LA HABANA, Cuba. – La noticia más comentada en la Cuba de estos últimos días fue una censura que se decretó en el oriente del mundo y enunciada en mandarín. Tras un dictamen de las autoridades chinas la película “Bohemia Rhapsody” fue mutilada sin recato, poniendo en lo oscuro algunas esencias de uno de los músicos más grandes de la historia. Sin dudas, en un país con miles de millones de habitantes, la repercusión se hizo enorme y los ecos se propagaron a gran velocidad, llegando incluso hasta el Caribe, a esta isla donde la verdad no se hace muy visible, a un país acostumbrado a la mentira, a la censura, aunque el discurso oficial no use con frecuencia el sustantivo.
Los cubanos somos, en cantidad, mucho menos que los chinos, y la cinta no llegó aún a las dos o tres salas de cine que nos quedan, lo que significa que podríamos esperar unos cuantos años para ver a un Freddy mucho más estropeado por los reproches, pero a eso ya estamos acostumbrados. Recordemos que por acá los barbudos legitimaron la censura apuntando al celuloide. “PM”, aquel “ingenuo” documental de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, llevó a los comunistas a inaugurar la represión contra el arte en Cuba, muy poco después de los primeros ataques que dedicó a la prensa.
Y aquella reprobación inicial inauguró también la valentía, expresada, curiosamente, a través del miedo; el miedo se hizo épico en la voz de Virgilio Piñera, el primero de los artistas que, delante de Fidel Castro, enunció el desasosiego que le provocaba la censura. Así se fundó el coraje en esa Cuba a la que todavía algunos llaman revolucionaria, poniendo al miedo en el punto más visible, frente a los ojos de Fidel Castro; pero desgraciadamente la turbación continúa, la censura se prolonga, y los nacionales no consiguen reconocer su presente leyendo la prensa oficial, esa que solo responde a los intereses de la minoría en el poder.
La Cuba de estos días sabe poco de ella misma, y la prensa oficial polariza burdamente la situación de sus “benefactores” venezolanos. Todo el aparato informativo está centrado en demonizar a Guaidó mientras hace las más ridículas alabanzas de Maduro, a quienes los cubanos prontísimo bautizaron como “Podrido”. A los cubanos no les sirve el “Granma”, y “Cubadebate”, por razones obvias, tiene una miseria de lectores. Los cubanos buscan la verdad en otros sitios, donde los entramados de la política cubana son puestos en la mirilla. Los nacionales quieren la verdad y la buscan alejados del discurso oficial, pero no siempre lo consiguen.
“La cosa está mala”, me dijo un vecino que busca ansioso alguna verdad. Y es muy cierto que está mala “la cosa”, pero él no habla de la falta de harina para el pan, ni de los medicamentos que no aparecen en esa farmacia donde se produjo nuestro encuentro. El hombre no habla de las carencias que son lugar común desde hace sesenta años. Para él lo peor es no poder acercarse a la realidad, a esa que, según me asegura, encontraba en CubaNet. Él quiso que le explicara porque no puede acceder al sitio, soñaba con que solo fuera un error de conexión, una “torpeza de viejo”.
Me contó que cada vez que cliquea, para advertir que CubaNet es el sitio al que desea acceder, recibe la misma respuesta: “Problemas cargando la página”. Se asombró al saber que me ocurría lo mismo, que un aviso idéntico recibían todos los cubanos que se procuran una conexión a CubaNet y a otros sitios que no son del agrado del gobierno. Este cubano no supo hasta entonces que Díaz-Canel estuvo demonizando esos espacios que no hacen compromisos con el poder comunista y que denuncian sus arbitrariedades.
Aquel hombre tan molesto, sin ningún recato y en medio de enfermos que procuraban algún remedio en la farmacia, habló bien alto de una revista que conoció la España del siglo XIX y a la que dieron el nombre de “La censura”. “Estamos peor”, dijo, asegurando que aquella iglesia decimonónica era capaz de hacer notar los presupuestos de quienes atacaban a la institución religiosa; “reconocían a sus detractores, y desde ahí los enfrentaban”, aseguró.
“¿No te parece mejor?”, preguntó y yo asentí, prometí que escribiría estas líneas aunque los cubanos, sus verdaderos destinatarios, no pudieran leerlas. Yo sé que ese hombre, ya viejo, bien reconoce que quienes censuran a CubaNet no conseguirán restablecer la credibilidad de Granma y sus semejantes, que el desaforado control y las prohibiciones que ordenan tiene como presupuesto tender un “manto de silencio” sobre sus atropellos, sobre la cárcel y la represión que dedican a sus opositores y a quienes escriben en esos medios que pretenden restringir.
La censura de esos sitios, su demonización, da vía libre a la represión que el poder instituye y ejecuta, y también a esa otra que “solapadamente” incita, y que hacen suya los peores delincuentes. Resulta curioso que uno de los sustantivos que menos aparece en la retórica oficial comunista sea justamente la “censura”, aunque este gobierno, que ya exhibe demasiados años en el poder, prohíba a diestra y siniestra, sin que enuncie sus ejercicios recriminatorios, y eso les hace creer que sus prohibiciones no son advertidas.
Es significativo que, a pesar de la represión, cada día son más los periodistas jóvenes que resuelven trabajar en medios no oficiales, esos a los que el gobierno impide el acceso. La censura, esa que dedica el gobierno a los medios que no se subordinan a sus políticas, trajo nefastas consecuencias en todo el mundo y en todos los tiempos. La censura hace que desaparezcan los caminos de reconciliación. La censura, y la violencia que de ella nace, pueden esconder la verdad por un tiempo, pero jamás podrá cambiarla. Siempre habrá un Virgilio Piñera que hable con preocupación del miedo, siempre habrá una poeta, como Anna Ajmatova, que por temor a la censura destruya sus poemas después de memorizar cada uno de los versos. Sin dudas siempre aparecerán maneras de llegar a CubaNet, de encontrar la verdad.