LA HABANA, Cuba. — Hace tres años, cuando fui a la consulta del Médico de la Familia por una hernia aparecida en mi región inguinal izquierda, me remitieron al cirujano de guardia en el Hospital Comandante Manuel Fajardo, donde fui atendido con prontitud. El especialista me ordenó los análisis y la radiografía correspondiente, para después pasar al anestesista a confirmar la operación. Ahí comenzó la odisea que aun hoy no ha terminado.
La primera dificultad encontrada en el policlínico de mi zona para hacerme las pruebas necesarias fue que no existían los reactivos para los análisis correspondientes.
Contacté con un amigo médico para que en su hospital me hicieran estos exámenes y este solicitó el permiso del director de la institución para hacerme dichas pruebas. Vencido este trámite, logré también, con cierto trabajo, hacerme la radiografía. Ya con todo resuelto, volví a ver al médico que me atendió.
Llegué a su turno de guardia para que me remitiese al anestesista. Me dijo que no podía operarme en esos días, pues había faltante de sueros fisiológicos y solamente se intervenían casos de urgencia. Su recomendación, entonces, fue que pasara a verlo dentro de 15 o 20 días para tratar de hacerme la operación.
Regresé a verlo, según su recomendación, en la fecha fijada. Sus palabras entonces fueron más que desconsoladoras: el hospital estaba cerrado por la atención a pacientes con la COVID-19.
Al abrir las consultas nuevamente en los hospitales hace unos meses, contacté con el cirujano y este me entregó las órdenes necesarias para reactivar el proceso interrumpido. Hubo, de nuevo, dificultades con los análisis, pues me dijeron que no había jeringuillas en el laboratorio y tenía que llevar una que consiguiese por mi cuenta.
Para hacerme la radiografía, por no existir la placa de celuloide, había que fotografiarla con la cámara del teléfono. El lugar donde se hacían las radiografías era el policlínico de 15 y 18, en El Vedado, a más de cuatro kilómetros de mi domicilio. Fui enviado al hospital a ver al anestesista. Este encontró mal hecho el electrocardiograma y la radiografía, las cuales tuve que repetir.
Finalizado todos los pasos, regresé a la consulta del especialista, quien me envió al hospital para anotarme en la lista de casos pendientes de operación. Una vez más, volví a la consulta y el propio doctor tomó mis datos personales y número telefónico para avisarme.
Al ver que se demoraba en llamarme, fui a verlo y me dijo: “Por ahora es imposible, tengo varios casos igual al suyo, pero en estos instantes no existen los insumos en el hospital”.
Ya en estos momentos, la hernia ha crecido y bajó a los escrotos, lo cual, aparte de la molestia y algunos dolores, la hace más peligrosa por un posible estrangulamiento.
No creo necesario más explicaciones para dar a entender mi estado de ánimo. Me pregunto: ¿si algo tan simple como una operación de hernia no se puede realizar, qué pueden esperar aquellas personas con situaciones más graves?
Me viene a la mente el caso de Mailén Díaz Almaguer, la única sobreviviente del accidente aéreo de mayo de 2018, quien necesita sondas, guantes y lubricantes para poder orinar, pues quedó afectada su médula. Ante la respuesta que recibió de las autoridades de salud —que fue “no hay”—, tuvo que clamar a través de las redes sociales por la ayuda humanitaria de personas que viven en el exterior, aunque voceros del régimen, que se jactan afirmando que “Cuba es una potencia médica”, la llamen “malagradecida”.
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