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Pirotecnia siniestra en La Habana

Cuba Habana fidel castro

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Pirotecnia por los 500 años de La Habana (foto: Granma)

LA HABANA, Cuba. – Los castristas, con su proverbial mal gusto y falta de gracia, todo lo echan a perder. Arruinaron la lluvia de miles de fuegos artificiales con que quisieron celebrar, la noche del 15 de noviembre, los 500 años de La Habana. Pudo haber sido un bello espectáculo, el que se merecía la ciudad, pero le imprimieron un carácter macabro cuando quisieron, con pirotecnia y literalmente por todo lo alto, homenajear al extinto Máximo Líder.

El letrero de Fidel, con fuegos amarillo de artificio, en medio de enormes llamaradas rojas, como las del Averno, aparecido en el negro y encapotado cielo habanero, más siniestro no pudo lucir.

¿Qué se proponían? ¿Recordarnos que Satanás posee el alma sin paz del hombre que convirtió en un infierno la vida de los cubanos?

Fidel Castro no hubiese hecho estos fastuosos festejos por el medio milenio de La Habana. Esta ciudad y sus habitantes, díscolos y gozadores, nunca fueron del agrado del Comandante. Era demasiado para su mente provinciana. Por él, la capital de Cuba habría sido Santiago. Al final, decidió que allí reposaran sus restos.

Nunca le perdonó a La Habana ser la principal vitrina del consumismo y el aburguesamiento en América Latina. Nunca perdonó que las bombas del M-26-7, mientras él combatía en la Sierra Maestra al régimen de Batista, no lograran acabar con la diversión, el mambo, el chachachá y el libertinaje en La Habana. Por eso le impuso una penitencia que se inició con el fin de las vidrieras, las luces de neón y las victrolas y prosiguió con la milicianización, la soplonería de los CDR, las recogidas de “raros” y desafectos y las movilizaciones para cortar caña o sembrar café. Poco faltó para que terminásemos haciendo colas, organizadas por chivatos, para comer de la olla colectiva.

Si por Fidel Castro hubiera sido, la mayor parte de La Habana, antes de que se hubiera derrumbado de vieja, por falta de mantenimiento, habría sido demolida, y sus habitantes reubicados en bloques de edificio de estilo soviético, cajones-palomares proletarios construidos por microbrigadas, enclavados en la periferia, como los de Alamar, San Agustín, Mulgova o el Reparto Eléctrico.

De la vieja ciudad solo hubiesen quedado algunos monumentos, varios museos y las mansiones de Miramar de la burguesía en fuga de las que se apropiaron los mandamases. Lo demás, por derruido, por mísero, por insalubre, porque le daba la gana a él, lo habría convertido en sedes de ministerios, oficinas con nombres en siglas, unidades policiales, parques con estatuas y plazas para desfiles.

Por suerte, Eusebio Leal logró persuadir a Fidel Castro para restaurar siquiera una parte de La Habana, la de interés histórico, que serviría para recaudar dólares y euros de los turistas extranjeros.

Si querían homenajear a Fidel Castro sus sucesores, mejor hubieran guardado los fuegos artificiales para el próximo día 25, cuando se cumplen tres años de su muerte. En el homenaje a La Habana, la pirotecnia fidelista pareció más terrorífica que el Apocalipsis de X-Men.

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