LA HABANA, Cuba. — El pasado sábado, este mismo diario conmemoró el aniversario 72 del famoso “Último Aldabonazo”. Me refiero al disparo que, rodeado por el público que repletaba el que sería su postrer programa radial, se hizo el destacado político Eduardo Chibás, fundador y líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
Merece agradecimiento CubaNet por recordarnos la efeméride. Ya se sabe que quienes desconocen la historia están condenados a repetirla. Y aunque ahora mismo, sumido como está en la actual fase terminal del régimen castrista, al cubano de a pie le parezcan siderales las distancias que lo separan de aquella era de democracia y luchas políticas abiertas, ya no es tanto el tiempo que falta para que en nuestra Patria se restablezcan aquellos usos. Y cuando eso suceda, conviene que nuestros compatriotas estén preparados para ese cambio.
Es por esa razón que me he animado a abordar de nuevo el tema, que ofrece —creo— grandes y útiles enseñanzas para ese momento en que, más temprano que tarde, el pueblo cubano pueda ejercer verdaderamente la “soberanía”. Se trata de algo proclamado en la actual Constitución, pero que no puede ser verdad cuando la única posibilidad que tiene el elector es votar por los candidatos que, a razón de uno por cada curul a cubrir, nominan los comunistas.
Lo primero que conviene aclarar es que Chibás, al pegarse el tiro, lo menos que esperaba era morirse. En lugar de dispararse en la cabeza o el corazón, lo hizo en la barriga. Esa acción, a no dudarlo, denota una extraordinaria osadía, pero no era la idónea para privarse de la vida. Hay versiones que lo sitúan en ayunas y tras haberse inoculado antibióticos para evitar cualquier complicación. En ese contexto, hablar de “suicidio” es una exageración.
Como bien señalara el colega Luis Cino en una excelente crónica publicada hace un año en estas mismas páginas, todo indica que la muerte de Chibás la provocó un médico comunista más atento a las órdenes homicidas de sus jefes que al Juramento de Hipócrates. La muerte de un Chibás ya convaleciente resultó absolutamente inesperada.
Y en tan gran medida que recuerdo que, la noche de su deceso, me encontraba yo con mis padres en el teatro Radiocentro, escuchando un gracioso sketch del imitador Tito Hernández. Entre otros personajes de la política, el popular artista interpretaba a Chibás, a quien todos suponían ya reincorporado de modo definitivo al mundo de los vivos. Sin embargo, en determinado momento (no recuerdo si durante un receso o mediante una interrupción del espectáculo) un locutor dio la noticia del fallecimiento.
El truculento episodio del “suicidio” tuvo su origen en una denuncia pública formulada meses antes por Chibás contra Aureliano Sánchez Arango. En ella, el líder ortodoxo afirmó que el ministro de Carlos Prío había aprovechado los “millones” malversados (por cierto, provenientes del “desayuno escolar”, decían) para comprar extensas tierras en Guatemala.
Afirmaba tener en su maleta las pruebas del latrocinio. Pero el tiempo pasaba y Chibás no acababa de mostrar los documentos. Esto dio pie a todo tipo de burlas. En un libro consagrado al tema, se cita la anécdota del periodista José Pardo Llada, entonces afiliado al Partido Ortodoxo, que fue testigo de los dichos de mofa proferidos por habaneros irreverentes contra Chibás, a quien él acompañaba. Cino nos recuerda los chistes dedicados al tema por el simpático y popular dúo “Garrido y Piñeiro”, especialistas del humor político, que el castrismo enterró después en Cuba.
En el trabajo periodístico recién dedicado al tema por CubaNet, se adelanta una posible explicación: a Chibás “le habían robado unos documentos que probaban el robo de fondos del gobierno”. Como abogado, esa versión me parece harto deficiente. La compra de las propiedades en Guatemala, por su misma naturaleza, debía constar en documentos públicos, de los cuales no resultaba particularmente difícil obtener nuevos ejemplares.
En mi modesta opinión, el asunto tiene un trasfondo menos transparente. Se acercaban las elecciones presidenciales de 1952. En ellas, un Sánchez Arango que figurase como candidato del Partido Auténtico se perfilaba como un rival tremendo para Chibás. Al igual que este último, Aureliano había llegado a la vida pública como revolucionario contra el régimen machadista; también era popular, carismático, aún joven dentro de su madurez, exaltado (en buen cubano se diría “medio loco”). Recuerdo que recorría La Habana en motocicleta.
Y era asimismo honrado. Y la mejor prueba de la falsedad de las denuncias chibasistas son los hechos posteriores al deceso de su rival. ¿Dónde se metieron los “millones malversados”! ¿Quién se quedó con las propiedades de Guatemala! Lo único de valor que alcanzaron sus hijos fue una casa enclavada en el actual municipio de Playa, que he visitado y en la que tuve el honor de conocer a su hija Delia (Lela).
Se trata, a no dudarlo, de una buena residencia; pero que no alcanza la categoría de palacete. Desde luego que el doctor Sánchez Arango, con los sueldazos que percibía legalmente como catedrático universitario (era profesor de Derecho Laboral), congresista y ministro (aparte de sus honorarios como abogado), podía perfectamente costearse una vivienda como esa (En la Cuba de entonces, claro; no en la de ahora).
Pese a todo, Chibás se salió con la suya. Su enfrentamiento con Aureliano condujo a que otro demócrata (también honesto, pero menos carismático: el ingeniero Carlos Hevia) se convirtiese en el candidato auténtico a la Presidencia. Por los ortodoxos, la muerte también impidió que lo fuera (como todos y él mismo esperaban) el polémico político oriental, pero sí lo fue un digno profesor universitario: Roberto Agramonte.
Entre ellos dos el pueblo cubano habría escogido al nuevo Jefe del Estado para el período 1952-1956; mas en el asunto intervino el general Fulgencio Batista con su golpe de Estado del 10 de marzo. Pero esa es otra historia.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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