LA HABANA, Cuba. – Si la solución para el combustible es crear grupos de WhatsApp y aplicaciones para celulares que sustituyan las inmensas colas, entonces es “señal oficial” de que este otro nuevo capítulo de la escasez pica y se extiende. Y es que así lo han hecho cada vez que una cola se transforma en tumulto violento, y potencialmente en un estallido social.
Así, no es tanto que las aglomeraciones —como las del pollo y el aceite en las TRD o las de los dólares en CADECA; como las colas para el pan o los sellos del pasaporte— les avergüencen a los “continuistas” sino que, cuando saben que la cosa irá a peor, que la novísima escasez se convertirá en endémica y que eso aumentará el descontento popular (sobre todo dentro de sus propias filas), se apuran a “desintegrar” esos “puntos calientes” donde solo basta con que algún desesperado estalle para que la ira provoque una reacción en cadena.
Y es que el enojo, la rabia, la locura de un pueblo condenado a hacer colas para absolutamente todo no se van con esa narrativa ridícula de los medios de prensa oficiales con la que han intentado vendernos la cola —símbolo de la debacle comunista— como el lugar donde los chicos tímidos hacen amigos y los aseres juegan dominó.
La gente no solo sospecha de la “buena actuación” de estos “coleros alegres”, tan “espontáneos” y “creativos” como la chusma zombi que reúnen en los actos de repudio contra opositores y disidentes, sino de algo peor: que el desabastecimiento de combustible llegó para quedarse, e incluso de que este pudiera ser el mejor pretexto y el preludio para que en breve CUPET, cansada de cobrar el litro de gasolina a 24 pesos (unos 15 centavos de dólar, al cambio actual), se lance a la yugular del cubano de a pie con una “tarifa actualizada” que tome los precios de la demanda y la especulación actuales como referencia, así como en su momento el Banco Central echó mano a las tasas de canje de la calle para diseñar la suya.
Las señales de una posible eliminación del subsidio a los combustibles están ahí como estuvieron la víspera del anuncio de la compra-venta de dólares en CADECA, aun cuando juraban y perjuraban que jamás tomarían los precios abusivos del mercado callejero como referencia, pero finalmente lo hicieron.
Las horas previas al jarro de agua fría del mercado cambiario las redes sociales se llenaron de publicaciones donde algunos usuarios lanzaron el “augurio” como quien deja correr la bola para sondear reacciones. Algo parecido está sucediendo por estos días, cuando el precio del litro de gasolina se consigue, incluso al pie de la bomba y en cuadre con el pistero, entre los 600 y 700 pesos cubanos.
Llama poderosamente la atención que, entre las quejas por el alza de los precios, comiencen a destacarse aquellas que piden una intervención del Gobierno no tanto para que castigue las ilegalidades sino para que, una vez mejore la situación, establezca un equilibrio entre los precios del contrabando y los de CUPET sobre los 200 pesos el litro, para “evitar acaparamientos” y, sobre todo, para que la compra de combustibles en el mercado internacional “no sea una carga onerosa para el Estado”. Es decir, el ahorcado colocándose la soga al cuello para evitarle un mal rato al verdugo.
Nunca he logrado conocer en persona, cara a cara, a uno de esos tipos que opinan semejantes ideas suicidas, tal pareciera que solo habitan en ese universo impersonal (a ratos fantasmal cuando de ciberclarias se trata), de las redes sociales y que por tanto apenas cumplen la misión de crear un estado de opinión y, de paso, ofrecer las pruebas para que una futura medida impopular se justifique en un falso reclamo general, tal como ha sido el modo de operar del régimen durante décadas, incluso cuando no existían las redes sociales pero sí ese montón de compromisos en blanco que las “organizaciones de masas” nos hicieran firmar a cambio de un fin de semana en un campismo o el derecho a comprar un pan con hamburguesa o una batidora rusa.
Ojalá al final todo quede en rumores pero la experiencia de tantos años nos advierte de que son pedruscos inmensos (y pescadores más ambiciosos, desesperados) los que esta vez hacen sonar nuestro río revuelto, de modo que la gasolina y el petróleo, entre los últimos reductos del “socialismo a la cubana” a salvo de la inflación, más pronto que tarde pudieran terminar rendidos a los altos precios. Más cuando la cruda realidad les resbala a militares de alto rango y tipos duros del PCC, que mantienen garantizadas sus “asignaciones” y “reservas”, en sus servicentros especiales; y mucho más cuando abunda el cubano tonto —por lo general remesado o “repatriado”, a tiempo parcial o por completo— que, para fingir que la miseria no le afecta, está dispuesto a pagar lo que le pidan.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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