LA HABANA, Cuba. -Un chiste pujón narra la reacción de un cubano que, al recibir la propuesta de un amigo sobre compartir un negocio con unos conocidos hispanos, rechaza la invitación de manera tajante. “¿Por qué?”, le pregunta el socio. “Porque los españoles mataron a Martí”. “¡Chico, eso pasó hace más de un siglo!” “Sí, pero yo me enteré hoy”.
Lo mismo puedo decir sobre un simpático documental que en el extranjero está disponible desde hace más de un año, pero que acabo de ver, y en Cuba sólo ha sido exhibido una vez. Y esto pese a tratarse de un material elaborado en nuestro país; una creación de Enrique Colina consagrada a un animal insigne: Ubre Blanca. Su título evoca una película del polaco Wajda y recuerda la estatua que se le erigió al cuadrúpedo: “La vaca de mármol”.
El tema constituye un excelente pretexto para repasar la aparente bonanza que vivió Cuba en la década de los ochenta al amparo del multimillonario subsidio soviético y para rememorar la política voluntarista que sufrió el país bajo el fundador de la actual dinastía. El filme también refleja, en el ejemplo del sector agropecuario, la magnitud de la catástrofe en la que está sumido hoy nuestro país.
Aquí habría que incluir en lugar destacado la conferencia sobre genética vacuna impartida por el entonces Comandante en Jefe. Aclaro que esto tuvo lugar no en un aula, sino ante decenas de miles de asistentes a una concentración política. En esa peroración se comparan los efectos de la combinación de genes rojos con genes negros, de Cebú con Holstein, para crear la raza F1.
Otras afirmaciones no aparecen en la voz de su propio autor. Ejemplo: la vaga alusión de un vaquero a “discursos” (de manera prudente, el modesto trabajador no especifica de quién) en los que se planteaba que Cuba iba a producir “más leche que Francia” y “más queso que Holanda”. El peón agrícola termina su narración comentando esos planes triunfalistas en forma piadosa: “bastante utópicos”.
También figuran comentarios de terceros, como la alusión al planteamiento ¿premonitorio? del mandamás: Hay que tener una vaca que dé cien litros de leche. O la severa advertencia a sus cuidadores: “¡Ni catarro le puede dar a ese animal!” Tan al pie de la letra se siguió esta admonición que Ubre Blanca tenía incluso a su servicio, como si fuera una reina, semejantes que se dedicaban a probar el pasto que iba a deglutir para evitar cualquier envenenamiento.
La saga de la res ilustre constituye un filón inagotable. Como abogado, pienso que habría resultado interesante que el documentalista le hubiese seguido la pista a aquel infeliz guajiro que, borracho perdido, puso en duda las palabras de Castro, al comentar que él mismo, en decenios de trabajo, jamás había visto una vaca que diera cien litros de leche.
El campesino dio con sus huesos en la cárcel. El tribunal que lo juzgó, al sancionarlo, estimó procedente referirse al prominente animal con el debido respeto: “la portentosa vaca Ubre Blanca”. El rústico fue sancionado a prisión, pero para su suerte (¡bondadosos que son estos jueces comunistas!), la corte sustituyó esa pena por un trabajo correccional.
Merece una mención especial lo que da nombre al documental. Vemos la escultura en mármol de la res epónima. Nos enteramos de los actos vandálicos perpetrados contra la obra, a consecuencia de los cuales ha perdido un tarro, una oreja y el rabo. (Los tallistas se consuelan recordando a la Venus de Milo.) Pero —sobre todo— quedamos informados de una loca idea: que el monumento presidiera la “Plaza de la Revolución” planificada para la Isla de Pinos.
Supongo que si la de La Habana tiene el nombre y la estatua de Martí; la de Camagüey, los de Ignacio Agramonte; y la de Santiago, los de Maceo; para quien tomó la decisión podía parecerle muy natural que el espacio análogo en Nueva Gerona sirviese para perpetuar a la vaca Ubre Blanca. Felizmente, en esta oportunidad venció la cordura.
Se impone una conclusión: “La vaca de mármol” merece verse. Esperemos que, ya que el régimen no desea exhibirlo en sus cines ni por su televisión, los cubanos de a pie puedan presenciarlo a través de los “paquetes de la semana” tan denostados por Abel Prieto y sus incondicionales.