LA HABANA, Cuba. – “Eso es de un cubanoamericano o del dueño de una mipyme”, comenta alguien al pasar por delante de un Hyundai Starex del 2019, con chapa de “particular”, parqueado en las cercanías de la tienda Carlos III, en La Habana.
Todo el que pasa hace lo mismo. En una ciudad donde hasta los otros días los autos modernos eran una rareza mientras que las máquinas viejas, antiguas, los “cacharros rusos” y “almendrones” hasta con más de 70 años de explotación dominaban el paisaje, comenzar a ver ejemplares con menos de 10 años de fabricados y sin chapa estatal o diplomática es todo un acontecimiento, a la vez que un símbolo de estatus económico, más en un país donde poseer un auto (y sobre todo importarlo) continúa siendo un privilegio.
A pesar de la licencia para la importación de autos y demás equipos automotores pesados otorgada por la OFAC en mayo de este año a las empresas Fuego Interprises y Katapulk —que forman parte del imperio empresarial de Hugo Cancio en la Isla—, y de que desde mucho antes ya se importaban autos modernos desde Europa y Asia, vía Panamá y México, ver un auto “particular” nuevo, “exuberante”, que aparentemente no sea propiedad de un “peje gordo” de la cúpula militar o dirigente sigue causando asombro en una población cada día más empobrecida y que siempre se pregunta algo así como “¿quién es el loco que se gasta ese dineral en un carro y no en largarse del país?”.
Pero, al parecer, la locura de los autos nuevos importados va en aumento sobre todo entre los llamados “mipymeros”. Hasta en los grupos de compra-venta en redes sociales abundan las publicaciones de gente que busca información sobre cómo hacerse con esos “jugueticos” que hoy llegan para sustituir aquellos otros símbolos de “clase alta” que hasta ayer fueran el Lada o el Moskovich soviéticos, que aún con más de 20 y hasta 30 años de explotación llegaron a venderse al precio que tendría un auto nuevo en cualquier otro lugar del mundo.
De aquellos 15.000 y hasta 30.000 dólares que llegó a costar hace un par de años un Lada fabricado en la década de los 80 del siglo pasado, o de los 40.000 de un pequeño Subaru o Kia Picanto —precios que aún se mantienen vigentes en el mercado informal— hoy se ha pasado a hablar de autos que superan los 90.000 dólares pero que, sin dudas, cuentan con un mercado en la Isla entre los “nuevos actores” de una “economía en crisis” que, al parecer, no está nada grave para los astutos que “le han cogido la vuelta” al “bloqueo”.
Autos como el Hyundai Tucson TX, de 2015 se compran en Estados Unidos, México, Panamá, Europa o Asia en unos 18.000 dólares pero en Cuba encuentra quienes lo pagan en 90.000, aun conscientes de que no menos de 70.000 dólares han ido a parar a los intermediarios cubanos con “licencia de corso”.
Pero la compra de ese auto no se queda ahí y su precio continuará ascendiendo en el mercado informal según cada cual en la cadena de corrupción vaya cobrando lo suyo por acomodar la ley “a favor del cliente”, sin violarla.
Son autos para gente que sabe cómo hacer fortuna con las crisis y “bloqueos”, así como crear una mipyme fantasma que solo sirve para, entre otros negocios turbios (incluidas las drogas, sin dudas), importar el auto de sus sueños y, además, gente que sabe cómo saltarse el puesto en la “lista de espera” de las empresas importadoras estatales que sirven de intermediarias entre Katapulk y el cliente final en Cuba, una cadena extremadamente larga que va desde el concesionario de autos en Estados Unidos, pasando por otra serie de intermediarios hasta lograr salir del puerto de Mariel.
Incluso ya en manos del dueño definitivo, es precisamente el auto en sí (y no el capital obtenido por la comercialización de bienes y servicios) el que le da mayor valor a la mipyme —fantasma o real—, pudiéndose vender por el doble del precio, a pesar de las leyes que impiden su venta si no es como parte de la liquidación de la empresa. Pero ese “detalle” no es impedimento en un país donde la corrupción es capaz de resolverlo todo, y donde se sobra el anormal dispuesto a pagar lo que sea para presumir su “riqueza”.
Aunque el mercado de autos y piezas dentro de Cuba continúa dominado casi de modo exclusivo por las empresas militares de GAESA, y el proceso de importación sigue siendo complicado, las pocas flexibilizaciones para la compra de autos al parecer han tenido su efecto “positivo” al menos en cuestión de “estética visual” en un país donde cada día hay menos combustible para mantener rodando un automóvil y donde las autopistas son un peligro mortal para los conductores.
Las calles están vacías, la gente continúa inventando la pieza en el torno casero para que el Plymouth de los años 40 o el Moskovich de los años 70 —ganado en la zafra o en la Guerra de Angola—, sigan dándoles el pan de cada día, pero eso no se echará a ver cuando los “nuevos ricos” de Cuba (que siguen siendo los mismos de siempre aunque ahora vestidos de otro color, diferente al verde olivo) terminen de agotar la licencia de la OFAC, así como de exprimir las arcas del Estado en esta nueva “emulación socialista” por ver quién tiene el auto mejor.
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