
LA HABANA, Cuba. – La reciente maniobra de Nicolás Maduro que benefició a más de un centenar de presos o acusados políticos de su régimen ha dado bastante que hablar. Y con razón. Esto es particularmente cierto en el caso de los cubanos. Y no solo por la afinidad que desde hace tiempo hemos tenido con el pueblo hermano de Venezuela, sino por la importancia que ese país (llegó a convertirse en el principal sostén económico del castrismo bajo Chávez) tiene para los destinos de Cuba.
La soltura de los cautivos (o el anuncio del cese de la persecución penal contra los que aún no estaban presos) repite una vez más la vieja historia de las represiones desatadas por regímenes tiránicos o autoritarios. Sin motivo alguno encarcelan a quienes se les enfrentan, los mantienen en esa situación de modo arbitrario y… un buen día, los liberan. Entonces piensan que los demócratas de su propio país o del extranjero quedan a deberles algo.
En días recientes, la opinión pública ha prestado gran atención a las discrepancias en el seno de la oposición antimadurista. El pasado 29 de agosto, el presidente interino Juan Guaidó se entrevistó con María Corina Machado, quien encabeza el proyecto Vente Venezuela. A raíz de ese encuentro, la combativa líder opositora consideró pertinente plasmar sus ideas en una carta dirigida a su interlocutor, la cual publicó de inmediato.
Los argumentos de María Corina son atendibles. Es casi seguro que abundan quienes comparten la generalidad de los planteamientos que ella le formuló con toda franqueza al encargado de la Presidencia interina, reconocido por decenas de países democráticos del mundo. ¿Pero resultaba imprescindible dar publicidad a esos papeles?
Ahora, a raíz de las excarcelaciones, se convierte en foco de la atención quien dos veces, como candidato unitario de la oposición a la Presidencia de la República, enfrentó en las urnas a los candidatos del régimen: un fantasmagórico Hugo Chávez primero, y al exguagüero Nicolás Maduro después: Henrique Capriles Radonsky. Lo acompañó en esos trajines otro demócrata que —¡cosa insólita!— lleva como nombre el alias gangsteril de un tirano comunista: Stalin González.
Podemos dar por sentado que la prominencia mediática alcanzada otrora por quien también se desempeñó como gobernador del importante estado Miranda, no pasó inadvertida para el inquilino actual del caraqueño Palacio de Miraflores. Si escogió a Capriles y a su acompañante como interlocutores en este proceso de importancia no ficticia, fue justamente por los roces y desencuentros que esto podría hacer surgir en las filas opositoras. Por supuesto que sí.
Y en verdad ha habido múltiples reacciones. De uno y otro signo. Y si algo ha caracterizado las evaluaciones hechas han sido el maximalismo y la ausencia de matices. Las opiniones van desde la que brindó Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis, al calificar como una “torpeza política monumental” la crítica a las gestiones de don Henrique, hasta la de Sabrina Martín en PanamPost: “Capriles y Stalin se unen al enemigo”.
A la selección de estos dos últimos como interlocutores se suma también el papel de mediadora desempeñado por Turquía. Bajo la presidencia de Recep Tayyip Erdogan, este país euroasiático ha ido deslizándose hacia el fundamentalismo musulmán, la demagogia populista y el autoritarismo. En lo internacional, el líder turco no ha desdeñado asumir complicidades culpables con un régimen corrupto e impresentable como el de Maduro.
En ese contexto, y el de las elecciones parlamentarias sin garantías que ha convocado el chavismo para el próximo diciembre, se desarrollan ahora los acontecimientos políticos en la fraterna Venezuela. Esperemos que el pueblo de ese país logre —¡al fin!— librarse del bochornoso régimen chavista y recobrar la democracia que empezó a perder hace una veintena de años, al prestar oídos a los cantos de sirena de un incapaz aupado y financiado por el “rojerío internacional”. Un improvisado sin otros méritos que la sangre que derramó en una cruenta intentona golpista y la verborrea incontenible que lo caracterizaba.
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