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24 de febrero: otro falso argumento de la historiografía castrista

guerra Estados Unidos cubanos

LA HABANA, Cuba.- Estados Unidos no les arrebató la victoria a los independentistas cubanos, sino que contribuyó a su triunfo sobre el colonialismo español.
Son muchos los falsos argumentos empleados por la historiografía castrista acerca de las gestas independentistas llevadas a cabo por los cubanos en el siglo XIX contra el colonialismo español. Se enmarcan, en lo fundamental, en el interés de las autoridades cubanas por avivar su diferendo con Estados Unidos y  presentar un pasado que legitime el presente que padece la isla.

Entre las más recurrentes falacias del régimen cubano sobresale la que atribuye la intervención de Estados Unidos en la guerra de 1895 al deseo de Washington de arrebatarles la victoria en esa lid a los independentistas cubanos.

En ese contexto, y en el entorno de un nuevo aniversario del inicio de la guerra necesaria, convocada por el apóstol José Martí, el periódico Granma arremetió contra nuestro vecino norteño, y también en detrimento de las autoridades cubanas emergidas a partir de 1902.

Tras mencionar que la voladura del acorazado Maine fue el pretexto utilizado por Estados Unidos para intervenir en esa contienda, el periódico castrista apuntó que “no fue casual que se produjera la intervención militar en esos precisos momentos. Ellos conocían perfectamente que el Ejército Libertador, que durante 30 años había combatido contra las tropas españolas, muy superiores en armas y en hombres, estaba a punto de obtener la victoria”.

El órgano periodístico del castrismo nada dice de la aspiración de los mambises cubanos, incluso desde la guerra independentista de 1868, por que Estados Unidos interviniera en el conflicto, o reconociera la legitimidad de la lucha de nuestros independentistas, y así contribuyera a poner fin al dominio de Madrid sobre la isla.

Por tal motivo, y contrario a lo que hoy aduce la propaganda castrista, fue acogida con sumo agrado por los cubanos la Resolución Conjunta del Congreso de Estados Unidos, de abril del 1898, en la que proclamaba el derecho de los cubanos a su libertad e independencia, al tiempo que abría las puertas a la intervención de Washington en la gesta que había comenzado el 24 de febrero de 1895. Mambises de la talla de Calixto García, José Miguel Gómez y Cosme de la Torriente, así como también el periódico Patria -que había sido fundado por el propio Martí- fueron algunas de las voces que se alzaron para respaldar el pronunciamiento y la acción de los norteamericanos.

Incluso aquellos que después se impacientaron por la ocupación militar de Estados Unidos en la isla, a partir del 1ro de enero de 1899, supieron deslindar la ocupación del involucramiento de Washington en el conflicto. En ese sentido traemos a colación lo anotado por el generalísimo Máximo Gómez en su diario el 8 de enero de 1899: “Los americanos están cobrando demasiado caro con la ocupación militar del país su espontánea intervención en la guerra que con España hemos sostenido por la libertad y la independencia. Nadie se explica la ocupación. Así como todo espíritu levantado, generoso y humano se explicaba, y aun deseaba la intervención”.

Como se conoce, la ocupación militar de la isla por Estados Unidos -como vimos, cuestionada políticamente por algunos, pero celebrada por todos debido a los adelantos económicos, educativos y sociales que le deparó a la isla- concluyó el 20 de mayo de 1902, cuando Cuba obtuvo su independencia. Una independencia completada en 1934 al ser abrogada la Enmienda Platt, la última tutela que existía entre la isla y su vecino norteño.

Aunque les pese reconocerlo a los gobernantes cubanos, la verdad no puede ser adulterada. Estados Unidos no les arrebató la victoria a los independentistas cubanos, sino que contribuyó a la victoria final de los mambises contra la metrópoli española.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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La Constitución del colorete

Cubanos leyendo el proyecto de constitución (cmljcabaniguan.blogspot.com)

GUANTÁNAMO, Cuba.- Ya está a la venta el tabloide con el texto final de la Constitución de la República de Cuba, aprobado por unanimidad durante el último período de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

En ese período de sesiones, algunos miembros de la comisión redactora de la Carta Magna afirmaron que el proyecto había sido modificado en un 60%, y que todas las opiniones del pueblo habían sido valoradas y tenidas en cuenta. Sin embargo, una simple lectura al nuevo texto evidencia que no fue así.

Aunque se ofrecieron datos sobre los artículos más polémicos, que fueron el del matrimonio igualitario (art. 68 del proyecto), el referido al tiempo de mandato del Presidente de la República (art. 121) y el de la elección de los gobernadores provinciales, presidentes y vicepresidentes de las Asambleas Municipales del Poder Popular -entre otros, no se ha ofrecido información alguna sobre los cuestionamientos que recibieron los artículos relacionados con la irreversibilidad del “socialismo” cubano y la preeminencia del Partido Comunista, ello con la marcada intención de reforzar la falacia de que en Cuba existe una unidad monolítica entre el pueblo y la cúpula gobernante.

Ya comenzó la campaña para que el pueblo vote por la Constitución. Diariamente la televisión transmite decenas de declaraciones de ciudadanos que repiten con precisión de autómatas las ideas lanzadas por los ideólogos del castrismo. ETECSA, el monopolio castrista de las comunicaciones, ha llegado al extremo de impedir la transmisión de mensajes con un contenido opuesto, para evitar la propagación de toda idea que dañe el mecanismo de “zombización” echado a andar por la dictadura, lo cual es una extraordinaria violación de la privacidad de sus clientes.

Como parte de esa propaganda, este miércoles 9 de enero volvió a salir al aire el programa televisivo “Hacemos Cuba”, donde la Vice Presidenta de la Unión de Juristas de Cuba, señora Yamila González Ferrer, y el Dr. Leonardo Pérez Gallardo, Presidente de la Sociedad de Derecho Civil y de Familia, se encargaron de introducir a la teleaudiencia en el contenido del Título V, Derechos, Deberes y Garantías.

Como era de esperar, los especialistas elogiaron la Constitución y, específicamente, el título mencionado, que consta de seis capítulos. Según expusieron, al eliminar la clasificación de los derechos en individuales, sociales, económicos, culturales, civiles y políticos, existente en el proyecto, la Constitución ganó en técnica jurídica. Consideraron que otro logro es el perfeccionamiento del capítulo dedicado a las garantías constitucionales. También se refirieron a que el artículo 42 (antiguo 40 del proyecto) adicionó, como causas lesivas al derecho de igualdad, la discriminación por razones de edad u origen territorial, lo cual hace presumir que -de respetarse la Constitución, algo que está por ver, si tenemos en cuenta lo ocurrido con la que aún está vigente- terminarán las deportaciones masivas de los cubanos de provincias que sean detenidos por la policía en la “capital de todos los cubanos”. Nada dijeron los invitados al programa sobre la inexplicable ausencia de la discriminación por razones políticas en ese artículo, lo cual dice muchísimo del presunto respeto hacia el derecho de igualdad de las personas.

Continuando con sus elogios de la Constitución, ambos estudiosos se refirieron al artículo 40, que establece que “la dignidad humana es el valor supremo que sustenta el reconocimiento y ejercicio de los derechos y deberes consagrados en la Constitución, los tratados y las leyes”. También afirmaron que el artículo 47 establece que “todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad y deben guardar entre sí una conducta de respeto, fraternidad y solidaridad”.

Por supuesto que ninguno de los dos trató de explicar cómo pueden materializarse esos artículos en un país donde existe una feroz discriminación política que coarta los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de quienes son considerados unos “mal nacidos” por el Presidente de la República, solo por el hecho de defender la democracia y los derechos humanos. Por mucho que intentaran hacerlo no creo que podrían, como tampoco podrían explicar de qué forma uno de esos cubanos discriminados puede lograr el libre desarrollo de su personalidad. ¡Que les hablen de respeto, violencia de género, tolerancia, fraternidad y solidaridad a las Damas de Blanco, a los opositores pacíficos, a los periodistas independientes y a todo aquél que ha intentado modificar las enervantes lindes del castrismo!

De nada sirve afirmar que el proyecto de constitución fue modificado en un 60 % si las únicas opiniones que se tuvieron en cuenta fueron las afines a los intereses de los comunistas. La carencia de argumentos de los mandantes es tanta que ni siquiera se atrevieron a abordar públicamente los cuestionamientos hechos a la imposición de la irreversibilidad del socialismo y al Partido Comunista como fuerza supuestamente superior de la sociedad cubana. La explicación del señor Homero Acosta Álvarez, acerca de que el pueblo no debería tener complejos acerca de la forma de elección del Presidente de la República, fue el ejemplo más evidente de que cuando no se tiene razón no se puede convencer a nadie, por muy capaz que sea el hablante.

Si la Constitución, como norma suprema del Estado, refleja el empoderamiento del pueblo, la nuestra prueba que aquí el soberano es usado como mecanismo de impulsión de los intereses de la dictadura. Un pueblo que no puede elegir a su Presidente, a los gobernadores provinciales, a los presidentes de los órganos locales de gobierno, ni a sus jueces y fiscales, ni participa realmente en la elaboración de sus leyes no tiene ningún poder. Por tal razón los cambios introducidos en el proyecto han sido cosméticos y la Constitución que nos ofrecen es un colorete.

A escasos días del referendo del 24 de febrero, todas las predicciones sobre la falsedad del proceso de reforma constitucional se han cumplido. El último acto de la farsa se está consumando ante la pasividad de un pueblo que no acaba de descubrir su enorme potencialidad, y ante una comunidad internacional que nada hace por impedirlo.




24 de febrero: Las trascendencias de una fecha

LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Hay fechas que marcan significación y coincidencias trascendentes para  la historia personal, nacional o universal. Cuando el apóstol José Martí y su amigo el periodista y  patriota Juan Gualberto Gómez —organizadores en el extranjero y Cuba respectivamente— se pusieron de acuerdo mediante mensaje cifrado para que el 24 de febrero de 1895 se iniciara la última guerra de independencia contra el colonialismo español, estuvieron lejos de imaginar cuanta repercusión e importancia  en el tiempo iba a tener  aquel día en que el ansia de libertad de los cubanos se convirtió en la guerra necesaria.

Una vez más se unieron en la manigua redentora y en las lejanas celdas coloniales del norte de África los grandes héroes de la primera Guerra de Independencia (1868-1878) y los jóvenes patriotas que habían crecido inspirados en las pasadas epopeyas mambisas. Nuevamente los combatientes negros jugaron un papel determinante en la contienda, pero esta vez todos como hombres libres, junto a ellos la incipiente clase obrera de la Isla y la emigración demostró sensibilidad y desprendimiento para hacer un aporte capital a la campaña libertaria.

De la cruenta batalla por la emancipación salió una nación materialmente desolada, una independencia, de momento, limitada por las apetencias  y el tutelaje del vecino del norte, un pueblo dispuesto a enfrentar el reto de impulsar su desarrollo y fortalecer aquella recién nacida democracia.

Ochenta y un años después de que en el poblado oriental de Baire y otros tantos lugares de la Isla los cubanos se lanzaron a su última contienda emancipatoria, la fecha del 24 de febrero volvió a adquirir connotación fundacional. Luego de tres lustros de un andar revolucionario colmado de la entrega y el sacrificio de un pueblo convencido y del ilimitado poder de un gobierno henchido de voluntarismo improvisatorio,  Cuba, con el entusiasmo casi intacto y su cuerpo económico bastante agotado, enfrentó la necesidad histórica y practica de institucionalizar el sistema, para terminar de insertarse definitivamente en la orbita soviética.

El 24 de febrero de 1976, con una mayoría que solo pueden exhibir los poderes totales, se aprobó la nueva Carta Magna en la cual, antes de definir el Estado que refrendaba, se declaraba la fidelidad a la Unión Soviética. La Constitución, todavía vigente con algunas modificaciones, daba carácter de Ley Suprema al paternalismo incontestable y coactivo que ha regido nuestra nación por tantos años. Finalmente la Constitución del 76 quedó como letra muerta, en tanto nunca se instaló en la percepción de los gobernados y en la convicción de los gobernantes como el patrón de las relaciones sociopolíticas que, por principio, debía ser.

El 24 de febrero de 1996 en medio de una profunda crisis de fe, credibilidad y de proyecto, que estremecían el sistema hasta los mismos cimientos, los cubanos que habían demostrado capacidad y determinación para expresar pública y organizadamente su discenso político se disponían a confrontar sus criterios y propuestas en el marco del más grande y reconocido intento de integración de la corta historia de la oposición pacifica. Con Concilio Cubano los cubanos de a pie comenzaron a percibir que nuevas opciones de vida y desarrollo se anunciaban desde la Cuba alternativa y el centro de atención de los observadores internacionales comenzó a trasladarse del diferendo Cuba-Estados Unidos hacia los complejos entresijos de las correlaciones políticas internas.

Ese día en lugar del resultado de una reunión de cubanos que reclamaban su derecho a pensar y equivocarse por si mismos, el mundo recibió la inesperada noticia de la pulverización en el aire de frágiles avionetas de las que utilizaba una organización de exiliados para localizar y salvar a compatriotas escapados de la Isla por mar y que en aquella fecha se ocupaban de innecesarias tareas de propaganda antigubernamental. El crimen —con el tiempo se demostró que había sido fríamente planificado— fue humanamente inadmisible, técnicamente innecesario, aunque políticamente muy útil para reafirmar los tradicionales ambientes de confrontación que garantizaban al alto liderazgo histórico seguir gobernando, como plaza sitiada, una nación cerrada, pero por muchos años más.

El 24 de febrero de 2008, con la investidura oficial de Raúl Castro, se confirmó el reciclaje nominal de la más alta magistratura de la nación. Ese día el fin de medio siglo de liderazgo absoluto, personalista y carismático comportó para los gobernantes recién electos un reto moral  y un compromiso histórico que se identificaba con las, hasta ahora pospuestas, esperanzas del pueblo cubano.

Pocos años han bastado para confirmar que aquel día no comenzó el esperado reordenamiento estructural y conceptual prometido por el nuevo ungido de la dinastía castrista.

El 24 de febrero del año 2010 el mundo amaneció estremecido, pocas horas antes lo increíble e inadmisible había acontecido en Cuba. Orlando Zapata Tamayo, obrero, negro, humilde, nacido dentro de la revolución, luchador por los derechos humanos, y condenado a injusta prisión por sus ideas, moría después de una prolongada huelga de hambre en demanda de sus derechos más elementales.

El gobierno cubano pasó, sin transición, del crimen a la bajeza de calumniar al mártir, poniendo, de paso, una vez más al descubierto su naturaleza inhumana y racista. La inmolación de Zapata Tamayo sirvió para demostrar de manera concluyente cual es el verdadero rostro del totalitarismo decadente que destruye a cada paso el cuerpo material y espiritual de una nación que parece castigada por el destino

A pesar de la indolencia intolerante y antinacional de las autoridades cubanas, el legado y el ejemplo de quienes han entregado sus  vidas en la manigua redentora o en las mazmorras castristas renuevan la esperanza de ver a Cuba, más temprano que tarde, iniciar un camino más o menos largo, seguramente azaroso, pero necesariamente irreversible, dispuesta a conservar la independencia y soberanía alcanzadas en total armonía con la madurez institucional que no se concretó en 1976 y el respeto al pluralismo inmisericordemente bombardeado en 1996, única manera de lograr la patria unida, sin imposición ni excluidos, que los valientes de aquel primer 24 de febrero soñaron junto a Martí “Con todos y para el bien de todos”.