LA HABANA, Cuba. – El gobernante de Cuba, el señor Miguel Díaz-Canel Bermúdez, anda como loco. El coronavirus lo tiene como loco. No sabe si cerrarlo todo (“todo lo que hay que cerrar”, como dijo en días pasados) porque, al parecer, de nada valen el aislamiento, los nasobucos, ni todas las medidas represivas. El coronavirus ha venido para quedarse.
Seguramente teme al aumento de las muertes por COVID-19, no porque sean muertes, sino porque podrían demostrar que él, como gobernante de la mayor de las Antillas, es incompetente.
Al parecer, de nada vale que la prensa oficialista solo hable del virus y de él, como un personaje implacable que aspira a hacer desaparecer la enfermedad, como si se tratara de un mago cubano contra un enemigo invisible.
A Díaz-Canel le preocupa más la pandemia, créanme, que lo que ocurre en San Isidro, donde a la protesta de un grupo de “desobedientes” se está sumando el pueblo.
Mi abuela, que ya no existe, pero que siempre le ponía el punto a todas las íes, ahora estaría halándose los pelos en busca de una solución al hambre de la realidad cubana. No solo por la pandemia, sino por el espectáculo que se ve por todas partes, sin comida, sin libertad y sin buenos gobernantes que no sean los mismos que se están torciendo el camino desde hace 61 años.
¿Qué ocurrirá con el pasar de los días? No lo sabemos. Lo que una siempre quisiera es volver a la normalidad ―sin Díaz-Canel aún mejor― y abrazar a los amigos nuevamente.
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