LA HABANA, Cuba. – Parece que el nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quiere ponerle la tapa al pomo y llevar a México por extraviados derroteros. Ante tal circunstancias, cabría preguntarse si fue AMLO –como le dicen-, la mejor elección o si, por el contrario, han sido millones de votos desperdiciados en una nación marcada desde hace décadas por la corrupción y el narcotráfico. “¿Es el amigo leal de un pueblo en desventura?”, preguntaría nuestro José Martí.
La duda entre muchos mexicanos es si el nuevo mandatario, admirador confeso de Fidel Castro, llevará a la nación al progreso, o si la prepara para una transición al “socialismo del siglo XXI”.
En principio, en nada se parecen los primeros discursos del AMLO a los de Fidel Castro cuando agarró el poder en 1959. Tampoco a los de Raúl y mucho menos a los del el delfín del castrismo, Miguel Díaz-Canel.
Leí con interés todo lo expuesto por AMLO. Por ejemplo, abrir las puertas de la residencia oficial de los presidentes y dedicarla a los artistas y escritores, parece bueno y también me recuerda a Martí cuando decía: “El jefe de un país es un empleado de la Nación, a quien la nación elige por sus méritos para que sea en la jefatura mandatario y órgano suyo”.
Siempre me pregunté por qué los presidentes, casi siempre elegidos por el pueblo, tenían que vivir lejos de él, apartados y refugiados en un castillo de lujo, como si fueran dioses o seres superiores en el momento de ser nombrados presidentes del país. Al respecto, Martí decía: “Caen los gobernantes extraviados cuando en su manera de regir no se ajustan a las necesidades verdaderas del pueblo que les encomendó que lo rigiese”.
¿Qué sentido tiene que un jefe de estado necesite cien guardaespaldas, un avión súper costoso particular, pagado precisamente por el pueblo, como necesitó Fidel Castro, porque en su siembra de gobierno cultivó muchos más enemigos que ingenuos simpatizantes? El propio Martí responde: “La larga posesión del poder quita el sentido”.
En teoría, no es una idea idílica pensar en un presidente que demuestre valor y que, incluso, arriesgue su vida en aras de demostrar amor y confianza por su pueblo. En la práctica, parece que sí.
Todo parece indicar que AMLO no le teme a la Internet libre, como le ocurre a una dictadura, sobre todo si es totalitaria. Casos conocidos, Corea del Norte, una dinastía comunista y Cuba, cuyo régimen aplicada con todo el rigor la censura a páginas disidentes, donde hay nombres de periodistas cubanos considerados terroristas por escribir la vida real del pueblo.
¿Será que AMLO no le teme a la prensa libre porque tiene su conciencia tranquila? El mandatario mexicano dice que respeta y hará respetar la libertad de expresión y de prensa y no aplicará censura a ningún periodista. Vamos a ver si es así.
Mucho menos sentirá odio por el gobierno de Estados Unidos, como lo han sentido los dos gobernantes cubanos durante sesenta años. No lo olvidemos: “Estamos -dijo Martí- firmemente resueltos a merecer, solicitar y obtener su simpatía -la de EEUU-, sin la cual la independencia sería muy difícil de obtener”.
Es de suponer entonces que las relaciones de AMLO con Donald Trump serán buenas, para bien de ambos países y de aquellos mexicanos que, en vez de emigrar, merecen gozar de una vida mejor.
Ahora ¿México resucitará gracias a AMLO? ¿Se hará realidad el progreso con justicia? ¿Se respetará la libertad comercial? Ojalá.
Y ojalá, además, consiga México una Constitución Moral, esa que tanto necesitamos los cubanos, para fortalecer no sólo los valores nacionales, sino también los valores del corazón, perdidos en Cuba desde hace más de medio siglo.
Si López Obrador cumple a cabalidad con su programa político, triunfará, porque son los justos y verdaderos quienes tienen la razón y la verdad en las manos.