LA HABANA, Cuba.- Con la eliminación de la llamada “política de pies secos-pies mojados” y del programa de parole para médicos cubanos, el presidente Obama complace otra petición del régimen castrista. Y de paso, le adelanta y simplifica el trabajo en cuestiones migratorias a su sucesor, Donald Trump, para que los funcionarios de su gobierno no tengan que perder tiempo ni devanarse demasiado los sesos estableciendo diferencias entre mexicanos y cubanos a la hora de deportarlos.
Resulta difícil de entender este esfuerzo de Obama, esta medida contra el reloj, a solo una semana de abandonar la presidencia. No aportará agradecimientos a su legado entre los muchos millares de cubanos de a pie, principalmente jóvenes, que consideran que el restablecimiento de las relaciones con los Estados Unidos no ha traído cambios positivos a sus vidas y no hallan otra opción que escapar de su país a como dé lugar, antes de que, como temen, sea derogada o modificada la Ley de Ajuste Cubano.
Los únicos beneficiarios, la dictadura castrista y Donald Trump, no quedarán satisfechos por mucho que se esfuerce Obama. La primera, porque siempre querrá más, mucho más, incluso el día que sea levantado el embargo y le devuelvan el territorio que ocupa la base naval de Guantánamo. Y el segundo, porque nunca algo que provenga de los demócratas, y menos aún de Obama, le parecerá acertado y por tanto lo revertirá, aunque sea para sustituirlo por cualquier otra cosa peor.
Cuesta mucho seguir el razonamiento de Barack en sus declaraciones, que oscilan entre la ingenuidad y el cinismo, al asegurar que su decisión beneficiará al pueblo cubano. Que pregunte a los miles de cubanos que no disponen de dinero para emigrar de forma legal ni clasifican para el programa de las 20 000 visas anuales para Cuba que mantiene Estados Unidos desde 1994. Que le pregunte a los centenares de cubanos varados en México, Ecuador, Colombia, Centroamérica.
Obama regala otro triunfo inmerecido al régimen castrista. Le permite igualar a los que se van de Cuba con los que emigran de cualquier otro país latinoamericano, sirve a su versión de que lo hacen por causas económicas, y no para escapar de una tiranía que los condena a la opresión y la miseria a perpetuidad.
La dictadura lleva años reclamando la derogación de la Ley de Ajuste Cubano, que fue aprobada en 1966 para regular la admisión en Estados Unidos de los que huían del castrismo. Según afirma el régimen, dicha ley, que califica como “ley asesina”, y particularmente la “política de pies secos-pies mojados”, vigente desde el verano de 1994, estimula la emigración ilegal, y por tanto, las culpa de las muertes en el mar, los secuestros de aviones y barcos, el tráfico de personas, etc.
Curioso el empeño de este gobierno por conseguir que a los cubanos que emigran no los ayuden ni les concedan privilegios en los Estados Unidos ¿Pueden imaginar al gobierno mexicano actuando así? ¿Qué más dirían de Peña Nieto si se comportara con los mexicanos como los mandamases del Palacio de la Revolución con los cubanos?
Con tanta roña como muestran los mandantes castristas hacia sus nacionales que huyen, con tanto disgusto por el trato preferencial que reciben sus compatriotas en los Estados Unidos, capaz que se les ocurriera, sin que Trump se lo solicitara, erigir un muro bien alto y con alambradas, y costearlo a cuenta del bolsillo de Liborio, para frenar la emigración ilegal.
No lo harán, no se preocupen, no es necesario: no tanto por el mar y los tiburones, sino por la decisión de Obama anunciada este doce de enero y que con tanta satisfacción fue acogida por la circunspecta Josefina Vidal a nombre de sus jefazos.
La política de “pies secos-pies mojados” tendría su buena dosis de absurdo, sería una charada con muchos dramas a cuesta, una ruleta rusa marina, un juego a los agarrados en los aeropuertos y en las selvas y fronteras de Centroamérica, pero al menos significaba una esperanza para los más desesperados. Ahora ni eso tienen. Solo les quedará resignarse a mirar las rejas de un corral del tamaño de un país.