LA HABANA, Cuba. – El actual acercamiento entre los gobiernos de Rusia y Cuba, que incluye el involucramiento de expertos e inversores rusos en las principales ramas y sectores de nuestra economía, constituye lo que podríamos denominar como “la segunda rusificación de Cuba”. Esto sucede 37 años después de que finalizara la primera “rusificación” ―en esa ocasión representada por la Unión Soviética, cuya cabeza lo era la Federación Rusa―, cuando el castrismo comenzó a temer por los aires de la Perestroika que comenzaban a soplar desde Moscú.
Entre una rusificación y otra hemos constatado semejanzas y diferencias, aunque parece haber más de las primeras que de las segundas. Estas últimas se relacionan, en lo fundamental, con el contexto en que han tenido lugar.
Durante la década 1975-1985, cuando aconteció la primera “rusificación”, el mundo se debatía en una batalla de ideologías. La estrecha alianza soviético-cubana tenía como centro la defensa de la doctrina marxista-leninista, la que debía pugnar contra la ideología capitalista que reinaba en Occidente.
En cambio, cuando tiene lugar la actual “rusificación” de la Isla, las ideologías parecen haber perdido importancia en un mundo donde predomina la geopolítica. A los gobernantes cubanos no les importa mucho si Putin es socialista o capitalista. Lo más importante para el castrismo es que la expansión de su aliado ruso convierta al Kremlin en un potente rival de Estados Unidos y Occidente.
Por otra parte, una de las semejanzas entre las “rusificaciones” se identifica con su ocurrencia en momentos críticos para la economía cubana. Es decir, que caer en manos de Moscú era ―y es― el mejor alivio para mitigar la crisis.
En 1975 la Isla copió el modelo económico soviético e institucionalizó el país al estilo de esa nación euroasiática. Todo en sintonía con un cuantioso aluvión de recursos venidos de Moscú. Recursos que tratarían de superar la debacle que habían causado el idealismo guevarista y el intento frustrado de fabricar 10 millones de toneladas de azúcar en 1970.
En los días que corren es también urgente para Cuba una ayuda de Rusia en grandes proporciones. Con una abultada deuda externa, bajas exportaciones, inversiones que nunca llegan al plan previsto, y una aguda crisis energética, la Isla apuesta a que los tecnócratas rusos se hagan cargo, entre otros, de su sector energético, dirijan las inversiones, y contribuyan a que los hoteles cubanos, hoy semivacíos, se llenen de visitantes de esa nación eslava.
Otra semejanza importante entre las “rusificaciones” habría que buscarla en la pérdida de soberanía que ambas le han ocasionado a Cuba. En 1979 Cuba asumía la presidencia del Movimiento de Países No Alineados. Y Fidel Castro, en su discurso de inauguración de la Cumbre de ese movimiento, no condenó la invasión soviética de Afganistán, que se había producido el año anterior. Es decir, que para serle fiel a su aliado soviético, Castro hizo el ridículo de obviar la condena a Moscú por haber agredido a una nación que pertenecía al Movimiento de los No Alineados.
Y ahora, nuevamente, la soberanía cubana desaparece al verse obligado el castrismo a apoyar la agresión rusa de Ucrania. Tal y como sucedió en 1979, la imagen de Cuba rueda por tierra al contraponerse a la opinión mayoritaria de la comunidad internacional.
Al recibir en días pasados a Maksim Oreshkin, asesor del gobernante ruso Vladímir Putin, el gobernante cubano Díaz-Canel ratificó su intención de lograr que las relaciones económicas, comerciales y financieras entre Cuba y Rusia alcancen el mismo nivel que hoy tienen los vínculos políticos entre ambas naciones.
Aunque aún el intercambio comercial entre los dos países no se acerca al 85 por ciento de todo el comercio cubano durante la primera rusificación, no dudamos de que los recurrentes contactos entre delegaciones y funcionarios de ambos países harán que no pase mucho tiempo para que Rusia recupere la condición de primer socio comercial de la Isla.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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