LA HABANA, Cuba.- Por más que me propongo —para no aburrir y que no vayan a acusarme de encarne contra el muchacho— dejar tranquilo a Harold Cárdenas, el inefable bloguero de La Joven Cuba, no lo consigo. Y la culpa es suya, porque el relato que hace de sus peripecias en la defensa de su bien amado régimen castrista, y su fiel candidez, raya en un masoquismo peor que el de Anastasia Steele, la sometida chica de las Cincuenta sombras de Grey.
En un post del pasado 19 de enero, Harold Cárdenas se quejaba del limbo terrible para un comunista en que se halla y que envidiarían muchos militantes que aceptaron el carnet rojo porque no les quedó más remedio, para no señalarse: a Harold, por estar pasado de edad, lo sacaron de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y no lo aceptan en el Partido Comunista de Cuba (PCC) porque según le explican, aún es muy joven.
Su situación me recuerda una canción de 1976 de la banda británica de rock Jethro Tull (Harold no debe conocerla, por su edad y porque no lo imagino oyendo otra música que no sea la de Silvio, Buena Fe y Calle 13). Aquella contaba la historia del desconsolado y melenudo motociclista y suicida fallido Ray, muy viejo para el rock and roll y demasiado joven para morir (Too old to rock and roll, too young to die).
Harold Cárdenas intuye, con toda razón, dado el atrincheramiento que muestra el régimen últimamente, que le han dado el bote —o el bate, como dicen sus coetáneos— de las dos organizaciones comunistas debido a sus publicaciones “en otros medios”. Y se deshace en explicaciones, reta a sus castigadores a encontrar una línea contrarrevolucionaria en sus escritos, “pero no sacando de contexto una línea o un post, sino seriamente, con la sumatoria de contenido en la mano”.
¡Como si los tipos necesitaran tomarse tanta molestia para sospechar de alguien y considerarlo enemigo!
El bloguero, con su sinceridad majadera y su inocencia salvaje (ay, Julio Iglesias) ha caído pesado a los pétreos jefazos y sus jefecillos ñángaras, siempre tan incomprensivos para los que, aun dentro de la revolución, piensan con cabeza propia y opinan de más. Por eso lo consideran indisciplinado, hipercrítico e irresponsable, y no lo quieren ni en la UJC ni en el PCC.
Y salió bien, porque en otros tiempos, no hace mucho, vaya usted a saber cuál hubiese sido el castigo…
Pero Harold Cárdenas, con su fe a prueba de todo, asegura que no tiene queja alguna del Partido, aunque según dice, le duela “cómo algunos dogmáticos deslucen la inteligencia colectiva de la organización”.
Para Harold, sus castigadores no responden a una política oficial, sino que son dogmáticos, extremistas que se creen más a la izquierda que Stalin. Advierte: “Debemos tener cuidado, no confundir procedimientos sectarios con una política de Estado o de Partido, aunque intenten disfrazarse como tales. Los individuos que la aplican, si bien pueden adjudicarse hacerlo en nombre de la Revolución o cualquier institución, lo hacen por sí mismos. Para preservar el estatus quo de lo conocido, motivados por miedo, desconocimiento o intereses de otro tipo”.
Harold Cárdenas, que parece creerse la reencarnación de Julio Antonio Mella —al que, por cierto, todo indica que lo asesinaron por órdenes de sus camaradas y no del dictador Machado, debido a su acercamiento a los trotskistas— considera que lo que hay en curso es una “pugna táctica entre sectores revolucionarios” de la que ha sido víctima. Pero no desespera. Con la paciencia de un Job rojo, advertido de que “es muy difícil luchar por una sociedad mejor ajeno al movimiento que debe liderar dicha construcción”, afirma que ingresará en el Partido “cuando no deba subordinar la lucha política a una disciplina vertical… cuando me den la posibilidad, disposición hay”.
Y uno, ante tan resignado masoquismo, no sabe si apiadarse de Harold en su espera por el dichoso carnecito rojo o darlo por incorregible, y dejarlo que se siga flagelando. ¡Que Lenin lo acompañe!