando la bandera mambisa tremolaba bajo la sombra de la de la hoz y el martillo en tantas plazas y actos?

Pero este intachable intelectual revolucionario no se arredra ante lo evidente, a saber, el entusiasmo y esperanza que puede despertar en los cubanos el actual proceso de acercamiento a EE UU, y se lanza valeroso en una guerra ya de antemano perdida, porque “desbaratar confusiones y desinflar esperanzas pueriles es una de las tareas necesarias”. Por supuesto, el señor intelectual sabe que desinflar esperanzas es algo que el castrismo sabe hacer muy bien. Y también en su momento Castro I llamó “tareas necesarias” a todas sus alucinantes proyectos, pero también fracasó.

Coincido con Martínez Heredia en su deseo de que “la mayoría de la población participe en la política, cada vez más activamente”. Es algo que se nos ha negado durante más de medio siglo, y de hecho se le sigue negando a los cubanos emigrados; que al parecer del este régimen de gobierno solo lo son a la hora de hacer el (ese sí) desvergonzado pasaporte que se les exige para entrar en su patria y por el que pagan un elevadísimo precio, no en moneda cubana, sino en las tan repudiadas divisas.

Lamentable, es el más bondadoso adjetivo que se me ocurre tras leer esta entrega del Granma. No es nada personal. En el fondo casi puedo sentir compasión (y nótese que digo “casi”) por una quijotesca y anacrónica postura que recuerda a aquel mal poeta, Bonifacio Byrne. Pero, banderitas aparte, hoy muchos cubanos son más americanófilos que nunca antes… Más aun que en tiempos de la “neocolonia”. Eso ha sido en parte, gracias a intelectuales como éste, pero sobre todo gracias a su querida revolución. No tiene caso apelar hoy al pueblo para combatir lo que para muchos es el modelo de oportunidades al que aspiran. Si en verdad el señor Martínez Heredia fuese una persona inteligente, debería seguir el ejemplo de ese simpar modelo suyo, Castro I, y retirarse a un estado de meditación.




Putin, el nuevo zar

Putin, todos de espaldasLA HABANA, Cuba — Lo dijo Ángela Merkel, la canciller alemana: lo que Rusia viene haciendo en Crimea es una vuelta al siglo XIX. Nada más cierto. Patética es la afirmación, por tanto, que hacen algunas analistas de que Vladimir Putin es un líder con una capacidad y visión estratégicas superiores a otros líderes mundiales, incluyendo a Barack Obama. Ahora patear la puerta delantera y trasera de naciones débiles, que es lo que ha venido haciendo Putin para vengarse de la modernidad gorbachoviana, resulta ser parte de una visión estratégica digna de Wiston Churchill.  

Recuerdo que en su edición de 2013, la revista Time fue capaz de puntuar al nuevo zar ruso como un hombre más influyente que el presidente de los Estados Unidos, y esto solo por su desesperada apuesta para detener la maquinaria bélica occidental en su posible marcha sobre Damasco. Los medios pueden cometer errores garrafales, y en cierto sentido tontos, que solo tienden a estimular la impunidad de los bárbaros. Ya se hablaba de putinismo, hasta que gente con cultura histórica corrigió el error académico recordándonos que Rusia no tiene mejor estrategia para reafirmarse en el mundo que recuperar el estilo de sus peores zares.  Y Putin es otro zar más sin las maneras francesas de sus antepasados.

Occidente paga caro el exceso de realpolitik. Eso se había comprobado con Serbia en los años 90 del siglo pasado, tras la desintegración de Yugoeslavia, con la carnicería desatada casi a las puertas de Roma. Alemania fue entonces la gran perdedora porque dejó pasar la oportunidad de marcar un liderazgo mundial y obtener poco tiempo después, y de seguro, un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.  O al menos de presionar por él con más legitimidad. Ahora, la misma Alemania parece rectificar el rumbo y juega al duro, acompañando a los Estados Unidos, contra el último exabrupto territorial ruso.

putin TimesEl resto del mundo en silencio. Triste. Suponíamos que el discurso latinoamericano con el tema de la descolonización de Puerto Rico o el tema argentino de las Islas Malvinas pasara la prueba de la retórica demagógica con una condena generalizada e independiente al oso ruso, que no parece ni quiere descansar en el juego peligroso del corrido de fronteras. El antiimperialismo latinoamericano está calladito, incluyendo el cubano, cuando la política imperial la practican los enemigos de su enemigo. Error de visión y falta de liderazgo en temas que nos competen, atrapándonos en la paradoja de que la nación que suponíamos el imperialismo por antonomasia, los Estados Unidos, lleva el cetro global contra las peores formas de imperialismo, la anexión territorial, de la que fueron víctimas un número nada despreciable de naciones en el hemisferio occidental.

Bienvenido el imperialismo: anti norteamericano. Al menos con Cuba se repite este mantra. En 1991 el Irak de Sadam Hussein invadió Kuwait y aquí sin ruidos. Entonces los Estados Unidos lideraron una coalición mundial, restituyendo  las fronteras violentadas y el gobierno dicho revolucionario, que se encargaba de mostrarnos en las escuelas, la prensa y las universidades  el rostro feo de las ocupaciones en África, Asia o América Latina, se quedó sin discurso ni credibilidad para hablarnos de su compromiso con la autodeterminación de los pueblos, justo en el único escenario en el que ese concepto tiene sentido político real.

El impacto conceptual de esta ausencia armónica de coherencia política y de excedencia de hipocresía moral lo sufren los mismos conceptos y la pérdida de discurso en la arena internacional. Verificamos ahora por qué autodeterminación de los pueblos solo significa la defensa de ciertos Estados contra sus propios pueblos, y por qué se debilita la lucha contra viejas realidades coloniales.

La anexión de Crimea la sufren, no solo los ucranianos al perder un territorio constitutivo, sino los independentistas puertorriqueños, los nacionalistas argentinos, la mediterraneidad boliviana y, por supuesto, la integridad territorial cubana. ¿Por qué devolver Guantánamo si otros imperialismos, aliados por cierto del gobierno cubano, se anexan territorios a su antojo?

La lección general es esta. Sin tiempo para dedicarse a asuntos menores que pueden gestionarse mejor con una buena política subsidiaria, es urgente recuperar la visión estratégica que asocia valores fundamentales con intereses políticos en una proyección de mediano y largo plazos.

Ninguna nación seria y que se respete puede seguir haciendo política en el corto plazo de la realpolitik si quiere evitar consecuencias desagradables, que pueden ser irreversibles, como las que estamos viviendo ahora. En 1962 China se anexó el Tibet y nada sucedió: los intereses nos dijeron que no se podía molestar al imperio del medio por su capacidad desestabilizadora, lo mismo que nos dijeron de Rusia en Chechenia y en Georgia. Sadam Hussein hizo su juego imperial porque estuvo aupado durante años por Occidente e hizo pasar un susto a la estabilidad mundial. Y Cuba juega a la guerra fría en lugares tan lejanos como Corea sin asumir las responsabilidades por juegos incontrolables en una zona peligrosa y de altos intereses como Asia.

Y lo peor de todo esto es que Occidente tiene en sus manos la herramienta por excelencia para garantizar la paz mundial y el trazado histórico de fronteras: la inversión global en la sociedad civil como única fuente pacífica de detener el apetito de antiguos Estados predadores.




Soñar con aviones

LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Hasta Chicho, un impedido físico que vende a peso las bolsitas de nylon que escasean en la tiendas, en la calle Séptima de Santa Fe, está enterado del alboroto que han creado en el mundo las revelaciones de WikiLeaks. Lo supo porque le comentaron que en una de sus Reflexiones, Fidel Castro afirmó que WikiLeaks había puesto de rodillas al Imperialismo.

-Bueno -me dijo Chicho-, yo me preocupé, porque si ponen de rodillas al Imperialismo, se jodieron las tiendas recaudadoras de divisas y no podré vender las bolsitas a peso.

Esa es la preocupación de Chicho. Otra es la del panadero, que espera ir de visita a Miami. Y otras son las de mi vecina Amalia, que tiene a sus tres hijos en Estados Unidos y le envían una remesa mensual que le permite dormir en paz con algún alimento en el estómago, además de invitarla a Miami cada cierto tiempo.

Pero Chicho es el más preocupado, porque presiente que se le va a caer el negocio de las bolsitas, y no tiene otra cosa que inventar.

Para calmarlo, le pregunto si sabe que Fidel Castro, hace ya algunos años, dijo lo mismo: que con la ayuda del guía supremo de Irán, pondría de rodillas al Imperialismo yanqui.

Chicho abrió los ojos desmesuradamente, y como si acabara de descubrir la rueda en pleno siglo XXI, exclamó:

-¡Qué vaina! Entonces es que el hombre sueña con aviones, o con las musarañas.