LA HABANA, Cuba. – En días pasados, el líder opositor venezolano Leopoldo López viajó a Colombia. En la ciudad fronteriza de Cúcuta, el dirigente participó en un mitin con compatriotas suyos. Allí, junto a los lógicos gritos de “¡Libertad!”, “¡Estamos pasando hambre!” y “¡Fuera Maduro!”, se profirieron otros más virulentos. El periodista Daniel Lozano elude repetirlos y opta por describirlos con un eufemismo exquisito: “Otros improperios de difícil reproducción”. No hace falta mucha imaginación para suponer las barbaridades que gritaron los venezolanos, hastiados con el “socialismo del siglo XXI”.
En ese encuentro, López pronunció una frase a la que concretamente deseo referirme: “Lo que no podemos permitir es que la sociedad venezolana se cubanice en el sentido en que deje de soñar, de tener esperanza”. A esto contestó el colega Reinaldo Escobar en 14yMedio. Este comunicador, tras hacer diversas consideraciones, concluye: “Ojalá que, contaminados con el ejemplo, los cubanos se venezolanicen”.
Este cotejo de los dos países hermanos caribeños me ha hecho recordar sucesos de 61 años de antigüedad. Hablo de 1958, en cuyo 23 de enero la Patria del Libertador se libró del dictador Marcos Pérez Jiménez. Ese derrocamiento, acaecido durante el último año del régimen de Fulgencio Batista en Cuba, alentó tremendamente la lucha de nuestros compatriotas en pos de la libertad.
Verdad es que, a mediano y largo plazo, la caída de Batista y la trepa al poder de Fidel Castro sirvió para materializar, una vez más, la frase popular “Salir de Guatemala para entrar en Guatepeor”. Pero eso se hizo realidad a posteriori; en 1958, la liberación de la fraterna Venezuela estimuló de manera notable la lucha contra el régimen autoritario en nuestra Patria.
Esto quedó plasmado incluso en el plano económico: En el país sudamericano se hizo popular la campaña “Un bolívar para Cuba”. Los venezolanos, con gran generosidad, donaron el equivalente de millones de dólares. No dudo que, si cayera Maduro, esa bella historia se repetiría. Sólo que hoy —¡maravillas del socialismo!— la campaña, para tener algún significado, tendría que llamarse “Veinte mil bolívares para Cuba”.
¿Pero hay perspectivas reales de una caída del actual inquilino del caraqueño Palacio de Miraflores? Las elecciones parlamentarias celebradas el 6 del corriente parecieran indicar lo contrario: El chavismo obtuvo más de dos tercios de los votos emitidos. Gracias a un tramposo sistema de representación, esto se tradujo en una bancada conformada por más del 90 por ciento de los diputados.
Pero para tener una idea acertada del verdadero significado de ese proceso, es necesario tomar en cuenta las condiciones reales en que fue realizado: bajo la rectoría de un Consejo Nacional Electoral (CNE) incondicional al régimen; sin garantías de ningún tipo; con toda la oposición verdadera propugnando la abstención para no dar credibilidad a la farsa electorera.
A lo anterior se suma la ausencia de una supervisión internacional digna de ese nombre (aunque no faltó una comparsa en la que figuraron Rafael Correa y Evo Morales, que ya se sabe qué iban a opinar sobre la mojiganga madurista). En las boletas figuraban emblemas de partidos de oposición, pero representados por corruptos expulsados de esas fuerzas políticas por su sometimiento al chavismo.
Lo más significativo en todo ese proceso fue que el grueso de los venezolanos aceptó la consigna opositora y se negó a votar. Según los datos oficiales del CNE, sólo sufragaron seis millones y cuarto de los electores inscritos (el 31%). Pero el Observatorio Electoral contra el Fraude afirma que la participación fue mucho menor. En cualquier caso, lo más destacado del pasado 6 de diciembre fue la total ausencia de público en los centros de votación.
La propaganda socialista trata de ripostar mencionando la baja concurrencia de electores a otros procesos comiciales. En este terreno descuella el impresentable Noticiero de la Televisión Cubana. Esos medios invocan la participación similar en las elecciones parlamentarias de Rumania, que tuvieron lugar en la misma fecha.
No entraré a analizar la situación política en el país latino de los Balcanes. Sólo haré una consideración general: en muchos estados democráticos, la baja participación electoral obedece a que los ciudadanos no tienen una preferencia clara por alguna de las opciones en competencia, y por ello prefieren ahorrarse las molestias. Obviamente, eso no tiene nada que ver con la actual situación desastrosa de Venezuela.
Frente a la farsa electorera orquestada por Maduro, se alzó la propuesta de las fuerzas encabezadas por Juan Guaidó, quien es reconocido como presidente legítimo por más de medio centenar de importantes países democráticos: realizar una consulta popular verdadera, celebrada de manera más o menos simultánea al proceso oficialista.
Las tres preguntas incluidas en las boletas por decisión de la Asamblea Nacional legítima revelan con meridiana claridad el sentido de la consulta y las amplias posibilidades que esta otorgó para que los inconformes con el actual régimen exteriorizaran su rechazo. Basta citar, en ese sentido, el inicio de la primera interrogante: “¿Exige usted el cese de la usurpación de la presidencia de parte de Nicolás Maduro?.
Pese a esa combatividad, hay que reconocer que la idea no obtuvo el apoyo de todas las fuerzas de la verdadera oposición. Según el prestigioso ABC, el pasado septiembre la destacada lideresa María Corina Machado, a ese respecto, se mostró “dura y muy crítica con el presidente interino”. Algunos invocaron que en 2017 ya se había celebrado otra consulta similar.
Desde luego que esta última objeción es insostenible. Se trata de un tipo de argumento similar al empleado por Fidel Castro para justificar la no celebración de elecciones: “Ya el pueblo cubano —decía él— votó en 1959”. Como cuestión de principio, un proceso democrático exige la periódica consulta al pueblo. Por ende, el plebiscito de 2017 no invalida ni hace inútil el de este año.
En cualquier caso, ya hoy se ha hecho evidente que la Consulta Nacional de Venezuela convocada por la actual Asamblea Nacional para este diciembre ha resultado un éxito. Pese a los actos represivos desatados dentro del país por la dictadura con el fin de impedir o entorpecer su realización, en ese proceso participaron más de seis millones y medio de ciudadanos: ¡Más que en la votación madurista!
Ha quedado en claro —pues— que una amplia mayoría de los venezolanos repudian la actual dictadura y quieren un país democrático y próspero. Confío en que los cubanos, el día en que tengan acceso a unas elecciones libres, se “venezolanicen” y muestren la misma actitud.
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