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Serie animada cubana “Titoverse” tendrá su estreno en 2023

Titoverse

MIAMI, Estados Unidos. – La serie animada cubana “Titoverse” será estrenada en 2023, confirmó su creador, coguionista y director, Daniel Martín Subiaut, a medios oficiales de la Isla.

Titoverse es producida por los Estudios de Animación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Su distribución comenzará en los cines; luego integrará las parrillas de la televisión y plataformas de streaming, según la nota publicada por el sitio oficial Cubadebate.

De acuerdo con ese medio, el antecedente de “Titoverse” es el animado “Tito reacciona” (2018), el cual buscaba homenajear a embajadores de la cultura latinoamericana y caribeña, y exaltar los valores del patrimonio artístico latino.

“Cada capítulo [de ‘Titoverse’] contiene valores universales, humanistas, martianos. No hay fecha oficial de lanzamiento, pero cuando salga, tocará muchos corazones y encontrará sonrisas”, dijo Martín Subiaut.

Cartel de “Titoverse” (Tomado de Cubadebate)

La serie, que contará con 26 capítulos, fue asesorada por especialistas mexicanos, asiáticos y cubanos. Sus protagonistas son Sadeth Rumbaut, Vicky Suárez, Lianet Alarcón y Annie Garcés.

Por su parte, la actriz y directora de teatro Ana Nora Calaza estuvo a cargo de la dirección de actores.

El creador de “Titoverse” señaló que los actores Rigoberto Ferrera y Ulises González interpretarán a Xu Fu (el “bueno”) y a Du Yan Long (su antagonista), respectivamente.

“Titoverse” se situará durante la adolescencia de Tito, un héroe juvenil de nacionalidad cubano-mexicana, que se enfrentará al mal en diversas dimensiones y épocas junto a un grupo de amigos de diferentes orígenes étnicos y costumbres.

“El universo creado alrededor de Tito trajo nuevos personajes, docenas de ellos, dado que las aventuras desarrolladas en episodios monotemáticos, los llevan a hacer viajes en el tiempo y multidimensionales”, aseguró el creador del personaje.

Otros personajes de la serie serán Celia, una santiaguera quinceañera,; Xiunela, una habanera “atómica” que fusiona las siete potencias africanas y el dragón chino; y la gata Mini, que viene de otro universo y ayuda a los humanos.

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Censura y exclusión: el legado de la Revolución al cine cubano

cine

CDMX, México. – En 2016 el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana excluyó de su programación una película que dos años antes habían premiado en el mismo certamen como guion inédito. Santa y Andrés, dirigida por Carlos Lechuga, narra la historia de un artista que fue vigilado, acosado y hostigado por un régimen carnívoro. El argumento fue motivo suficiente para que la censuraran. Cuatro años después la historia se repite con otro filme de Lechuga: Vicenta B., que ha sido exhibida en diferentes muestras internacionales, pero no tiene espacio en la Isla. El problema no radica en el audiovisual en sí, sino en el director y sus declaraciones sobre el régimen cubano.

¿Por qué una película u obra cinematográfica puede ser vetada en Cuba? Prácticamente por cualquier cosa: el tema, las posturas políticas de su director, el momento de estreno, que su autor haya decidido emigrar o que tenga enemistades con los comisarios políticos del “arte revolucionario”, el elenco que aparece, etc.

La censura en Cuba se naturalizó como un mecanismo totalitario al igual que ocurrió en la antigua Unión Soviética, y se convirtió en parte indisoluble de la política cultural del país. Algunos historiadores, como Rafael Rojas, han advertido que esta tendencia llegó como transferencia de la URSS a sus satélites. La afirmación es indiscutible, pero vale aclarar que desde 1959 supervisar la creación artística y la prensa fue una premisa del nuevo gobierno.

Si algo ha caracterizado a los comisarios culturales durante casi 64 años, es su esfuerzo para que nadie cuente un país que no se apega al imaginario oficial. En caso de que los realizadores se aventuren a romper el límite de lo establecido, entonces el siguiente paso es condenarlos al ostracismo y vetar sus producciones.

Los argumentos que han usado históricamente contra ellos se basan en la desacreditación; en juzgar o dudar por qué lo hacen, qué buscan y a quién favorecería la imagen que desean proyectar. Toda actitud que roce el límite de lo establecido, se vuelve de inmediato sospechosa y merece ser cortada.

En algunos casos los correctivos fueron mucho más severos. Adrián Guillén Landrián, uno de los principales documentalistas de América Latina, quien captó con su lente las contradicciones iniciales de la sociedad cubana tras enero de 1959, fue enviado como castigo a Isla de Pinos, donde desarrolló esquizofrenia. Después fue internado en un hospital psiquiátrico donde le dieron electrochoques, y luego lo expulsaron del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos). Finalmente salió de Cuba, porque una vez que te apartas del sistema, te conviertes en una no-persona.

Otro caso extremo que demuestra hasta dónde puede llegar la guerra fría cultural, lo protagonizaron, a finales de 1991, el cineasta Marco Antonio Abad Flamand y su amigo Jorge Crespo Díaz. Ambos fueron detenidos por desacato, falta de respeto y propaganda enemiga. Las acusaciones contra ellos se basaban en que los dos realizaron un documental llamado Un día cualquiera. El material no gustó a los comisarios de la Isla por la manera en la que representaba a Fidel Castro.

El enojo de las autoridades caribeñas aumentó cuando el audiovisual fue exhibido en Costa Rica. Según los reportes de Amnistía Internacional sobre el asunto, la dictadura dijo que el documental “provocó una cobertura de prensa negativa al Gobierno cubano”. En consecuencia, la Fiscalía solicitó una pena de ocho años de prisión a los autores.

El ICAIC como arma ideológica

No es casual que la primera institución cultural fundada por la Revolución fuese el ICAIC. Fidel Castro sabía que el arte podía ser una poderosa arma propagandística a su favor, o no, dependiendo del uso que le dieran. Por lo tanto, controlar la capacidad creativa fue tarea de primer orden.

Mientras se formaba el nuevo Estado y se articulaban las instituciones que lo sostendrían, los nuevos gobernantes fueron cuidadosos al seleccionar quiénes dirigirían a los inquietos artistas. Alfredo Guevara fue colocado al frente del ICAIC, Haydée Santamaría en la Casa de las Américas y Nicolás Guillén en la UNEAC. Todos comprometidos y confiables. Todos ponderaban la fidelidad al proceso revolucionario por encima de cualquier libertad estética.

“Hasta 1961 había en Cuba una comisión revisora de películas con normas muy claras: se censuraban películas que promovieran el antisemitismo, el racismo, la pornografía, la discriminación por motivos religiosos, etc. Pero una vez que el ICAIC la eliminó, decidían la censura a partir de criterios desconocidos, arbitrarios, mudables. Sin una ley consensuada, no hay pacto social posible, ni confianza entre gobernantes y gobernados”, relata el profesor de cine Dean Luis Reyes.

La eficiencia de este control se mostró de inmediato con un material que contaba el divertimento de la noche habanera desde la ingenuidad, sin mayores pretensiones críticas. Hablamos del caso PM, el primer hito de la censura revolucionaria. Sus realizadores solo querían mostrar cubanos en el barrio de Casablanca bebiendo y bailando en la noche, pero los comisarios preferían presentar un pueblo uniformado y comprometido. Esa imagen festiva, según ellos, desvirtuaba a la nueva Cuba.

El documental, de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, sin proponérselo provocó un terremoto que sacudió al mundo cultural caribeño. Aquel inocente video originó una serie de reuniones, presididas por Fidel Castro, para determinar cuáles serían las directrices de la nueva política artística. El resultado pasó a la historia con el nombre de Palabras a los intelectuales”, un discurso que oficializaba la prohibición de toda obra artística que se apartara de la “norma revolucionaria”. La esencia de la nueva política cultural quedó resumida en la frase: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. 

En las décadas sucesivas a PM, no fueron pocos los materiales cinematográficos que padecieron igual destino. Tales fueron los casos de El final y Desarraigo (1964), de Fausto Canel, y Coffee Arábiga (1968), de Nicolás Guillén Landrián. La mayoría de los documentales de este último fueron borrados de la historia. En otros eventos, varias películas fueron estrenadas tardíamente por considerarlas “inoportunas”, como Una pelea cubana contra los demonios (1971), de Tomás Gutiérrez Alea.

En los años 80 el escenario siguió más o menos igual. A inicios de esta década sobresalió el documental Conducta impropia, de Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros, que contaba la discriminación hacia personas con sexualidades e identidades disidentes en Cuba. Dicho material fue prohibido en la Isla.

Cuarenta años después no ha cambiado mucho el panorama de la censura en Cuba. Pese a todos los cambios de contexto, los comisarios siguen intentando delimitar qué puede verse y qué no.

¿Por qué puede ser censurada una obra en Cuba?

Para contar la censura cinematográfica en Cuba hay que entender primero que los motivos pueden ser tan variados como inverosímiles. Con Un día de noviembre (1972), por ejemplo, Alfredo Guevara convenció a Humberto Solás de que en medio de una de las épocas más oscuras de la creación artística en Cuba, marcada por la represión en el ámbito de la cultura, la película era “demasiado pesimista”. Entonces la guardaron, anota el profesor y crítico Dean Luis Reyes.

Aunque parezca increíble, en algunos casos los realizadores nunca supieron qué límite tocaron para ser censurados. Sergio Giral nunca tuvo respuesta de por qué no podía exhibirse Techo de vidrio en la década de 1970, si solo contaba la historia de una mujer esquizofrénica. En su material de ficción no había alusión alguna al gobierno, ni buena, ni mala.

Aún más absurdo fue el caso de Alicia en el pueblo de Maravillas (1991), de Daniel Díaz Torres. Si bien el guion fue aprobado, se dio luz verde al proyecto y lo promocionaron durante dos años, su estreno coincidió con el colapso de la URSS; por ende, se determinó que no era el mejor momento para que el público viera el filme. Su ambigüedad política y polisemia podían ser usadas por los contrarrevolucionarios, justificó el cabecilla de la censura, Alfredo Guevara.

Tan solo tres días después de su estreno nacional, Alicia en el pueblo de Maravillas fue retirada de todos los cines cubanos. Incluso en algunos lugares fueron más lejos y la sustituyeron por la cinta soviética El hombre anfibio.

En otros casos, explica Dean Luis Reyes, el motivo de la censura venía con el nombre del realizador. Los materiales de Nicolás Guillén Landrián, Fernando Villaverde, Néstor Almendros, entre otros, ya estaban signados desde el inicio. Algo similar ocurre hoy con los audiovisuales de Miguel Coyula y Carlos Lechuga. 

Otros realizadores fueron engavetados porque emigraron. Melodrama, la última película de Rolando Díaz con el ICAIC, no tuvo el estreno pronosticado porque su director decidió irse a España. Era la Cuba de los años 90, cuando emigrar era peor visto que hoy.

¿Por qué se censura un material cinematográfico? “Mayormente por la misma razón que se silencia a quien alza la voz en Cuba al expresar ideas u opiniones que cuestionan a las élites”, explica Reyes. 

El crítico también apunta que esas razones han variado según las épocas. “En tiempos en que casi todo el cine de la Isla lo producía el ICAIC, la censura obedecía a razones como que el cineasta no era lo suficientemente entusiasta con la Revolución Cubana, o a purgas entre grupos”. Hoy los detonantes pueden ser otros.

Por ejemplo, el filme de terror psicológico ¿Eres tú papa? no fue proyectado en la Isla. Aunque no existe certeza acerca del motivo, la participación de la actriz Lynn Cruz (cuya postura crítica hacia el régimen es conocida) pudo haber influido.

Película censurada, película anhelada

A la altura del siglo XXI, marcar como “prohibida” una película o material audiovisual lo hará más deseable. Los cortos de Nicanor, la serie Crematorio o las películas de Carlos Lechuga han circulado en la Isla en memorias flash o discos duros. En el nuevo siglo, gracias a la tecnología y las vías alternativas para consumir los productos, el ICAIC ha perdido su omnipotencia.

El escenario de producción ha mutado. Si antes era centralizado y estatal, hoy no lo es del todo, y los nuevos espacios dan cabida a disímiles intenciones formales y temáticas.

“Antes la censura era interna; o sea, producía y vetaba el propio ICAIC; pero desde el 2000 en lo adelante se ha vuelto sinuosa”, explica Dean Luis.

Por ello, exhibir esos materiales “problemáticos” en una sección paralela o fuera de concurso durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, se ha convertido en una forma menos grotesca de censura. Es un modo que han hallado las autoridades para mostrar que ellos no prohíben contenidos explícitamente, aunque en realidad sí estén discriminando. El festival que cada año se celebra en la capital cubana es un ejemplo de esas rendijas que abre el totalitarismo.

“El Festival no puede ser comprendido separado del aparato de vigilancia y control del régimen”, dice Reyes. Hay películas como Good bye, Lenin! o La vida de los otros que se exhibieron allí y por única vez en Cuba; así como este año se homenajeó a Nicolás Guillén Landrián, tras décadas de ostracismo.

“Hay que entender que ningún aparato represivo puede vigilar y castigar cada palabra que se dice, cada filme, cada libro. Sobre todo en un evento mastodóntico”, puntualiza el crítico.

Por otro lado, no es lo mismo proyectar un material en una salita pequeña con un público selecto, que hacerlo en cines de todo el país, o llevar el audiovisual hasta las casas, mediante la televisión. Aunque esto último no significa que vetar un material lo aleje de los ojos de las audiencias.

“La censura hoy no funciona y los censores lo saben. Pero tampoco les importa”, opina categórico Reyes.

Seguir demonizando a autores y materiales es solo una muestra de que las autoridades de la cultura administran el espacio público como su coto privado de cacería ideológica.

“Así, de paso, cuidan su puesto y muestran a los jefes lo bravos que son, cuando en realidad hacen el ridículo. Pero es lo mismo que con la plaza pública: no te puedes reunir en el parque o en las calles para protestar, pero sí en Facebook y Twitter. El problema es que lo público es de todos, y el ente encargado de regularlo no puede tener impunidad para decidir, sobre todo si opera con criterios de exclusión que responden a una lógica de dominación de un grupo sobre la mayoría, que es lo que ocurre en Cuba”.

De este largo historial de censura por parte de las instituciones culturales no puede desligarse una de sus más terribles consecuencias. Se trata de la autocensura, un correlato que la acompaña y se mete en la mente de los autores para condicionar su obra desde que comienza a gestarse.

“Creo que en Cuba existe la censura, desde luego, y que es muy burda. Cada vez más burda. Pero esta no resulta tan eficaz como esos mecanismos que cada persona lleva en vena, y que impide que pueda construirse un escenario donde circulen libremente las ideas, y donde la cultura del debate sea algo natural, no impuesto”, apunta el crítico Juan Antonio García Borrero.

El creador del blog “La pupila insomne”, un espacio donde el tema de la censura ha sido ampliamente abordado, concluye que delimitar lo que alguien puede ver o no, es absurdo. “Para mí lo importante es formar espectadores críticos, que sean capaces de enfrentarse al material que sea, y no estar dependiendo de autoridades que nos digan que es lo que conviene ver o no ver”.

Para este artículo CubaNet logró contabilizar 49 materiales cinematográficos que de una u otra manera sufrieron la censura ideológica. Si conoces otros títulos escríbelos en los comentarios para integrarlos a nuestra lista.

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ICAIC anuncia digitalización de 64 obras de Juan Padrón, el creador de Elpidio Valdés

Juan Padrón

MIAMI, Estados Unidos. – El Departamento de Desarrollo y Patrimonio del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) anunció la digitalización de la totalidad de la obra filmada en 35 mm de Juan Padrón.

Este corpus artístico incluye 64 títulos dirigidos por el creador de Elpidio Valdés, de acuerdo con una publicación en Facebook de la revista Cubacine.

El director de Desarrollo y Patrimonio del ICAIC, Francisco Cordero Matienzo, definió la labor como “una importante tarea de conservación de obras fílmicas de incalculable valor cultural”.

En Cuba ya se han digitalizado los Noticieros ICAIC Latinoamericanos, de Santiago Álvarez, y casi 20 títulos de las obras más importantes del cine nacional.

“Entre las proyecciones para el siguiente año se prevé iniciar el proceso de digitalización de 87 documentales de la autoría de Santiago Álvarez”, además de la obra de Juan Padrón, precisó Cubacine.

“Movidos por la importancia cultural e histórica de las obras producidas por el ICAIC, el Departamento de Desarrollo y Patrimonio se mantiene al rescate de la memoria”, ponderó la publicación.

El caricaturista, realizador de dibujos animados, historietista y director de cine cubano Juan Padrón Blanco falleció el 24 de marzo de 2020 en La Habana a causa de una enfermedad pulmonar.

A lo largo de su carrera artística Padrón, de 73 años, ganó importantes reconocimientos, incluidos ocho Premios Coral del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. En 2004 le fue conferido el Premio Nacional de Humor y en 2008 recibió el Premio Nacional de Cine.

Juan Padrón nació en enero de 1947 en Matanzas. Además de los célebres Elpidio Valdés y Vampiros en La Habana (un clásico de su género en Cuba) fue el creador de las series de animados humorísticos Filminuto y Quinoscopio.

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Andrea Doimeadiós en Festival de Cine: “Soy la única actriz joven que quiere estar en Cuba”

Andrea Doimeadiós, Cuba, Festival

MIAMI, Estados Unidos. — Andrea Doimeadiós, hija del reconocido actor, humorista y dramaturgo cubano Osvaldo Doimeadiós, dejó varios “recados” al funcionariado oficialista que acudió a la inauguración del 43 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, iniciado el pasado jueves en La Habana, Cuba.

La joven, que estuvo a cargo de la conducción de la gala de apertura, ironizó sobre varias cuestiones que involucraban a los altos dirigentes presentes en el acto: Inés María Chapman, viceprimera ministra del régimen cubano; Alpidio Alonso, ministro de Cultura; y Rogelio Polanco, jefe del Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba (PCC).

“Soy la única actriz joven cubana que quiere estar en Cuba”, dijo Doimeadiós, quien hizo referencia al persistente frío que se sentía en el cine Charles Chaplin, sede de la apertura del Festival.

Las palabras de la joven fueron compartidas en redes sociales por el medio independiente El Toque.

“La intervención de Doimeadiós ha generado mucha polémica y ha despertado el malestar de sectores cercanos a la oficialidad. Como se escucha en el audio, la actriz y humorista se quejó del frío de la sala y utilizó lo que parece ser un tono sarcástico al referirse a varios altos cargos gubernamentales y políticos presentes en la inauguración”, indicó la plataforma en su `publicación.

En otro momento de su intervención, la presentadora también lanzó un dardo al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

“Economizando los recursos, así como hace el ICAIC con el salario de los actores”, expresó la joven.

Uno de los momentos estrella de Doimeadiós fue cuando hizo referencia a Rogelio Polanco, jefe del Departamento Ideológico del PCC.

“¿De qué se hablará en ese departamento? Es una pregunta que siempre me he hecho”, sostuvo la actriz, cuyas intervenciones fueron aplaudidas y celebradas por la mayoría del público asistente al lugar.

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El cine cubano libre sigue marcando pautas

cineastas cine cubano

MIAMI, Estados Unidos.- En el año 2010 el cineasta Lester Hamlet era invitado al Festival de Cine de Miami con su largometraje Casa vieja, adaptación de una reconocida y controversial pieza teatral de Abelardo Estorino.

Aquí lo conocí personalmente y luego he seguido su carrera en los medios sociales, donde supe que dirigiría una telenovela y numerosos actores lo felicitaban y aprovechaban la ocasión para ofrecer sus servicios.

A finales de agosto Hamlet dejó saber que lo declararon persona non grata en su propio país porque no regresó en el tiempo estipulado de un viaje al exterior, nada de extrañar, parte del modus operandi del régimen.

Entonces el ministro de Cultura le sale al paso públicamente y dice que es un error de “protocolo” del ICAIC y su entrada está garantizada, pero todo parece indicar que Hamlet desconfía de tanta benevolencia y hace unas horas bajó en el aeropuerto de Miami, al parecer con intenciones de no retornar.

De tal modo continúa la fuga de miembros de diversas generaciones pertenecientes al cine independiente cubano, que el régimen ha desarticulado tomando ventaja de la pandemia y de enfrentamientos públicos que se produjeron entre artistas y funcionarios impresentables.

Igual que antes, quienes se exilian dejan de existir para la llamada cultura oficial, aunque a diferencia de otras épocas el público se mantiene al tanto del quehacer de sus coterráneos gracias a los medios sociales.

Orlando Jiménez Leal, Fausto Canel, Roberto Fandiño, Eduardo Manet, Alberto Roldán, Fernando y Miñuca Villaverde, integran un grupo de cineastas adelantados, quienes luego de intentar lidiar con la realización cinematográfica en un medio hostil, no demoraron en dilucidar la trampa a la cual estaban abocados: el llamado cine revolucionario ─iniciado justamente en 1959─ debía entrar por el aro ideológico castrista ya fuera de modo subliminal o directamente.

Los mencionados realizadores prefirieron reinventar sus vidas, como parias de la izquierda internacional, que seguir siendo cómplices de una agobiante dictadura.

En aquellos tiempos de incertidumbre, el presidente del ICAIC, Alfredo Guevara, mediante sus conexiones era capaz de influir para que los cineastas “contrarrevolucionarios” fueran omitidos por eventos cinematográficos y potenciales productores.

Desde entonces resulta difícil y complejo seguir siendo colaboradores de la narrativa y los modelos ideados por el ICAIC para legitimar sus enjutas quimeras, si realmente se quiere disfrutar de las ventajas de la libertad.

Casi todos los cineastas que permanecieron en la isla luego de aquellos exilios preliminares terminaron siendo parte de la componenda oficialista.

Fueron mangoneados o privilegiados, en dependencia de su lealtad, y en ocasiones hasta reclutados por la policía política para delatar a sus semejantes.

Algunos de los que prefirieron esperar para tomar el camino irremediable del destierro, dictado por la dignidad, o fallecieron sin lograrlo, sufrieron la censura de obras emblemáticas como Nicolás Guillén Landrián, Sergio Giral, Orlando Rojas, Rolando Díaz y Daniel Díaz Torres.

Fernando Pérez, hoy por hoy, sigue siendo la paradójica excepción de un cineasta de rasgos contestatarios bendecido por las estructuras burocráticas del régimen.

El ICAIC falleció de irrelevancia, el propio castrismo lo liquidó en un arranque de soberbia cuando supo que ya no servía a sus propósitos doctrinarios y propagandísticos.

Los jóvenes cineastas que ahora se abren paso en cónclaves internacionales con lo que parecen ser obras reveladoras sobre los desmanes del régimen como El caso Padilla, documental de Pavel Giroud, seleccionado por el prestigioso Festival de Telluride en Colorado, van armando su propio legado, distante de la turbulencia causada por el ICAIC en sus años de esplendor.

Los medios de prensa oficiales ignoran esta y otras noticias, como la presencia del largometraje Vicenta B, de Carlos Lechuga, en algunos de los principales festivales de cine más importantes del mundo.

El propio encuentro cinematográfico de La Habana, que se celebra en diciembre, acaba de cerrar su convocatoria con dos mil películas, donde debieran figurar Lechuga y Giroud, quienes ahora mismo prestigian la cultura nacional, como otros artistas, escritores e intelectuales que han decidido vivir en libertad.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Reconocido director de arte desesperado por precaria situación de su vivienda

Luis Lacosta cultura cubana

MADRID, España.- El reconocido director de arte cubano Luis Lacosta dijo en Facebook estar desesperado por las pésimas condiciones en que se encuentra su vivienda. 

“¡Estoy desesperado, no sé qué hacer!”, expresó Acosta luego de explicar que lleva más de dos años intentando arreglar la cubierta de su casa, sin poder lograrlo por solo contar con unos pocos ahorros.

Él y su esposa, “discapacitada por una dolorosa enfermedad”, están jubilados, con la “desventajosa jubilación de ambos”. 

La situación es que las filtraciones inciden sobre las camas, la mesa de la computadora que está para protegerla cubierta con un nylon, los libros y todos los archivos que considero de gran valor patrimonial, que ahora me encuentro trasladándolos a buen recaudo”, precisó. 

Luis Lacosta

“Nunca pensé llegar a este punto de la desesperación. (…) Cuando me pongo a analizar la palabra desesperación, entiendo por qué tantas personas se quitan la vida en el ocaso de esta, por no tener solución a sus conflictos”, manifestó. 

De acuerdo a sus declaraciones, ha pedido ayuda a los organismos para los que ha trabajado y con los que continúa colaborando, pero no ha recibido respuesta. 

Luis Lacosta acaba de cumplir 80 años, de los cuales más de 60 ha estado trabajando al servicio de la cultura cubana. En el Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC) y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNION) se ha desempeñado como diseñador escenográfico, decorador, diseñador de vestuario y de iluminación. Además ha impartido clases de su especialidad en centros universitarios.

Tras la publicación de Luis Lacosta, personas cercanas han planteado la idea de hacer una recaudación para poder ayudarlo.

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Fernando Pérez: el naufragio de su quimera parece inevitable

Fernando Pérez

MIAMI, Estados Unidos.- El reconocido director de cine cubano Fernando Pérez concedió una entrevista al sitio Luz Nocturna, en la que habla de su carrera y de la fe que deposita en las nuevas generaciones de coterráneos.

Pérez se refiere a la creación del Grupo G-20 en el 2013, cuando los cineastas hicieron reclamaciones largamente obliteradas por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y responde una pregunta sobre la protesta del 27 de noviembre del 2020 frente al Ministerio de Cultura, cuando fue recibido por los burócratas, junto al actor Jorge Perugorría, para tratar de lidiar con aquella suerte de rebelión cultural.

La visita de ambos artistas, junto a otros miembros del movimiento 27N, previamente seleccionados por las instancias oficiales, no tuvo resultados notables.

No es primera vez que el cineasta tropieza con la intolerancia, al parecer nunca aplicada a sus más controversiales películas. Pérez dirigió la Muestra ICAIC de Cine Joven y la abandonó en el 2012 como protesta a la censura de un documental que había recomendado en la programación de ese año.

En su reciente entrevista, el director de la memorable Madagascar, donde se subliman ideas en franca oposición a la cerrazón castrista, dice echar de menos los años sesenta cuando “todo parecía posible”.

Mientras Fidel Castro trazaba su ruta hacia el totalitarismo que la Unión Soviética prodigaba a sus satélites, el cineasta asegura que su “generación estaba cambiando este país”. “La dinámica del pensamiento vibraba y, aunque todo el mundo no pensaba igual, las ideas predominantes eran las del cambio”.

En La vida es silbar hay unos personajes que cuando escuchan las palabras “libertad”, “democracia” u otras anatemizadas por el castrismo se desmayan, no lo pueden soportar.

José Martí: el ojo del canario presenta a un joven Martí que increpa al vejestorio colonial español por no dejarlo expresarse y vivir libremente.

En la propia Madagascar la protagonista siente angustia en una reunión de mediocres colegas profesores, donde parece no haber salida a sus reclamos, y se pregunta si mejor es poner una bomba en aquel lóbrego cónclave.

A diferencia de otros cineastas de generaciones precedentes a la suya, la obra de Fernando Pérez no parte de la posibilidad de restaurar la llamada “revolución”.

La ruina sistemática acontecida entre los nostálgicos años sesenta y los primeros veinte y tantos del siglo XXI pone en duda la idea de que “las ideas predominantes del cambio” significarían algún tipo de progreso para la nación sin libertad.

Pérez subraya que el ICAIC era una escuela, nunca con sentido académico, donde la cultura florecía y se “discutía constantemente”.

En medio de ese supuesto esplendor intelectual, algunos de sus colegas decidieron buscar el destino en otra parte y, durante muchos años, fueron eliminados de los anales culturales de la nación, hasta de la Cinemateca que debió protegerlos.

Actualmente, no pocos jóvenes cineastas hartos de esperar cambios que no acontecen han tomado el mismo camino del exilio. Algunos se interesan por la historia y están convencidos que el pecado original de tanto desasosiego nacional proviene de la trampa que significó sustituir dictadura, por tiranía y ya no se dejan engañar.

Las nuevas generaciones no guardan vínculos de ninguna índole con pasado tan abyecto. Fernando Pérez se queja lastimosamente de la realidad que apabulla esperanzas de recuperación ciudadana:

“El discurso oficial va por un lado y la realidad por otro. Eso es muy dañino. La gente necesita respuestas, necesita diálogo. ¿Cómo mantener un diálogo? ¿A nivel de oposición? Yo no quiero ser opositor, pero ¿cómo voy a seguirte si lo que me dices no tiene que ver con mi realidad?”.

El castrismo no repara ni en intelectuales de esta categoría, con alguna permisibilidad, que le pudieran dispensar buena promoción internacional. No le interesa lo que dice el cineasta, no lo respeta. Sus declaraciones ni siquiera son rebatidas por los medios oficiales.

“Mientras sigamos cerrados, con el mismo discurso; mientras no se abran nuestros medios y la Mesa Redonda vaya por una sola línea, esto no va a mejorar”, asegura Pérez con desilusión tardía.

“Tenemos que lograr un país más plural, como lo quería Martí. Esa era la idea de la revolución por la que luchamos. Y yo me siento revolucionario”, subraya Fernando Pérez, esperanzado, aunque el naufragio de su quimera resulta inevitable.

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Cine cubano, resumen del año 2021

cubanos cine ICAIC

MIAMI, Estados Unidos.- Hubo un tiempo en el que el llamado Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) funcionó como una suerte de aparato ideológico privado del dictador Fidel Castro. Luego, otras circunstancias históricas hicieron que su obstinación se fuera disipando.

Sitio sumamente elitista, montado en una edificación sofisticada de El Vedado, incautada a sus dueños originales, sin recompensa.

Aquel lugar lo fundó y presidió un comunista cabal, aficionado a los desplantes, no muy afín a las masas populares, quien, entre sus numerosos desempeños e intrigas palaciegas, debía afrontar la oposición de otros militantes en el poder, más burdos a la hora de hacer valer “la dictadura del proletariado”.

En el ICAIC se enquistó la especie intelectual supuestamente en conflicto con la burocracia intermedia de la nomenclatura gobernante. Muchas de sus obras abogaban por la idea peregrina de perfeccionar las iniquidades tempranas de la revolución socialista.

Los que se resistían a entrar por tan estrecho aro, terminaron exiliados. Excepcionalmente, algunos de los que permanecieron en la isla abogaron por espacios de libertad de opinión, en medio de la impetuosa dictadura, y pagaron caro por su infidencia.

Contados son los que siguen utilizando estéticas antediluvianas, puestas en práctica por directores del socialismo real europeo, para evitar atropellos subsiguientes. Otros optaron por agenciarse una carrera de realizadores cinematográficos a costa de mancillar su decoro personal.

Aquellas aguas turbulentas trajeron los “fangos” actuales. Son las consecuencias de la prioridad que recibió la censura velada y la amenaza, durante los supuestos años dorados de la institución.

Actualmente, la mediocridad y la represión abierta se han entronizado en los dilapidados espacios del edificio del ICAIC, dirigido por funcionarios sin señas culturales, con la activa colaboración de “artistas” que, desde temprano, militaron en la execrable plantilla de las delaciones y los traspiés.

Una información aparecida en la prensa oficialista da cuenta del desarrollo de la filmografía nacional durante el año 2021, no obstante, la pandemia y el llamado “bloqueo” americano.

“La decisión fue filmar, crear, hacer”, subrayó Ramón Samada, el actual presidente del ICAIC, quien ostenta en su cuenta de Twitter una suerte de dazibao castrista, donde lo que menos abunda son las reflexiones sobre cine.

La producción resultó ser tan precaria como la propia economía desvencijada que la sustenta y controla.

Se estrena póstumamente un largometraje de Rigoberto López, El Mayor, sobre la figura de Ignacio Agramonte. Según comenta un prestigioso crítico de cine y profesor, quien recientemente ha sido fulminado por uno de sus propios alumnos, se trata de más de lo mismo. Épica estatuaria de próceres anquilosados.

Enrique Alvarez logró hacer otro largometraje, La caja negra, que ha sido descrito, perturbadoramente, por un crítico de cine más cercano a la historia oficial: “La alegría del triunfo revolucionario el primero de enero, la convocatoria a la huelga general, la desbordante efervescencia generada en las calles, la admiración a Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, los cambios sociales emprendidos por la revolución naciente, la incertidumbre por la perdida de Camilo, la explosión de la Coubre y muchos otros acontecimientos”.

Al parecer, el proyecto Palomas se sigue preocupando por los desventurados, en dos documentales sobre las abuelas y las “cuidadoras”, respectivamente.

Se estrenó un documental titulado Soberana, con el tema de las vacunas cubanas contra el COVID 19, que termina siendo una mezcolanza propagandística bastante intolerable y aburrida.

También se presentó el largometraje Agosto, de Armando Capó, que pude ver hace como dos años en el Festival de Toronto, sobre un adolescente que se entera tarde sobre la partida de seres queridos en el terrible verano del año 1994, durante la llamada crisis de los balseros. Tal vez la obra más reveladora e independiente de las exhibidas en las salas de cine.

Por supuesto que el menoscabado ICAIC ha hecho caso omiso de momentos que merecen ser reconocidos en cualquier resumen respetable sobre los acontecimientos cinematográficos nacionales del pasado año.

Miguel Coyula pudo terminar y estrenar su largometraje Corazón azul, luego de diez años de realización y todo tipo de artimañas y obstáculos para que no ocurriera. Se ha presentado, con éxito, en festivales internacionales.

El cortometraje Tundra, de José Luis Aparicio, fue aceptado por el exigente festival Sundance, donde antes solamente solían entrar filmes producidos por el ICAIC, mediante componendas con la dictadura.

Carlos Lechuga le da los toques finales a Vicenta B., para terminar la trilogía donde brillan Melaza, así como Santa y Andrés.

Tanto Coyula, como Aparicio y Lechuga son “no personas” para el tramitado panorama cultural del castrismo. Todos, de alguna manera, culpables de haberle faltado el respeto, con sus respectivas poéticas, al proceso revolucionario “irreversible”.

Por último, vale la pena recordar en este recuento el capítulo insólito de un cineasta exiliado, invitado al Festival de Cine de La Habana, con un documental sobre República Dominicana, cantarle públicamente las cuarenta a la tiranía en su propio escenario achacoso. Con tal gesto, Rolando Díaz abrió un resquicio de esperanza en medio de tanta penumbra.

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La Diva y el olvido injusto

Gina Cabrera

MIAMI, Estados Unidos.- El revelador documental Divas, dirigido por Adolfo Llauradó en 1995, convoca entrevistas de 11 leyendas cubanas que hicieron historia durante la gloria republicana. No sólo son apuntes históricos para la posteridad de muchas figuras preteridas por la rusticidad “verde olivo”, entronizada en 1959, sino la demostración fehaciente de su éxito rotundo cuando se desenvolvían profesionalmente en libertad.

Todas las actrices elogian el pasado, no solamente porque eran jóvenes, bellas y mimadas por su público, sino debido a que las posibilidades artísticas eran variadas, numerosas y respetables en términos económicos.

En el grupo figuran, incluso, dos divas seguidoras del castrismo como Consuelo Vidal y Raquel Revuelta, quienes, sin embargo, se quejan enfáticamente de las distorsiones ocurridas en el oficio por la burda intromisión política.

Con el paso del tiempo el documental del actor Llauradó ha ganado en relevancia porque muchas de sus protagonistas ya han fallecido, y algunas de las entrevistas son los únicos testimonios en imágenes que quedan de las mismas para el porvenir.

El zar del cine revolucionario cubano, Alfredo Guevara, consideraba a estas figuras como rezagos del pasado, con la excepción de Raquel Revuelta o la propia Vidal, quienes ostentaban notable influencia política. Hizo todo lo que estaba a su alcance para que no aparecieran en la nueva filmografía.

Rosita Fornés fue rescatada, excepcionalmente, por Orlando Rojas, en Papeles secundarios (1989), y Juan Carlos Tabío, en Se permuta (1995).

El propio concepto de “Divas”, utilizado por Llauradó como un guiño maldito, estaba en las antípodas de la idea proletaria para denotar a las actrices del cine oficial cubano como “compañeras”.

Aquellas estrellas del pasado, además de pertenecer a una clase social en quiebra, generalmente estuvieron involucradas con galanes que terminaron por exiliarse o conspiraron contra el castrismo, circunstancias que las alejaba más de la posibilidad de participar del cine europeizante alentado por Guevara y sus seguidores.

El ICAIC y la tramitada cinemateca que incautó a sus fundadores originales, también prohibieron durante años la cinematografía nacional realizada antes de 1959.

Muchos de aquellos actores y directores, principalmente de los años cincuenta, terminaron por abandonar la intolerancia dictatorial, pero actrices que permanecieron en la isla como Gina Cabrera y Maritza Rosales, por mencionar dos figuras emblemáticas, debieron sufrir el castigo de ninguneo deparado a los “apátridas” en el coto del ICAIC.

A pesar de la insufrible politización de la televisión como medio de adoctrinamiento, sus estructuras de producción no pudieron eludir a quienes habían logrado colocar la pequeña pantalla de la isla entre las más exitosas del continente antes de la dictadura.

Allí se refugiaron las “Divas”, aceptaron recortes salariales leoninos, hicieron guardias de milicias y trabajo voluntario en la agricultura. Sufrieron, en silencio, inimaginables carencias y humillaciones. Solamente hay que ver en el documental de Llauradó a Margarita Balboa referirse a los comerciales que hacía de pasta dentífrica, mientras exhibe una dentadura devastada por la desidia.

Ahora acaba de fallecer, a los 93 años, Gina Cabrera, tal vez una de las más versátiles artistas que aparece en Divas, donde se mueve con el donaire de una reina extemporánea resumiendo, mediante perfecta dicción, su extensa y triunfante carrera.

En la última parte de la entrevista se acerca a un librero, habla de su relación casi filial con aquellos volúmenes y señala dos de los mismos, El arte poética, de Aristóteles, así como otro que atribuye a una autora llamada Rosa María, que se titula El arte de comer bien, para terminar con la frase que es toda una suerte de sutil provocación: “Es muy importante comer bien”, como para recordarnos que nadie podía escapar de la devastación alimentaria de la isla.

Tuve la oportunidad de conocer personalmente a Gina Cabrera cuando coincidimos en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, en la licenciatura de Historia del Arte.

Era un programa nocturno, abierto para profesionales, donde a la sazón figuras consagradas de la televisión fueron impelidas a sacar títulos universitarios para poder seguir trabajando en el medio.

Mi aula era todo un espectáculo con Mariana Ramírez-Corría, Edwin Fernández, Nilda Collado, Maritza Rosales, Cuqui Ponce de León y la propia Gina Cabrera, entre otras estrellas.

La recuerdo puntual y distante, en ocasiones todavía enfundada con parte del vestuario del personaje que había acabado de interpretar en una de las tantas series de Aventuras que protagonizó.

En cierta ocasión sentí pena cuando vi aquel fantasma solitario del pasado, antes de comenzar la clase, disfrutando con premura croquetas que había envuelto en el papel de libretos recién actuados.

Ahora la prensa oficialista cubana le dedica tardíos ditirambos, como fundadora de la televisión y protagonista de programas comerciales que hasta el otro día fueron anatemas en el prontuario ideológico del castrismo.

El laborioso realizador Carlos Collazo le dedicó recientemente un documental titulado Gina, donde incluso el director actual de la Cinemateca de Cuba, quien no es muy dado a tomar riesgos, se refiere a cómo el cine oficialista no la tuvo en cuenta luego de 1959, aunque no explica por qué.

Tal vez le hubiera correspondido al funcionario de marras rendirle algún tributo a la carrera cinematográfica de Cabrera, tanto en Cuba como en México, aprovechando la ausencia de la malsana influencia de Guevara en la presidencia del ICAIC.

Todo parece indicar, sin embargo, que Gina Cabrera evitó caer en la indigencia debido a la esmerada atención de su hijo, quien da las gracias en un texto que se incluye al final del documental de Collazo, donde hace, por otra parte, la siguiente salvedad: “A pesar del olvido injusto”.

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Bergman y Kubrick también fueron víctimas de la censura castrista

película Cuba censura

MIAMI, Estados Unidos.- Luego de algunos a­ños he vuelto a disfrutar, en detalle, la transgresora película “Persona”, realizada por Ingmar Bergman en 1966, en prístina copia restaurada que pertenece al exquisito catálogo del Criterion Channel.

Al igual que alguna otra filmografía de esa década, tan conflictiva para el mundo, las reflexiones políticas y filosóficas del preámbulo y el epílogo del filme, llamadas a epatar el confort del espectador occidental, tienen un tufo extemporáneo.

El argumento no deja de ser raro pero simple, cierta actriz famosa ha dejado de comunicarse, no quiere hablar, y convalece en residencia junto al mar con una enfermera parlanchina y sincera.

Liv Ullmann es la actriz y Bibi Andersson la asistente, dos íconos de la escuela de actuación sueca, que cargan sobre sus espaldas las especulaciones de mujeres imbuidas en distintos tipos de desconcertantes encrucijadas existenciales.

La guerra de Vietnam figura como brevísimo apunte colateral en la imagen del bonzo que se prende fuego, así como el holocausto en la foto de un niño judío polaco que alza las manos cuando es detenido por los nazis.

“Persona” no tiene ninguna otra referencia política, sin embargo, los comisarios ideológicos del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) consideraron que el espectador cubano común, al cual siempre pretendieron adoctrinar desde 1959, aún no estaba preparado para sentarse en un cine y disfrutar la exquisita puesta en escena de Bergman.

¿Cuáles serían las razones de esta absurda censura, me sigo preguntando en lo que repaso la película? ¿Tal vez la detallada orgía que describe la enfermera Alma, prohibida, parcialmente, incluso en los propios Estados Unidos e Inglaterra, hasta que se editaran nuevas versiones a principios del siglo XXI? ¿La imagen del pene erecto que aparece en el prólogo? ¿O las insinuaciones de acercamientos lésbicos entre ambos personajes?

Claro que la película fue controversial en su momento. Discutida hasta el agotamiento. Premiada en diversos festivales y muy celebrada por la crítica especializada. No es para programar en una matinée de domingo, pero tampoco para ser totalmente censurada.

Uno de los absurdos de la prohibición castrista de “Persona” fue que, desde entonces, el filme solo podía ser exhibido a los alumnos que estudiaban Psicología en la Universidad de la Habana, carrera sumamente selectiva, sólo para revolucionarios.

Supe de amigos, cinéfilos empedernidos, que intentaron matricular la carrera de Psicología para estar en una de las funciones docentes de “Persona”.

Por esos años, la Facultad de Psicología fue expurgada, cruelmente, de estudiantes considerados gays o diversionistas, proceso que también sufriera la Escuela de Arquitectura. Me imagino que la proyección académica de “Persona” también terminó cuando se desató la ofensiva revolucionaria, llamada a frenar errores del “pensamiento crítico” universitario.

Si no fueran tan dañinas tales medidas arbitrarias y represivas bien pudieran figurar en la historia del ridículo o de los chistes de mal gusto.

A finales de los años ochenta estaba cubriendo el Festival del Nuevo Latinoamericano en La Habana y en la sección dedicada al mercado internacional supimos, casi como un secreto, que se proyectaría la película “El hombre de hierro”, del legendario director polaco Andrzej Wajda, que de alguna manera reflejaba la historia del Sindicato Solidaridad.

El mercado funcionaba en una salita de proyección cercana al ICAIC, y allí llegamos con nuestras credenciales y nos dejaron entrar. Recuerdo que en el grupo se encontraba el crítico de cine Mario Rodríguez Alemán.

Poco antes de que el filme comenzara a la hora prevista, sin embargo, se asomó un hosco burócrata del Instituto y, sin pestañar, les dijo a los presentes que “los cubanos” debían abandonar la sala.

Obedecimos sin protestar, y los extranjeros presentes tampoco preguntaron por qué los nacionales no podían ver el contestatario filme de Wajda.

El capítulo fue, sobre todo, una vergüenza para el venerable comunista Rodríguez Alemán, quien abandonó la sala, a todas luces, algo perturbado. Nosotros teníamos el hábito de los atropellos y el miedo.

Cierta vez, el ICAIC se hizo de una copia de “El resplandor”, la obra maestra de horror dirigida por Stanley Kubrick. Tal vez él mismo se las había hecho llegar, gesto bien común entre artistas que admiraban a la llamada revolución y estaban convencidos de que el cruel imperialismo americano impedía el conocimiento de sus obras en la “valiente isla”.

De nuevo la élite del Instituto, sus directores, funcionarios, especialistas, en fin, una caterva improductiva de “botelleros” y personas dadas a levantar obstáculos, consideraron que “El resplandor” no era apropiada para ser presentada al público cubano, y comenzaron a proyectarla en sesiones especiales a donde eran invitados otros tracatanes del régimen.

Recuerdo haber sabido, por uno de dichos burócratas, que se estaba considerando presentarla en cines de arte habaneros, previa reedición para cortar no se sabe qué fragmentos perniciosos desde el punto de vista de la perturbadora doctrina castrista.

Imaginar a diestros editores del ICAIC macheteando a Kubrick, causaba más horror que el de la propia película.

¿Será, tal vez, que alguno de los adláteres de Castro halló semejanzas entre los desafueros enloquecidos del dictador y la paranoia alucinante del personaje que interpreta Jack Nicholson, un aparente buen padre, quien se dedica a la literatura, y luego enloquece para desdicha de su familia?

El consabido cartel de “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia” hubiera podido enmendar tal entuerto.

Cine Cubano en Trance con Alejandro Ríos.

Dilucidar la isla y su cultura a partir del séptimo arte que la denota. La intensa quimera de creadores, tanto nacionales como foráneos, que no cesan de manifestar una solidaria curiosidad por tan compleja realidad, es parte consustancial de esta sección.

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