LA HABANA, Cuba.- Todo parece indicar que la última división entre el deporte profesional y amateur en el ámbito olímpico está a punto de romperse. Próximamente y después de la aprobación de las instancias correspondientes, Venezuela será sede del torneo preolímpico en que un número considerable de pugilistas rentados buscaran veintiséis cupos para participar en los venideros Juegos Olímpicos del próximo agosto en Río de Janeiro.
Ahora mismo está por ver quiénes y con qué rango y trayectoria irrumpirán en el escenario olímpico, desde las carteleras profesionales. Lo que sí parece seguro es un aumento en la calidad del torneo boxístico en la venidera cita estival, parece irrecusable un cambio de escenario y retos mayores para los pugilistas aficionados que aspiren un lugar cimero en el podio de Río de Janeiro.
La entrada de los profesionales al concierto olímpico boxístico puede influir en especial en las aspiraciones de la escuadra cubana, tradicional animadora de estas lides y consistente ganador en torneos aficionados de alto nivel, en un deporte que por casi un siglo ha constituido una expresión de identidad cultural para nuestra nación.
Figuras descollantes como Eligio “Kid Chocolate” Sardiñas Benny “Kid” Paret, “Kid” Gavilán hicieron historia para Cuba en el boxeo rentado. Punto culminante en esa trayectoria es la década de los años cincuenta, en la cual siete cubanos lograron ostentar el máximo título profesional en distintas divisiones.
Eliminado el profesionalismo en Cuba después de 1959 todo el talento, tradición y la experiencia acumulada se volcó en la construcción y desarrollo de lo que se ha dado en llamar “Escuela Cubana de Boxeo”, la cual a partir de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 y el Primer Campeonato Mundial de La Habana 1974 implantó su hegemonía mundial por más de tres décadas.
Como es natural esa hegemonía se fundamentaba en que los peleadores cubanos no pasaban al profesionalismo y competían con ventaja ante los países necesitados de renovar sus escuadras constantemente y ante las naciones del otrora bloque socialista, los cuales exhibían talento, pero sin la tradición y maestría necesarias para discutir la supremacía a los boxeadores cubanos, quienes, gracias a esas ventajas, con sus títulos jalonaban la actuación de las delegaciones cubanas en los eventos múltiples, por lo que se ganaron el calificativo de buque insignia del deporte cubano.
Sin embargo, en la década de los noventa y entrando el siglo XXI el panorama se complicó para el boxeo cubano en la arena internacional. El éxodo hacia el deporte rentado de varios talentos, incluso algunos con títulos olímpicos y mundiales, la multiplicación de adversarios de calidad por la desintegración de la Unión Soviética y la aparición de contendientes provenientes de otros países sin tradición, hicieron más difíciles y menos frecuentes las victorias de las escuadras cubanas, hasta el momento clave de ese declive en los juegos olímpicos de Beijing 2008 cuando por primera vez en treinta y seis años no obtuvieron ningún título.
Ahora tal parece que el boxeo cubano puede vivir el trauma que ya sufrió el beisbol, el otro deporte modelo de tradición y calidad, el cual gracias al talento innegable de sus exponentes y la inferioridad de sus adversarios construyó una hegemonía internacional en lo que me gusta llamar “la pelota de mentira” donde un solo país, Cuba, ganó veinticinco campeonatos mundiales de béisbol amateur, hasta que los jugadores profesionales hicieron acto de presencia en los torneos internacionales y la supremacía cubana comenzó a diluirse, al punto que durante la última década resulta prácticamente imposible obtener victorias incluso en el ámbito centroamericano.
Desde que comenzó a romperse la división entre el deporte amateur y profesional allá por los años noventa, las autoridades cubanas demostraron un falso puritanismo que ha retrasado mucho la conexión del deporte cubano con las dinámicas modernas donde la prioridad es la participación de los mejores atletas en los eventos deportivos universales.
Los gobernantes cubanos persisten en el control y tutelaje del destino de los atletas, incluso ahora que ya permiten la participación de estos en circuitos profesionales, no conciben a los deportistas como sujetos libres con autonomía legal. Lamentablemente Cuba sigue siendo el único país de donde los atletas huyen como si fueran esclavos fugitivos. Cuba es el único país que se priva de ver a sus estrellas profesionales defendiendo el pabellón patrio en eventos internacionales.
Ahora quienes quiera que sean los boxeadores profesionales que clasifiquen para los inminentes Juegos Olímpicos, presumiblemente Río iniciará la era del boxeo verdadero donde los púgiles cubanos tendrán que enfrentar oponentes a su nivel y posiblemente de superior categoría.
Los gobernantes cubanos se enfrentan a una encrucijada complicada: deben resignarse a ver las victorias del béisbol y el boxeo como recuerdos de un pasado irrecuperable o decidirse a despolitizar y desideologizar el deporte para que los aficionados cubanos puedan deleitarse y enorgullecerse con la entrega de sus estrellas profesionales en representación legítima de la tierra que los vio nacer.