LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 – La tranquilidad volvió a Javier cuando el viernes pasado escuchó la noticia sobre el cambio ocurrido en una propuesta que restringiría nuevamente los viajes y envíos de ayuda de cubanos residentes en Estados Unidos a su país de origen.
La medida formaba parte de un paquete de gastos federales que debía ser aprobado en la Cámara predominantemente republicana y había sido formulada por el congresista cubano americano Mario Díaz Balart. Aunque nunca quedó claro como funcionaría se adelantaba la vuelta de los viajes cada tres años, reducción drástica del monto de las remesas y la restricción de sus receptores a un concepto estrecho de definición familiar.
Es de destacar que la propuesta de Díaz Balart no tuviera que pasar la prueba del veto presidencial, algo que ya ni los propios demócratas confiaban podría hacer Obama. Que la idea no haya prosperado en el mismo escenario dominado por republicanos, amén de las múltiples voces de cubano americanos que protestaron pidiendo su no aprobación, resulta por sí sugerente.
Javier tenía razones para preocuparse. Su madre vive la etapa terminal de una dura enfermedad. Cada vez que tiene oportunidad el joven acude junto a ella en una visita que puede ser la última. Lo puede hacer gracias al levantamiento de restricciones promulgado por el presidente Barack Obama sobre los viajes, monto de remesas, ayudas y otras medidas encaminadas a incrementar el contacto pueblo a pueblo.
Como Javier, muchos cubanos exiliados tampoco estaban de acuerdo con la medida de Díaz Balart. Otro tanto ocurría con un numeroso sector de la disidencia interna en Cuba que expresó de diferentes maneras su desacuerdo. Además de ser ignorados nunca hubo la intensión de consultar a quienes serían los verdaderos afectados por el proyecto en caso de ser aprobado.
Y es que lejos de quebrar las arcas del régimen castrista, el restablecimiento de limitaciones hubiera golpeado realmente a los propios ciudadanos de la Isla que ahora respiran un clima comunicativo que gracias a la ayuda de familiares y amigos les alivia de los agobios restrictivos impuestos por el gobierno cubano.
Hay que recordar que en las últimas décadas el exilio cubano ha visto crecer su población en una cifra donde la cualificación de refugiado político no se corresponde en la mayoría de los casos con una diáspora que aumentó numéricamente a través de sorteos de visa, reclamaciones familiares, enlaces matrimoniales y los controversiales “pie secos” arribados en viajes que cada vez tienen menos que ver con la épica travesía en balsas y más con la macabra realidad del tráfico ilegal. Eso sin contar los que llegan por diferentes puntos fronterizos estadounidenses donde se acogen a la Ley de Ajuste.
Es imposible pedirle entonces a una masa tan heterodoxa de emigrantes, huidos efectivamente de un sistema injusto y anti democrático, que acepten posturas políticas a las que no corresponden ni tiene interiorizadas. No es igual cuando se trata de personas que han salido bajo el estatus de refugio político que tanto molesta a las autoridades cubanas. A estos, en coherencia al menos, podría corresponderle la abstención de viajar a un territorio del que tuvieron que partir bajo objeciones de persecución, tanto ellos como sus familiares acompañantes. En esa situación resulta aplicable la exigencia de unas limitaciones que a su vez tienen que respetar la libertad de la persona en el momento de decidir.
Contradictoriamente la propuesta del congresista Díaz Balart surge en momentos donde se puede apreciar los avances de la nueva política facilitadora de acercamientos y ayudas. A pesar de la mayor entrada de ganancias que ello representa para el gobierno de la isla, es importante señalar como ello ha redundado en favor de una sociedad civil que se fortalece.
Hemos llegado a una etapa donde Miami se percibe desde la isla en perspectiva de comunión y fraternidad. La gente mira con cariño y esperanza hacia la orilla invisible en el Norte. Y por primera vez en años esa mirada esperanzadora no se queda en el ansia de emigrar sino de estrechar lazos, del reencuentro posible en ambas partes y del establecimiento de contactos perdurables y constantes. Ya no se habla del enemigo sino del hermano, no importa que piense de manera diferente. Esto supone un avance enorme.
Igualmente somos testigo de una reacción que se extiende por calles y pueblos de Cuba, que podemos apreciar gracias a ese contacto personal que contribuye a hacer efectiva la ayuda mano a mano. Protestas espontáneas, marchas por las calles y expresiones abiertamente disidentes no pueden hablar negativamente sobre un método que ha puesto las libertades en primer plano.
Tal vez por ello la prensa cubana ha dado un enfoque particular sobre este intento de traer de vuelta las viejas limitaciones. Primero destacaron la medida pero sin esforzarse mucho en ampliar detalles explicativos. Al revertirse la situación, lejos de ponderar que el escollo fuera superado, pusieron el acento en lo que definen como la nueva escalada para endurecer el “bloqueo”. Se refieren a otra propuesta formulada por una congresista, dicho sea de paso republicana por Arizona, que buscaba facilitar exportaciones a la Cuba castrista. Aparentemente para frustrar este intento es que se acuerda retirar la que iba en detrimento de la gente común de ambas partes.
Javier podrá visitar de nuevo a su madre cuantas veces Dios, y no los hombres, se lo permita. Podrá enviarle la ayuda que estime pertinente y le sea posible a fin de mitigar el sufrimiento que la atenaza a una cama. Por estos días Javier pidió entrar formalmente al cuerpo de infantería de marina de Estados Unidos. Una determinación personal por la que se dispone a entregar lo mejor de sí, incluso la vida, por el país que le acogió. Lo hizo un joven que no llegó como refugiado político, ni entiende de asuntos de castrismo o ideologías políticas y filosofías enfrentadas. Un episodio sencillo que indica el cambio de mentalidades en una época que se anuncia diferente.