LA HABANA, Cuba. – El nieto de Laura será matrícula por primera vez de una escuela habanera y ella no quiso perderse los preparativos. Laura llenó sus maletas para hacer el viaje desde Miami cargando con todo lo que, supuso, podría ser útil al nuevo alumno. Desde su llegada advirtió a la familia que esta vez había privilegiado al más chico de la casa. Después de sentarse, sacó de su cartera de mano la tableta que comprara para el niño que en unos días traspasará el umbral de una escuela en Centro Habana.
La abuela advirtió también que haría el vuelo de regreso dos días después de la primera jornada escolar de su nieto, que quería acompañarlo hasta el aula. También pidió que le mostraran el uniforme para asegurarse que “hacía juego” con los tenis Nike Kyrie que le compró en Miami, e increpó a su hija cuando le hizo saber que el uniforme aún estaba en casa de la costurera, que intentaba ajustarlo a las reales medidas del niño. Laura reprobó entonces al gobierno por el atraso, y a la hija por no contarle a tiempo, y a ella misma por no ser previsora, por no traer desde Miami el uniforme.
Laura mostró también los cuadernos escolares, los lápices de colores, los staedtler de grafito negro, el sacapuntas que es un oso de afilados dientes. Después de un rato largo y de mucho refunfuño, fue hasta el cuarto para volver enseguida con los cinco uniformes que sí compró en Miami y, sonriendo maliciosa, aseguró que su decisión nada tenía que ver con sospechas, porque en la Florida todos sabían del retraso en la confección de los uniformes, y advirtió con ironía que: “conociendo la dimensión de las dificultades que enfrenta la revolución tan hostigada”, decidió ayudar.
Esta “gusana” de Miami resultó útil, esta vez, haciendo su “aporte” a la uniformidad que tanto defienden los comunistas, pero cargó también con las diferencias, esas que se hacen tan visibles en septiembre, en cualquier mes, y que rompen la tan cacareada igualdad en cada escuela de la isla. El nieto de Laura ya tiene también su mochila “Prime” que recuerda a un cocodrilo verde y sonriente de boca enorme que se traga, para guardarlos, cada uno de los enseres escolares.
La “gusana” de Miami ayudó a los comunistas que obligan a la igualdad del uniforme para esconder las diferencias, pero puso, trajo, también esas diferencias. Sin dudas ella reconoce que esos comunistas proponen la igualdad aunque solo consigan el igualitarismo. Ella llegó a la Habana cargando la uniformidad y también las diferencias, esas desigualdades que se les “escapan” de las manos al gobierno y que se hacen muy visibles en el calzado, en los útiles escolares, e incluso en las meriendas.
Los comunistas son unos “obsesos en crisis”, que procurando la igualdad no consiguen más que el igualitarismo. Y aunque es cierto que la tal uniformidad no es un fenómeno que nació con el comunismo si se hizo muy evidente en esos regímenes totalitarios que se empeñaron en esconder las muy reales diferencias, usando las más diversas estrategias, entre ellas el uniforme escolar, cualquier uniforme.
Cuba es una sociedad uniformada, “un ejército de millones de soldados” en el que están incluidos los niños, igualados únicamente en la coincidencia de sus atuendos escolares. Las diferencias, y hago notar solo las más visibles, se dejan ver en el calzado, en la merienda, en la puntualidad que descubre la manera de hacer el viaje desde la casa hasta la escuela; si se hizo en una guagua o en el auto del papá que fue médico internacionalista o que es un alto funcionario del Partido Comunista de Cuba (PCC).
La desigualdad es eso que el uniforme supone esconder, y por eso se simula, se cacarea la igualdad negando entonces la libertad; y se hacen discursos para poner en duda los rumores que hablan de una vida mejor en otros lares, de una pedestre educación, aunque el nieto de Laura no les crea, porque su abuela viene cargada de “diferencias”, esas que a él lo hacen lucir disparejo, “mejor” que muchos otros niños. El nieto de Laura terminará el curso que aún no comenzó, teniendo la certeza de que es mejor que la mayoría de sus condiscípulos, sobre todo porque tiene en Miami a su abuela, que viene cargada de regalos “exquisitos”, diferentes.
Es una pena que los comunistas no cumplan a tiempo con la confección de esas “semejanzas”, es una pena que esos uniformes no cambien de vez en cuando, que no se vuelvan más atractivos, más a tono con los tiempos, para que los muchachos no se empeñen tanto en las diferencias que aportan los tenis, los pulsos, las cadenas, los aretes, las múltiples transformaciones que traen las diferencias a la uniformidad del uniforme.
Los uniformes deberían cambiar un poco, para que resulten más atractivos, y más a tono con los tiempos que viven quienes cubren sus cuerpos con tales atuendos. Eso lo sabe muy bien el gobierno, ese que ya se empeña en singularizar a otros, y quien no lo crea que recuerde las Olimpiadas de Río de Janeiro en 2016, cuando Cuba encargó a Christian Louboutin el diseño de los uniformes que lucirían sus deportistas.
Cuba creyó esa vez en la importancia de la moda, creyó, aun cuando solo se hubiera encargado hasta entonces de la peor uniformidad, de ese: “todos iguales”. Y aquella delegación uniformada fue puesta en el top 5 por su uniforme singular; delante de España y Francia, de Estados Unidos y Corea del Sur, cerca de la delegación francesa, para la que trabajó Lacoste, de la Italia a la que vistió Emporio Armani.
Cuba sabe de eso, sin dudas, y a tiempo resuelve esos entuertos que se hacen tan visibles en las arenas internacionales, mientras descuida el uniforme de sus escolares. Cuba, quiero decir, su gobierno, cree en la uniformidad, pero olvida que hasta ella puede aportar diferencias, singularidades. Ellos, como los religiosos que la inventaron, saben bien que el uniforme escolar hace a todos iguales, al menos en apariencia, pero que ella también puede aportar algunos desempates que en nuestro caso llegan, la mayoría de las veces, de Miami.
No dudo que la uniformidad en esas escuelas que el comunismo cubano asegura que creó, tuvo a Fidel Castro al frente; él se había educado en un colegio religioso, para niños ricos, o “de bien” como muchos le llamaban, pero, sin dudas, a él no le fueron dadas dotes para el buen diseño, y quizá eso atentó contra “nuestra” uniformidad escolar, y nos obligó a buscar fuera las “elegancias”, las distinciones que casi siempre llegan desde Miami; en los zapatos, en las mochilas, en múltiples enseres escolares.
El igualitarismo, ese que impuso el comunismo, es burdo y restringe la libertad. En Cuba los comunistas se empeñaron en atacar la diferencia, la diversidad; impusieron la uniformidad, y los uniformes que se cosen con extrema lentitud. Los comunistas olvidaron que tanto empeño en “igualar” despierta cierta propensión a la diferencia, a acompañar el uniforme escolar con unos tenis Nike Kyrie. Y la verdad es que no importa a muchos que la confección de los uniformes fuera demorada, que eso ya es costumbre, lo que más importa es que no tengan gracia, que no consigan atraer a quienes decidirán modificarlos un poquito y hacer la diferencia con los zapatos.
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