LA HABANA, Cuba.- No tienen desperdicio las imágenes del ¿presidente? Díaz-Canel tocando tumbadora en la iglesia Riverside, en Harlem, mientras Nicolás Maduro, tan musical y guarapachoso —dice que por eso Juan Manuel Santos le tenía envidia—, bate palmas y sigue el ritmo con los pies, a punto de tirar un pasillito. Y Cilia y Lis, las primeras combatientes, observan complacidas.
¡Y luego dicen que las cosas no cambian en Cuba!
A Fidel Castro, que también visitó la iglesia Riverside, hace 58 años, en 1960 no se le hubiese ocurrido tocar tumbadora. Ni siquiera una pandereta. Si lo hubiese hecho, habría sido una catástofe. El Comandante era patón, zurdo para el baile, y tenía el oído cuadrado. Alguna vez confesó que no le gustaba la música. Solo las marchas militares. Si acaso, algo mexicano o que sonara parecido, como La Lupe de Almeida. Y Beethoven, un compositor que siempre es mencionado como favorito por los tipos que no oyen música, y no precisamente porque sean sordos como el autor de la Novena Sinfonía.
Pero a Miguel Díaz-Canel, el designado para suceder al sucesor de Fidel Castro, sí le gusta la música. Y lo demostró ante los solidarios e izquierdosos feligreses de la Riverside y sus invitados, con un repique de tumbadora. No sonaría como Tata Güines o Pello el Afrokán, pero hizo lo que pudo. Bastante, a juzgar por el nada divertido régimen que representa. Que el socialismo con reguero y pachanga fue a pesar de ellos, o porque no les quedó más remedio, que si por ellos (Machado Ventura, Ramiro Valdés, etc.) hubiese sido, hasta convertirnos en norcoreanos no paraban…
Ya sabíamos que al flamante presidente de los Consejos de Estado y de Ministros le gusta la música. Dicen que cuando era joven, en Santa Clara, le gustaban Los Beatles. Y escuchaba a los cantautores de la Trovuntivitis que descargaban en El Mejunje. Estuvo en el concierto de The Rolling Stones en la Ciudad Deportiva y también acudió al mismo lugar, pese a la lluvia que cayó y a la que amenazaba, para no perderse a los reguetoneros de Gente de Zona y su invitada, Laura Pausini. Así, no me queda claro, no puedo imaginar, qué tipo de música le gusta a Díaz-Canel, más allá de Silvio y no mucho Pablito Milanés.
¿Qué tocaría Díaz-Canel con la tumbadora en la Riverside que a Maduro tanto divirtió? ¿Una versión en guaguancó de La Internacional? ¿La cárcel de Sing-Sing? ¿Qué viva Shangó? ¿La conga de Jalisco? ¿O mejor, Ay Jalisco, no te rajes, por aquello de que a sus cofrades ideológicos no les gusta perder ni a las escupidas?
No hubo mucha prensa que cubriera la descarga rítmica de Díaz-Canel, a quien no le suponíamos, siempre tan serio y comedido, esas dotes para la percusión. Lo que sabemos, sin video, fue por Cubadebate. Y no sé si también por Telesur. A los periodistas de Univisión y El Nuevo Herald los paranoicos segurosos de la comitiva de Díaz-Canel los echaron —cual si estuvieran en La Habana— a cajas destempladas del templo. Y no por ladrones, que si de eso se trataba, hubieran tenido que expulsar, y a zurriagazos, a Maduro y a Cilia, la Primera Combatiente.