LA HABANA, Cuba – Siempre se dijo que al cambiar las condicionantes políticas y económicas en Cuba, cambiaría también, por gravedad, el pedestre modo en que los nuestros actúan y se expresan públicamente. Tal vez sea cierto, puesto que en algunos detalles se aprecian cambios, muy menudos, a tono con los también muy menudos cambios económicos y los nulos cambios políticos que seguimos sufriendo.
En cualquier caso, donde con mayor claridad se notan hoy las transformaciones que experimenta nuestra gente al cambiar sus condiciones de vida es en el exterior. Y particularmente en Miami, aunque no sólo. Con frecuencia escuchamos aquí anécdotas acerca de individuos que nunca trabajaron ni se preocuparon por nada que no fuese sentarse en la esquina desde la mañana a la noche, a contar chistes y a opinar sobre todo lo humano y divino. Sin embargo, les bastó con poner un pie en tierra extranjera para que el poder de las circunstancias les obligara a darle un giro radical a ese comportamiento.
También corren anécdotas sobre otros que no se adaptan a las reglas del juego en el mundo real. Entonces, en lugar de asumir como es debido el nuevo escenario, pretenden ajustar el escenario a las reglas de su malformación existencial. Pero como allá todo está inventando, terminan por lo general presos, o viviendo miserablemente o queriendo venir de vuelta a sus predios de inmundicia.
Pocas veces como en el caso de estos pobres sujetos se manifiesta tan nítidamente el significado de la expresión “accidente antropológico” con que un lúcido compatriota (Pedro Meurice, arzobispo de Santiago de Cuba) conceptualizó la debacle educacional, moral y espiritual ocasionada por la dictadura fidelista. Pero es obvio que su conducta no tipifica a la generalidad de los nuestros que hoy viven en el exterior, ni aún a los más jóvenes. Claro que al tratarse de una postura tan descollante como repudiable, da pie a que en ocasiones surjan criterios generalizadores que meten a todos los cubanos en el mismo saco.
Eso sí, hay algunas otras malas costumbres que hemos estado exportando a Miami y a distintas partes del mundo, que si bien no son tan repulsivas ni dañinas como la mencionada anteriormente, sí son más extendidas, y también nos demeritan en tanto no dejan de tipificar el “accidente antropológico” en cuestión.
Tuve a bien consultar a varios amigos residentes tanto en Miami como en Europa en torno a este asunto de la extrapolación de usanzas y expresiones poco adecuadas o poco habituales que nuestra gente ha llevado a esos predios, y a partir de los cuales suelen ser caracterizados hoy los cubanos, más y menos injustamente. La lista en la que trato de resumir a continuación tales manifestaciones parecerá sin duda insuficiente, sea por defecto o por exceso, por lo cual queda disponible para ser completada o descalificada por los lectores:
-Generalmente los cubanos de las nuevas hornadas de emigrantes no hacen uso de elementales normas de educación como dar los buenos días o las gracias, o como compartir en tono bajo y mesurado las conversaciones de carácter privado.
-Al parecer, les ha resultado difícil saltar de la libreta de abastecimiento a la tarjeta de crédito sin que pierdan la perspectiva. Incurren entonces en la tontería de creer que en los bancos son imbéciles dispuestos a dar lo que se les pida sin prever consecuencias. Igualmente exigen gratuidades sin aportar nada.
-Han entendido mal el valor social que para el prestigio de una persona representa conducir un automóvil caro, y en este afán no dudan en endeudarse.
-Son frecuentes las quejas de los vecinos por el volumen de sus televisores o equipos de música o por sus discusiones hogareñas, que desentonan con las normas.
-Se han tomado en serio el falso mito de nuestra “supremacía sexual”, lo cual les lleva a creer que pueden importunar a cualquiera con la seguridad de ser irresistibles “ligadores”.
-Tienden a fumar en lugares inapropiados y a llevarse productos sin pagar de las tiendas y supermercados.
-Se presentan en las casas de amigos y conocidos sin previo aviso. Y como para disculparse por la intempestiva visita, llevan una botella de ron, la cual suelen beberse ellos mismos, haciendo aún más inoportuna e incómoda su irrupción.
-Conducen generalmente a exceso de velocidad. Las películas del sábado con sus persecuciones espectaculares han hecho de la velocidad entre los cubanos un indicador de valor personal y potencia machista, que ahora trasladan al exterior.
-Rechazan toda cultura alimentaria que no tenga entre sus principales platos el potaje, el bistec de puerco, la pizza y los espaguetis, los que, contra todas las “buenas maneras”, cortan en minúsculos pedacitos, como se hacía en las becas de la Isla.
-Muchas mujeres gustan vestir dos tallas por debajo de la que requiere su anatomía, de modo que se les marque el hilo dental. Mientras, muchos de los hombres pueden ser identificados desde lejos por sus indumentarias y sus ademanes.
Desde luego que no existe el menor riesgo de que estas y otras malas costumbres llevadas al exterior por las nuevas generaciones de emigrantes cubanos logren hacer mella en el discurrir cotidiano de las naciones que los acogen. En términos de procederes sociales, es bastante improbable que lo retrógrado se imponga al desarrollo. Lo natural es que ocurra exactamente lo contrario.
Lo malo es que mientras el palo va y viene, no nos queda otra que seguir presentándonos allá y acullá como genuinos frutos del “accidente antropológico”.