LA HABANA, Cuba. — El pasado 21 de junio, al salir del concierto que Pablo Milanés ofreciera en la Ciudad Deportiva, le dije a mi pareja: “Amor, creo que este fue el último concierto de Pablo en Cuba”. Lo dije sin querer convencerme del peso de esas palabras. Lo dije pensando en sus 79 años y en la enfermedad que desde hacía mucho tiempo lo aquejaba.
Lo cierto es que había comenzado a pensar en la probable despedida cuando vi a la gente plantarse ante los funcionarios del Teatro Nacional y agentes de la Seguridad del Estado para exigir que se vendieran más entradas que aquellas míseras doscientas que habían acordado vender al público. Luego sentí pánico ante la posibilidad de que el concierto no pudiera realizarse debido al temor de que una serie de cuestiones extra artísticas lo convirtieran en un mitin político. Ambos extremos así lo esperaban: uno con miedo, el otro con entusiasmo.
Al final ganó la presión ciudadana, y en el Coliseo de una Ciudad Deportiva erizada de segurosos cantó Pablo Milanés, sin incidentes, para su público más amado. La polémica que acompañó aquella presentación, que llegó en un momento vital para una nación destruida por décadas de dictadura, por la pandemia y por el éxodo más grande de su historia, ha resurgido con virulencia apenas se confirmó la muerte del cantautor el pasado 22 de noviembre.
Ni siquiera merece la pena remitirse a los inapropiados tweets y posts de ciertas alimañas al servicio del régimen cubano. Tampoco lo valen ciertos comentarios rebosantes de ignorancia y resentimiento; pero es inevitable sentirse mal, airado incluso, ante la insistencia de empañar la obra, la bondad y la inmensa calidad humana de un hombre que, como millones, creyó en la Revolución cubana y le dio todas las oportunidades para rectificar que consideró necesarias.
Es difícil entender cómo a tantos no les vale que Pablo Milanés se haya distanciado del oficialismo cubano hace treinta años; y, sin embargo, aplauden un cambio de casaca política ocurrido de la noche a la mañana por artistas que no tienen la trayectoria, el prestigio ni la credibilidad del fundador de la Nueva Trova.
A recuerdos o palabras de homenaje que los cubanos han posteado sobre el cantautor, alguien ha respondido subiendo una foto de Pablo con Fidel Castro, o recalcando que escribió un montón de “canciones comunistas” y que nunca rompió del todo con la dictadura.
No es suficiente que tuviera que retirarse a España ni que se pronunciara sobre la situación política de la Isla. Con su tono y manera particulares, que jamás fueron los que querían otros, Pablo criticó la censura institucionalizada, las golpizas a las Damas de Blanco, la represión a las libertades individuales. Respaldó al pueblo cubano tras el estallido social del 11 de julio de 2021 y cada una de estas declaraciones le costó un mayor hundimiento en el ostracismo por parte de la dictadura cubana, que no lo desterró precisamente por ser quien era.
Pablo fue de los pocos que aprovechó el amparo de la Revolución torcida para proteger a la cultura cubana mediante el rescate de talentos relegados al olvido por el régimen de Fidel Castro. Su tiempo fue otro. Su visión acerca de Cuba y del proceso comenzado en 1959 también lo fue. Pablo sufrió a manos de la Revolución; pero decidió perdonarla y concederle un voto de confianza que, muy tarde, supo no merecía.
Pablo Milanés creyó en el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas que se implementó en la década de 1980 y que Fidel Castro vendió como una suerte de borrón y cuenta nueva. Justo en esos años, Pablo compuso y estrenó “Cuando te encontré”, un tema muy llevado y traído en estas horas inmediatas a su muerte por aquello de: “será mejor hundirnos en el mar…”.
Pese al desprecio que hoy puede suscitarnos este engendro que alguna vez se llamó Revolución cubana, “Cuando te encontré” es quizás la canción que mejor describe el idealismo que aún pervivía en torno al proceso. Así lo experimentó Pablo Milanés en un momento que Fidel Castro debió aprovechar para cambiar todo lo que debía ser cambiado; pero no lo hizo, y el presente de Cuba es muestra suficiente de hasta dónde nos condujeron su soberbia y necedad.
En 1992 Pablo ofreció declaraciones contra el gobierno cubano y desde entonces tuvo que irse a ser libre a otra parte. No rompió con el régimen del modo frontal que muchos hubieran querido porque ello habría implicado no regresar a la Isla, y no todo el mundo llega a sentirse preparado para dar el portazo final a la tierra que lo vio nacer.
Resulta imposible borrar los últimos sesenta años de la historia de Cuba. La Revolución que nunca fue, es parte indisoluble de nosotros. Algunos se han dejado envenenar por sus residuos, otros fingen que aún existe para seguir sacando provecho, y muchos más han aprendido de su fracaso con la esperanza de que jamás vuelva a ocurrir. Pablo Milanés simplemente dejó de ser uno de los cantores de la doctrina para abrazar el rol, más entrañable, de cantor de todos los cubanos.
No podemos menos que sentirnos agradecidos por haber regresado poco antes de morir para salvarnos, una vez más, con el regalo de su voz y sus canciones. Esa noche en la Ciudad Deportiva Pablo sabía, y muchos de nosotros intuíamos, que no habría otro reencuentro. Los miles de cubanos que dejaron salir un torrente de lágrimas por tantos dolores y tristezas recientes, también lloraron porque esa noche se acercaba a su fin una leyenda viva que unió a varias generaciones.
Cuba no volverá a desgranar los meses esperando al bayamés y su guitarra. Pero, desde este luto amargo, que se suma a tantos otros que nos empañan el alma, no dejaremos de repetir lo que aquella noche de concierto gritamos a voz en cuello: “Te amo, Pablo”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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