LA HABANA, Cuba. – Dice un refrán que más rápido se agarra a un mentiroso que a un cojo. La noche del jueves casi La Habana entera se quedó sin corriente eléctrica y la vida mantuvo su curso normal. Supuse que la mañana siguiente las redes estarían reventadas de noticias e imágenes de “actos vandálicos” ocurridos bajo el anonimato que brinda la oscuridad; pero solo se hablaba de la protesta masiva que hubo en el pueblo de Nuevitas, Camagüey, cuyos residentes ya no aguantaban el castigo de 12 horas diarias, o más, sin electricidad.
De La Habana, ni una palabra, porque no pasó nada. Sin embargo, los habaneros se ofenden cuando en otras provincias aseguran que en la capital no quitan la corriente porque aquí somos comunistas. No lo creo, francamente; lo que sucede es que en La Habana se vive un poquito mejor, la corriente se va por menos tiempo y la gente cree que así puede seguir “tirando”. Las noticias que llegan de las provincias son tan tristes, que los habaneros estamos convencidos de tener menos motivos para quejarnos.
Lo cierto es que ver la capital a oscuras no le dio ideas a nadie. Durante el apagón, la rutina transcurrió inalterable: policías y guardias muy relajados custodiando las tiendas en MLC; gente esperando en las paradas a que pasara el ómnibus, o en los portales, apurando ese brebaje de la bodega que llaman café; muchos en la puerta de su vivienda, teléfono en mano, lamentando que casi no hubiera señal de internet; y algunos pagando lo que le pidiera el botero para llegar pronto a casa.
A oscuras estaban el Capitolio, el Palacio de Computación, varios ministerios, las tiendas en moneda libremente convertible, el ICRT y cientos de inmuebles destinados a la gestión estatal de la miseria; pero todos amanecieron intactos. Es curioso que ninguno haya sido objetivo de esos “neoterroristas” que el canalla de Humberto López entrevista en el Noticiero; los fabricantes de cócteles Molotov, los que pintan carteles de “Libertad” a cambio presuntamente de cientos de dólares.
Es increíble lo que se perdieron la noche del jueves esos “asalariados”, pues si por una pintada ganaran tanto, cuánto no habría pagado la “mafia” de siempre por un par de cristales rotos, o un fuego en las yerbitas del Capitolio. La realidad desmiente, una vez más, a los voceros de la prensa oficial que construyen actos vandálicos de mentiritas, y pretenden calificar de terrorismo un simple cartel.
Un terrorista de vocación, o un saboteador con verdaderas ganas de joder, no habrían dejado pasar el apagón del jueves para poner a correr a la dictadura. Humberto López miente, de eso no cabe duda; y por mucho que duela reconocerlo, los habaneros no están para la confrontación, sino para reunir el dinero necesario y pirarse de una vez.
Quizás en un futuro cercano, cuando las cosas empeoren a otro nivel ―lo cual va a suceder― los apagones sirvan para algo más que sonar los calderos, ofender a Díaz-Canel o cantar un estribillo irreverente a ritmo de conga. El momento llegará de seguro, porque la situación es insostenible a escala nacional; pero a los habaneros todavía les falta un régimen más severo de racionamiento y cortes eléctricos.
Antes del 11 de julio de 2021 era impensable un estallido social de esa magnitud. Mucha gente decía que aquí no iba a pasar nada, pero pasó, y apenas un año después se han normalizado la protesta popular y el cacerolazo. Muy pronto los cubanos se darán cuenta de que con eso tampoco es suficiente, que llegar a la sede del Partido donde un puñado de represores ofrecen las mismas justificaciones para que todo siga igual, no resuelve el problema.
Entre la vaselina institucional y los actos de reafirmación que se organizan al día siguiente, desangrando el exiguo presupuesto público para denigrar a los que quieren una Cuba mejor, los cubanos perderán la paciencia, se despojarán de sus remilgos y será el chivatón del barrio el primero en coger una buena tanda de sopapos, por traidor. De ahí seguirán hasta la sede del Partido, donde sacarán a rastras a tanto funcionario inútil y corrupto, y no importará si ponen la corriente o si el país se queda a oscuras.
Cuando ese momento llegue, los que se prestan para hacer actos de reafirmación desearán no haber nacido o cambiarán de bando, y Humberto López no tendrá tiempo de armar su calumnia de turno porque estará muy ocupado tratando de huir, si es que antes la propia cúpula no lo arroja a los pies de la ciudadanía, para que sacie su ira.
La caída es inevitable, y el castrismo lo sabe; pero por ahora no hay que creerse el cuento de los influencers de Miami desembolsando una cantidad escandalosa de dólares a cambio de cartelitos. Para un mercenario de verdad, la noche del jueves hubiera sido como ganarse la lotería, así que basta de inventar historias sobre una oposición violenta que no existe. Falta todavía para que este pueblo perciba la debilidad del régimen y adquiera plena consciencia de su propia fortaleza. El día que Cuba entera se levante, ya no podrán quitarnos la luz.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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