LA HABANA, Cuba.- Raúl Castro recorrió los Campos Elíseos, pasó el Arco del Triunfo rodeado de la caballería republicana y tuvo París a sus pies como Bonaparte, sin la grandeza de Napoleón, durante la glamorosa visita de Estado preparada por el presidente François Hollande y los empresarios franceses para los días 1 y 2 de febrero. Ségolène Royal, expareja del secretario general del Partido Socialista Francés y actual ministra de Ecología, Desarrollo y Energía, inició el protocolo en la ceremonia de recibimiento oficial ante la Tumba del Soldado Desconocido. Fidel Castro sólo fue atendido extraoficialmente por François Mitterand y su esposa Danielle, gran admiradora del comandante, cuando en 1995 viajó a la UNESCO.
Los Mandatarios sostuvieron conversaciones, presenciaron la firma de 6 documentos, emitieron una declaración de prensa respectivamente, y el presidente francés ofreció una pomposa cena, el 1 de febrero. Raúl Castro fue recibido por los presidentes de la Asamblea Nacional y el Senado por separado, la alcaldesa parisina Anne Hidalgo y el primer ministro Manuel Valls, el 2 de febrero. Previamente había devuelto la visita de la directora general de la UNESCO Irina Bokova, quien ha estado dos veces en Cuba, y concluyó la tarde con un recorrido por el Museo del Hombre.
La deuda de gratitud es inmensa. El gobierno francés se empeñó en alcanzar el acuerdo con el Club de París (Francia, España, Italia, Japón, Australia, Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Holanda, Suiza y Reino Unido), acreedor de Cuba por 11 millones de dólares, de los cuales condonó 8 500 millones correspondientes a intereses vencidos. El gobierno cubano se ha comprometido a pagar el principal en 18 años. El monto de la deuda a Francia era el mayor, de unos 4 000 millones de dólares, de los cuales se perdonó la mayor parte y lo restante será utilizado para programas conjuntos en Cuba, según el acuerdo suscrito durante la estancia de Raúl Castro, a través de la Agencia Francesa para el Desarrollo. Asimismo, la solución con el Club de París posibilitó recibir créditos a mediano y largo plazo. Al anunciar ese acuerdo en diciembre de 2015, el ministro de Economía francés Michel Sapin declaró que se abría una nueva era en las relaciones entre Cuba y la comunidad financiera internacional. Fidel Castro había advertido que la deuda externa era impagable en agosto de 1985, y dejó de pagar en 1986, adelantándose a la crisis sobrevenida en Cuba por la pérdida de los subsidios del bloque soviético.
Los 6 documentos suscritos abarcan un acuerdo sobre la deuda; una agenda económica comercial que sienta las bases para la cooperación a mediano y largo plazo en los sectores priorizados: turismo, salud, agricultura, transporte, energía en particular la renovable, y desarrollo humano, y la creación de una comisión intergubernamental para la cooperación económica comercial; una declaración de cooperación entre el Ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera de Cuba y la Agencia francesa para el Desarrollo; una declaración de intención en el turismo que propiciará el flujo de visitantes y el fomento de la inversión en Cuba; una declaración de intención en el sector ferroviario, a fin de establecer intercambios y cooperación en gobernanza, organización, señalización, electrificación, renovación de vías, daños causados por el material rodante en la infraestructura y su mantenimiento; y una declaración de intención relativa al desarrollo de comercio justo. Además, el presidente galo destacó la ampliación de la Alianza Francesa en su nueva sede habanera, y en Santiago de Cuba.
A Francois Hollande y Raúl Castro los unen las necesidades y los intereses. El francés recién afirmó que si no logra bajar el desempleo, no se presentará a la reelección en 2017; ese fue uno de sus compromisos de campaña, que no ha cumplido, y su popularidad está en mínimos. El cubano está urgido de reconocimiento y, sobre todo, de financiamiento internacional para mitigar el desastre económico, sin cambiar sino “actualizar” el modelo centralizado estatal. Ambos procuran aprovechar el ambiente promisorio creado por el relajamiento de las tensiones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos. Hollande secunda a las empresas nacionales para posicionarse en el pequeño archipiélago caribeño y ampliar la presencia francesa en América Latina. Castro aprovecha su mano para diluir las deudas y relanzar las relaciones con la Unión Europea. Las aspiraciones coloniales de Francia con respecto a Cuba desde el siglo XVIII, frustradas por la interferencia del joven Estados Unidos, parecen renovarse. Hollande las reformuló al mencionar las visitas de piratas. España es desplazada, aunque está bien asentada en el turismo. La meta es llegar antes que las empresas norteamericanas.
La competencia entre Francia, Estados Unidos, miembros de la Unión Europea, países árabes, latinoamericanos y otros podría ser muy beneficiosa para Cuba, pero el gobierno nacional no abre licitaciones, sino que determina según su conveniencia. Ahora la familia paterna gallega de los Castros es desplazada por la línea francesa Espín, nombrada por Hollande. El aporte de los emigrantes franceses llegados de Haití en el siglo XIX en la cultura, la sociedad y la economía cubanas, con los cafetales, la ciencia, la técnica, las ideas y la fundación de Cienfuegos, reportó progreso.
La invasión del Siglo XXI podría ser provechosa, aunque los guiños solo se hacen a la élite gobernante. Hollande pretendió anticiparse a las críticas al decir que existían diferencias y mencionar el concepto derechos humanos, como un cliché imposible de omitir por Francia. Los colores de las banderas de Francia y Cuba también son iguales a los de la enseña de Estados Unidos. El habanero Juan Miralles apoyó a George Washington, como Lafallete y Miranda, en la lucha por la Independencia de Estados Unidos en 1776 y los cubanos admiraron la revolución francesa de 1789. La libertad, la democracia y la colaboración con el pueblo cubano no pueden ser relegadas.