LA HABANA, Cuba.- Salvo unos pocos afortunados, la mayoría de los cubanos que envían sus quejas y denuncias a la sección Cartas a la dirección del diario Granma a raíz de las afectaciones por el mal trabajo de las instituciones estatales se quedan con las ganas de recibir una satisfacción expedita y duradera.
Por más detalles que expongan del fenómeno y denuncien con pelos y señales a los infractores, la situación, raramente llega a un final feliz.
Y es que en Cuba la apatía dentro y fuera de los organismos del Estado es desde hace bastante tiempo una pauta que expone en todas las dimensiones posibles la disfuncionalidad del sistema.
Asombra que todavía haya ilusos dispuestos a enviar sus reproches a la redacción en este caso del principal periódico del oficialismo con la idea de que las soluciones a sus desgracias terminarán de una vez y para siempre.
Al final tienen que contentarse con la publicación, alguna que otra promesa o quizás una compensación parcial, en el mejor de los casos.
Y es que no hay posibilidades reales para tener acceso a mejores opciones, a no ser apostándose en el derruido búnker de las esperanzas.
La corrupción, el soborno y otras ilegalidades no menos perniciosas se han convertido en el verdadero estandarte de la revolución proletaria que, según sus fundadores, sentaría precedentes en el ámbito del Tercer Mundo e incluso más allá, en cuanto a patrones morales, éticos y de desarrollo integral del ser humano.
Los retoques en la fachada del socialismo son a menudo la guía para desembarcar en los dominios de la candidez y también el motivo para convencerse de que los espejismos que se difunden por todos los medios de comunicación nada tienen que ver con figuraciones ni disimulos.
Precisamente desde el Granma se crean esas expectativas que terminan evaporándose entre los vaivenes de la desidia.
Lo cierto es que la regla de oro en los naufragios sigue siendo parte del código al que hay que ajustarse en una transición que se destaca por su inconsistencia y por sus notables analogías con la parodia.
El “sálvese quien pueda”, aunque los escribanos de Granma lo omitan en sus parrafadas, viene a ser como la coletilla de las aguerridas notas del himno nacional.
Cartas a la dirección adolece de muchas insuficiencias. Saca a la palestra una parte ínfima del desastre institucional que afecta a miles de cubanos sin que se avizore la probabilidad de una renovación de esas estructuras marcadas por la obsolescencia y el burocratismo.
Como plataforma para la catarsis funciona de maravillas. Los remitentes sienten un alivio temporal y hay quienes se ilusionan con la respuesta de la entidad cuestionada.
No obstante, el balance de los últimos meses es otra invitación a la duda sobre la efectividad de las denuncias, aunque el triunfalismo como de costumbre vuelva a asomarse con su característico desatino.