LA HABANA, Cuba. — Por fortuna para los cubanos anticastristas que residen en la Isla, en esta han quedado definitivamente atrás los tiempos que los alabarderos del régimen consideran la época de oro de la agitación y la propaganda comunista. Me refiero a los años sesenta y setenta del pasado siglo, cuando, desde luego, no había Internet ni redes sociales, y sólo existían en el país dos canales de televisión.
Para colmo, ambas frecuencias, cuando hablaba el “Máximo Líder”, se ponían en cadena. Por aquellos tiempos, los adoctrinadores del único partido aún no se agrupaban en el “Departamento Ideológico” del Comité Central, sino en el que llamaban “de Orientación Revolucionaria”. Su trabajo de manipulación se facilitaba por el monopolio informativo que detentaban.
Pero pasaron los años, y el “potro salvaje de la internet” —expresión empleada por el represor Ramiro Valdés— quedó al acceso de los cubanos de a pie, no importa que sea carísimo y de mala calidad. En la televisión se multiplicaron los canales; incluso hoy existen dos emisoras que, en puridad, no están controladas por el referido aparato propagandístico nacional: me refiero a la rusa RT y a la chavista TeleSur.
Por supuesto que el acceso de una y otra a los televisores de los cubanos de a pie no responde a criterios de objetividad o pluralismo; nada más lejos de eso. Su presencia entre nosotros obedece únicamente a las ansias castristas por congraciarse con las dictaduras que respectivamente las crearon y operan (las de Putin y Chávez-Maduro). También ayuda el hecho de que ambas son incapaces de airear algún material que en alguna medida censure o critique al régimen de La Habana.
Por el contrario: de tiempo en tiempo aparecen en una u otra determinados materiales que elogian de manera desmedida lo que sucede en esta que antes era llamada “Perla de las Antillas”. Es lo que pasó con el documental que, bajo el nombre de El Enigma de Cuba, transmitió este domingo, a las ocho de la noche, el canal de la televisión chavista.
Durante la hora que duró el programa, desfilaron ante las cámaras periodistas identificados con el castrismo, exdirigentes del régimen y cubanos de a pie escogidos. Los participantes no escatimaron palabras para referirse a carencias sufridas por los habitantes de la Isla. Por ejemplo, uno de los exjerarcas: “La crisis económica alcanzó niveles extremos que se expresaron en la macroeconomía, pero también en el consumo doméstico, donde las familias tuvieron que inventarse los modos más insospechados para sobrevivir”.
También: “Conseguir alimentos y cocinarlos, (…) lavar la ropa y encontrar jabón o pasta dental se convirtieron en hazañas que se contaban cada día”. O una cubana de a pie: “alimentación muy mala, muy mala”; “días de quedarme sin comer”; “días de no darle nada a la niña porque no había nada que comer”. A modo de resumen, de nuevo un antiguo mayimbe: “Cuba tuvo que reinventarse”.
Si usted, amigo lector, está imaginándose que los participantes en el documental y sus realizadores están refiriéndose a la situación calamitosa que está sufriendo nuestra Patria hoy mismo, entonces va siendo tiempo de cambiar de opinión. Aunque el estado catastrófico de nuestra economía actual merece de sobra palabras condenatorias como las que acabo de reproducir, El Enigma de Cuba no versa sobre las tristes verdades de 2023.
No. So pretexto de hacer historia, quienes participan en la cinta se refieren a otra realidad muy anterior. Me refiero a otra crisis profunda que tuvo lugar durante el cambio de milenio, y fue bautizada por el “Máximo Líder” con uno de aquellos eufemismos que le encantaba idear e imponer: “Período Especial en Tiempos de Paz”.
Y en ese recorrido por recuerdos lejanos, desde luego que no faltaron (¡no podían hacerlo!) la manipulación y la distorsión histórica. El documental no insiste demasiado en las culpas rusas (¡para los chavistas ahora no es cosa de ponerse a mal con el dictador Putin!). Pero se insinúa que el cambio fundamental introducido por Gorbachov y su sucesor inmediato (efectuar el intercambio comercial en base a los precios internacionales y no a los de privilegio establecidos para apuntalar al régimen castrista y su economía) representó una especie de traición a los principios.
La cinta aborda también de pasada otros sucedidos que, al menos para el castrismo, revistieron determinado interés en los años de tránsito de uno a otro milenio: entre estos, la saga del entonces niño (y hoy flamante diputado a la Asamblea Nacional) Elián González, la protesta cívica conocida como “El Maleconazo” y la supuesta localización y traslado a Cuba de los restos de Ernesto Guevara y sus compañeros de aventura boliviana.
Por supuesto que en el documental, a modo de ilustración de las realidades descritas, no podían faltar las escenas de largas colas ante los comercios para adquirir algunos de los escasos productos ofertados; también las de racimos humanos que colgaban en cada una de las puertas de los ómnibus urbanos que transportaban a los cubanos del montón. Si ahora quisieran hacer un material análogo (que no es el caso), los realizadores podrían pasar más trabajo: en muchas tiendas no hay colas porque no hay nada que vender; y las guaguas no pasan.
En definitiva, la entrega dominical de El Enigma de Cuba constituye un ejemplo excelente de cómo los medios de propaganda al servicio del comunismo internacional manipulan y tergiversan las realidades. Y de cómo, so pretexto de hacer historia, eluden las realidades instauradas por sus compinches ideológicos en los distintos países que gobiernan.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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