…y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo. Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra serán. De las aves según su especie, y de las bestias según su especie, de todo reptil de la tierra según su especie, dos de cada especie entrarán contigo, para que tengan vida. Y toma contigo de todo alimento que se come, y almacénalo, y servirá de sustento para ti y para ellos. Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó”.
Génesis 6:17-21
MIAMI, Estados Unidos.- La voracidad de los incendios desatados en el Amazonas centra la atención del mundo y no sin razón. La amenaza que significa la destrucción causada por numerosos focos ígneos viene a sumarse a la precariedad medioambiental provocada fundamentalmente por la actividad humana. La conciencia de esta catástrofe cobra fuerza a nivel internacional, pero por desgracia no con la misma fuerza y consistencia en que la misma se produce.
La zona selvática que cubre gran parte del continente sudamericano supone uno de los recursos vitales de la Tierra, no solo para los países que la comparten. No es casual que uno de los temas principales en la reciente cumbre del G7 se enfocó en la emergencia creada por los fuegos incontrolables que están quemando al llamado pulmón del mundo. Pero no es el único órgano planetario que está padeciendo.
Justamente en los días en que las llamas consumían enormes áreas boscosas sudamericanas, el otro pulmón planetario sufría del mismo mal, con igual o mayor virulencia. Angola y el Congo reportaban agudos incendios en sus florestas. Pero no hubo mucha atención hacia el problema. Tampoco se ha dicho mucho sobre los incendios en Siberia donde la enormidad del territorio hace casi una tarea imposible su control.
No solo se trata de incendios. El ecosidio implacable que se aplica contra la Naturaleza en diferentes regiones se puede apreciar en la destrucción consensuada entre gobiernos, empresarios y agricultores en la eliminación de hábitats vírgenes o en su reducción, provocando la desaparición de especies y la aniquilación de grupos étnicos autóctonos privados de los territorios donde se asientan ancestralmente.
Las hipótesis de la raíz de este fenómeno han tratado de ser explicadas desde diferentes ópticas. Los indiferentes a la situación del medio ambiente apoyados en los criterios que enarbolan los escépticos del calentamiento global, acusan precisamente a este fenómeno e incluso a actos vandálicos atribuidos a sus críticos. A su pesar la verdad asoma de manera irrefutable. Para nadie constituye un secreto que detrás de estos hechos interactúan intereses combinados que buscan extender la explotación de nuevos terrenos y recursos. Para algunos supone la sobrevivencia, pero en la mayoría de los casos se trata del apetito voraz de grandes productores y empresas en busca de incrementar sus fortunas.
La catástrofe amazónica se corresponde precisamente en un momento en que la demanda de carne y soja se dispara por la solicitud de esos productos en Europa y China. Para colmo se produce en medio de una guerra comercial entre el gigante asiático y Estados Unidos. Brasil se posesiona en esta situación como el sustituto fundamental de la soja que los chinos, principales clientes de los productores norteamericanos, ahora buscan en otros mercados. La selva estorba. Incluso sobra. Una realidad que se hizo evidente con la llegada de Jair Bolsonaro al poder. Lo destaca en un reciente artículo el periodista Miguel Artime, quien señala como profética la referencia hecha por el geógrafo Ed Atkins sobre Bolsonaro en 2018, como desastre para la Amazonía y para el cambio climático. El exmilitar devenido en presidente mostró sus cartas ambientalistas tras su elección al formular su idea sobre los indígenas brasileños en una frase que escondía retorcidas intenciones: “¿Por qué mantener a los indígenas aislados en reservas, como los animales en un zoológico?”, si son “como nosotros, quieren evolucionar, quieren tener médicos, dentistas, acceso a internet, viajar en avión“. Las denuncias de tribus brasileñas sobre los desmanes provocados por traficantes de madera e invasiones a sus tierras se multiplicaron tras la llegada de Bolsonaro a la presidencia.
Apoyo principal en su campaña fue el voto ruralista de terratenientes y empresarios de la minería, a los que solo les interesa las ganancias de negocios e inversiones. No les importa el mañana porque en su egoísta proceder para ellos solo cuentan sus vidas. Ni siquiera piensan en las de aquellos que dejan una herencia de muerte y destrucción donde lo menos que hará falta serán las fortunas amasadas a costa de destruir el planeta. Es la imagen de una autodestrucción irresponsable e insensata que se refleja en los desastres del Amazonas y en diversas partes de la Tierra.
Ocurre con la explotación del aceite de palma que destruye los bosques de Malasia e Indonesia acabando con las últimas colonias de orangutanes, masacrados por los cultivadores. Pasa con esos raros incendios múltiples que asolan regiones de España, Portugal o aquel que hizo grandes estragos en Atenas. No pocos apuntan a los inescrupulosos manejos de los que se dedican a los bienes inmobiliarios, otro de los grandes enemigos del medioambiente. Baste echar una mirada a la parte este de las carreteras inter estatales en Florida para comprobar la extensión de los muros que ocultan a la mirada centenares de casas construidas para beneficio de los que sacan dinero de la inmobiliarias. Arrebatando a la naturaleza enormes áreas de vida silvestre para construir casas que ocupan buena extensión de terreno, dejando sin hábitat a especies animales y vegetales. Todo para colmar la codicia de unos pocos.
Precisamente en Estados Unidos la administración Trump anunció por estos días nuevas medidas que ponen en peligro a muchas especies del país. La “modernización” argumentada para esas nuevas reglas de protección de especies significa en verdad la desprotección de la vida silvestre, la reducción de su hábitat y la posible desaparición, frente intereses de empresas petroleras, mineras y de gas en busca de nuevos espacios de explotación, como apunta el New York Time en su reportaje sobre el tema.
La situación es grave. Tanto que se imponen acciones que pongan freno inmediato a estos hechos. Las fuerzas vivas de la sociedad tienen que alzarse en una revolución tan o más necesaria que la tecnológica o la social. Se trata de una revolución en defensa del medio ambiente que ponga una inflexión a lo que parece irrevertible. La destrucción sistemática del medio ambiente de manera deliberada e irresponsable, junto al exterminio de especies por diversas causas del mismo origen, debe ser considerados delitos de lesa humanidad y como tal ser tratados por los organismos internacionales y juzgados sus responsables. No es casual que uno de los activismos cívicos señalado entre los de mayor riesgo sea el de la defensa del medio ambiente y la lucha por los derechos indigenistas. La causa cuenta ya con un martirologio destacado y el rastro de las balas asesinas conduce a los intereses afectados por los reclamos de los victimados.
Para quienes se pregunten sobre el exergo que aparece al inicio de este escrito, el mismo resulta obvio. Todos estos populistas al estilo de Bolsonaro abanderan su discurso con una retórica de cristianismo ferviente. Pero en su actuar desmienten el credo que dicen practicar. Es curioso que en el episodio del Arca construida por Noé siguiendo los requerimientos del Señor, además de la salvación del Patriarca y su familia, Dios haya puesto cuidado en advertir la necesidad de salvar a todas las especies animales para su conservación, sin discriminar entre domésticas y salvajes; peligrosas o benignas. El cuidado de la Naturaleza está recogido como deber y responsabilidad humana en su dimensión divina. Está en la Biblia.
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