LAS TUNAS, Cuba. — Este martes es el segundo aniversario del 11J, el estallido social iniciado el 11 de julio de 2021 que se propagó por casi toda Cuba. Ese día exigieron libertad y condiciones de vida digna personas de todas las edades. Hoy, cientos de ellas están presas, olvidadas por los usufructuarios de su cautiverio, que son el auditorio aplaudidor de su carcelero mayor, Miguel Díaz-Canel, quien —sabiéndose puesto a prueba y observado por su benefactor, el general Raúl Castro— dijo: “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”.
El 11J, para combatir a los manifestantes desarmados, salieron a la calle las tropas especiales, “boinas rojas”, “boinas negras”, soldados disfrazados de civiles y civiles cuales soldados, con estacas y porras. Jurídicamente, y por ser el Código Penal cubano de figuras abiertas —donde todo cabe por alejarse del principio de nullum crimen nulla poena sine lege penale (no hay delito ni sanción sin una previa ley penal)—, la legislación penal vigente tiene asiento en presunciones políticas más que en hechos y derechos. Así, mientras en países democráticos no se invaden los derechos universalmente aceptados o si fueran invadidos existen garantías de defensas plenas, en Cuba no sucede igual. En la Isla, más que a la persona, las leyes, tanto civiles como criminales, responden a una ideología dirigida por un único partido, el comunista.
Alguna vez dije, y ahora sostengo, que para guiar a la nación cubana en el trabajo, en la concordia, en su quehacer todo, como pueblo y no como un mero montón de gentes, cualquiera que en Cuba busque un líder natural, no un histrión de YouTube o un discursista al estilo Plaza de la Revolución, quizás a ese guía deba buscarse en las cárceles, donde el militarismo castrocomunista mantiene encerrado a jóvenes que Fidel Castro llamó “de la cuarta generación”, que son, en definitiva, de donde provienen los manifestantes del 11J.
El jueves 16 de septiembre de 2021, el Parlamento Europeo votó una resolución aprobada por 426 votos a favor y sólo 146 en contra, condenando al régimen cubano por la represión de las manifestaciones del pasado 11 de julio. Dita Charanzová, vicepresidenta de la Eurocámara, explicó su voto diciendo: “Los cubanos quieren un cambio, quieren una vida mejor, una Cuba democrática y libre”. Es cierto. Fuera de las convenciones del régimen y bajo conminación penal, a los cubanos les está prohibido realizar cualquier tipo de manifestación política. Lo vimos antes del 11J y lo estamos viendo ahora mismo.
Luego del estallido social del 11J, y hasta el presente, Miguel Díaz-Canel ha estado muy ocupado haciendo visitas proselitistas dentro y fuera de Cuba, Tanto en el Vaticano como en los campos y ciudades de la Isla, trata de conseguir adeptos, no importa si entre curas, santeros, campesinos, estudiantes universitarios o vecinos de barrios marginales, pero sin conseguir su objetivo, que es hacer creer que en el país caribeño existe una democracia y que se están produciendo cambios socioeconómicos que entrañan libertades civiles. Todo esto, en su fuero interno, ni el mismo Díaz-Canel lo debe creer.
El jueves 26 de agosto de 2021, a poco más de un mes de producido el 11J, Díaz-Canel recibió en el Palacio de la Revolución a una profusa cofradía de periodistas oficialistas que, aun dentro de sus hipocresías, dejaron ver un aleteo, un soplo de glasnost (de transparencia), quizás como antecedente de la incipiente “perestroika” que vemos hoy, donde los cambios económicos huelen a gatopardo. Luego de una pátina del consabido vocabulario “revolucionario” y para librarse de las peligrosas sospechas de “diversionismo ideológico”, los periodistas de los medios oficiales se refirieron a “desgarramientos”, en alusión a jóvenes profesionales que optaron por abandonar empleos en medios oficiales para integrar la prensa independiente. Refiriéndose también a la necesidad de contar “otras vivencias de la revolución”, entre ellas los excesos cometidos el 11J, una reportera dijo a Díaz-Canel que los dirigentes “nos niegan la información, nos dan tranquilizantes”, mientras que otra periodista aseguró que las palabras “desconfianza”, “mentira”, “ineptos” e “improvisados” marcaban el panorama comunicacional cubano y que existía la posibilidad de que se repitiera otro 11 de julio si no comunicaban mejor.
Pero no ha existido una comunicación mejor para los cubanos por parte del régimen que la cárcel, el abuso de poder, la desidia en las mismas políticas públicas por las que fueron a prisión los manifestantes del 11J. La inflación en espiral acogotó la economía de los cubanos, haciéndoles la vida insostenible y llevando a cientos de miles a huir de Cuba. Esas rémoras del 11J son las que más temprano que tarde acabaran con el comunismo en la Isla, no porque alguien lo tumbe, sino porque, llegado su momento, con el mero soplo de la historia, este se vendrá abajo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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