LA HABANA, Cuba.- El pasado 21 de noviembre la ciudad de Lima acogió el Annual Democracy Forum 2017, un evento organizado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), el Ministerio de Relaciones Exteriores de Perú y la Pontificia Universidad Católica de Perú. El debate giró en torno a la premisa “Corrupción: amenaza para una democracia de calidad”, un tema de la mayor importancia con miras al ciclo electoral (2018-2019) que se avecina para 14 países de América Latina.
Considerando que el Foro estuvo enfocado en el perjuicio que representa la corrupción para los procesos electorales y el destino político de la región, resultó extraño que no se mencionara el caso cubano ni una sola vez. CubaNet conversó con Yves Leterme -Secretario General de IDEA- sobre qué clase de métodos se han empleado para tomarle el pulso a la democracia y la actividad electoral en Cuba; toda vez que se trata del único ejemplo de unilateralidad partidista y totalitarismo en América Latina.
Leterme declaró “no estar familiarizado” con el caso de Cuba; pero Daniel Zovatto ―Director Regional de IDEA Internacional para América Latina y el Caribe― explicó a Diario de Cuba cuál podría ser la “estrategia” para allanar el camino hacia la democracia, con la expectativa de lograr frutos a mediano plazo y sobre la base de cuatro factores decisivos: las problemáticas económicas y sociales, la transición política, la movilización de la oposición y la política exterior.
Dicha estrategia podría revelarse promisoria; pero cuando se analiza desde el punto de vista de la realidad interna de Cuba, las probabilidades son menos alentadoras.
La salida de Raúl Castro de la presidencia no constituye per se un indicador de que la vida política en la Isla tomará un nuevo derrotero. Tal como reconoció en su entrevista, Daniel Zovatto no sabe cómo han transcurrido la elecciones primarias en Cuba, ni que el gobierno mantuvo fuera de las opciones a los candidatos de la oposición, asegurando así que -con o sin Raúl- la línea política siga siendo dictada por el Partido Comunista.
No existe ningún mecanismo de presión que confronte al Gobierno cubano sobre libertades ciudadanas o la transparencia en su sistema electoral; pero en algo sí tiene razón Zovatto cuando se refiere a procesos democráticos: “…pueden ser apoyados desde fuera, estimulados desde fuera; pero claramente tienen que ser conducidos desde adentro”.
La oposición cubana se halla fragmentada y desconectada del pueblo, sin una figura reconocida que suscite confianza en la población. Para encontrar apoyo en una sociedad que lo tiene todo en contra, el primer paso sería ganar credibilidad. Si el camino de Cuba hacia la democracia dependiera de la actual oposición, no sería sensato pensar en resultados a mediano plazo.
En lo concerniente a problemáticas económicas y sociales, el gobierno cubano ha perfeccionado su esquema de supervivencia ciudadana en la ilegalidad, aplicable a todos los sectores de la sociedad. Los diversos actores sociales están divididos, con sus fuerzas motrices envejecidas o apáticas y un nivel de penurias escalonado.
El contexto no es similar al que propició el Maleconazo en 1994, cuando la miseria colectiva devino en causa común. Hoy es apreciable la estratifiación de la sociedad cubana y el miedo opera con mayor eficacia sobre quienes tendrían qué perder si ocurriera un estallido popular. Mientras no se vuelva a la escasez absoluta del Período Especial, la vida mantendría un curso más o menos aceptable.
En cuanto a política exterior, el panorama podría ser más complejo que como lo percibe Zovatto. Es cierto que la caída de los gobiernos de izquierda ha dejado a la cúpula cubana sin un vital respaldo en la región; pero su principal sostén, el chavismo, avanza hacia la reelección. Mientras la derecha trata de acomodarse en el poder, el escándalo de Odebrecht sigue arrojando lodo sobre políticos de todos los frentes.
En esta delicada coyuntura, que prácticamente obliga a escoger al “menos malo”, la izquierda latinoamericana se está reorganizando. Así lo han demostrado los comicios generales en Honduras y el protagonismo ganado -o reconquistado- por partidos de izquierda y centro-izquierda en México, Chile y Brasil; todos con buenas posibilidades de consolidarse y acceder al poder.
Con la izquierda continental empoderada, y los efectos de la nueva política de Donald Trump hacia Cuba, el gobierno de la Isla mantendría su imagen internacional. El incremento de las hostilidades por parte de Estados Unidos servirían para continuar victimizando a Cuba; un recurso invaluable que durante más de medio siglo ha activado la solidaridad del resto del continente.
El único punto débil en cuanto a política exterior sería Venezuela, cuya situación, de no estabilizarse, podría modificar la postura de los demás países del área respecto al gobierno cubano. Curiosamente, es la responsabilidad de Cuba en el extravío político de Maduro lo que pudiera generar críticas al régimen; no la falta de libertades ciudadanas que denuncia la sociedad civil cubana.
La ignorancia ―por parte de asesores y observadores― de cómo transcurre el proceso electoral en la Isla, evidencia que Cuba no interesa salvo en su papel de negociador en procesos de paz, o emisor de médicos. El gobierno ha labrado cuidadosamente su imagen internacional para que sus homólogos no se interesen por lo que ocurre dentro de la Isla.
Opositores, activistas e incluso periodistas independientes han asumido que la transición hacia la democracia depende del apoyo proveniente del exterior. Imposible estar más errado. La política es un asunto complejo y el gobierno cubano es hábil. Cualquier negociación se producirá en los estratos del poder, al margen de la voluntad ciudadana que continúa muriendo en las urnas manipuladas de cada circunscripción. El Annual Democracy Forum 2017 demostró que, en el camino hacia un Estado de Derecho, el pueblo cubano está solo.