MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 -De nuevo las noticias dan cuenta de atropellos contra las Damas de Blanco en Cuba. Empujones, insultos, escupitajos y como si fuera poco tanto ultraje, los golpes. La respuesta agresiva tiene una razón. Las mujeres se han atrevido a asumir el papel que corresponde a muchos y que una mayoría todavía apreciable, esquiva tomar. Me niego a citar aquello de por falta de pantalones, de tan desagradable sabor machista y porque esto no es asunto de prendas de vestir ni de cómo se ciñen estas al cuerpo. El asunto es de almas. Las mujeres, cubanas y de cualquier parte del mundo, han demostrado que el coraje que les sobra nace de la fuerza creadora que llevan consigo.
Enfrentar una turba dirigida, donde cobardía y fanatismo van de la mano, resulta una experiencia terrible. Para el que la recibe y a la larga para quienes la conforman. En ella el grupo con patente de abuso adquiere un único rostro. Este puede apreciarse en las instantáneas ante las que posan inconscientes de la imagen que transmiten. Ojos desorbitados, bocas crispadas por el rictus de odio, da igual si fingido o sincero. Los gestos brutos y las palabras cargadas de fetidez de espíritu, peor que el hedor corporal, pueden percibirse con un realismo de cuarta dimensión. Hasta el aliento cargado del alcohol que emana de aquellos que buscan nutrirse por ese medio del valor suficiente para acometer un acto tan desigual y canallesco.
Estuve pensando escribir una carta abierta a Mariela Castro, ahora que las cartas abiertas se han puesto de moda y que las estrellas civiles de la hija del General resultan más atractivas que las de que denotan el alto rango en las charreteras del militar. Quise hacerla en memoria de mi hermano Adrián Leiva, quizás víctima de una ordalía letal por la falta de testigos. Él, que escribió tantas en su corta vida de exiliado, seguro hoy estaría suscribiendo una nueva misiva.
Pensé en Mariela porque ella tomó la palabra para combatir y poner fin a la homofobia, apelando al respeto de la diversidad. Un sentimiento bueno pero no completo. Hubiera querido apelar a ese ideal de Mariela para que la causa no quede en el límite de lo sexual, cuando existe igual o peor intolerancia hacia otros aspectos no menos importantes. Se trata del acatamiento de la libertad del pensamiento, de la crítica, del credo, el derecho de asociación, sin que a su vez ellas ninguna de ellas atenten contra la de segundos y terceros.
Pero no es Mariela el centro de Cuba ni puede quedar esa intención para el futuro de la sociedad cubana que deseamos. Sin ánimos de desdeñar la contribución de la hija de Castro, que de hecho puede ser enormemente positiva desde su doble condición de funcionaria y ciudadana, la responsabilidad de reconstruir el tejido social atañe a todos. Abraca a un número elevado de actores capaces de alzar su voz, intervenir incluso, para poner fin a este desbordamiento que tiene de inmoral el enfrentar a cubanos con cubanos.
Un sabio sacerdote católico ya desaparecido nos ponía ante una disyuntiva cuando de actuación moral se trataba. La solución alternativa estaba en cómo actuaría Cristo de estar en nuestro lugar. Cabe el esquema para aquellos que dicen defender los ideales de los padres de la Patria y del más insigne de los cubanos. ¿Qué haría José Martí ante unos compatriotas que pensaran diferente a él? ¿Los insultaría? ¿Convocaría a las masas para apalearlos, escupirlos o vejarlos? ¿Ordenaría encarcelarlos bajo pretextos nacionalistas, falsos argumentos acusatorios o simplemente presentándoles como enemigos? ¿Proclamaría una guerra “necesaria” para liquidarlos, consignas o machete en mano? Me atrevo con entera seguridad a responder negativamente a cada pregunta, aún si esos cubanos estuvieran errados en su posición.
Creo que Martí, nuestro Martí, discutiría y escucharía, sin impedir la participación de la contraparte. Daría espacio a todas las ideas para convencer con argumentos sólidos, excluyendo el uso de macizos garrotes, en aras de descubrir el mejor camino, la solución consensuada en bien común. Integraría lejos de disgregar. Convergiría cuando los conceptos resultaran inobjetables y aceptaría aquello que demostrara ser mejor proceder. Nunca acudiría al manoseado guión, tantas veces remodelado según exigencias del momento, señalando de contrario al que no está conmigo. El Apóstol razonaría de acuerdo al postulado evangélico del que cosecha en conjunto, púes cosechar significa recoger variedad de cosas buenas en provecho común.
Precisamente se trata de cosechar en una Cuba donde quepan cosechadores que aporten lo mejor de cada uno. Sin excluir ni desparramar, como ha ocurrido por tantos años, lanzando cosechadores hacia cualquier parte del horizonte porque un solo productor ha querido imponer su producto como único. A los que no se han ajustado al proyecto han sido decretados innecesarios, parásitos, gusanos, mercenarios, enemigos y un largo etcétera.
No se puede salvar una nación, ni un propósito por bello que parezca, desatando el terror contra el que presenta enmiendas, variantes o propuesta diferentes. No se protege una nación del exterior creando enemigos internos, producidos por la escisión artificial de la política, la ideología, la religión, cultura y razas.
Las Damas de Blanco son el grito de conciencia lanzado a la gente en Cuba. Es la mejor carta abierta a la que debe responder cualquier ciudadano, no importa su rango social, político o cultural, interesado en salvar Cuba. Sea Mariela Castro, miembros prominentes del gobierno, oficiales del ejército, miembros del Partido Comunista, simpatizantes del sistema en general. El llamado corresponde por igual a la jerarquía de las Iglesias, las fuerzas vivas de la sociedad civil, artistas, intelectuales, periodistas.
Pero el destinatario principal del reclamo a poner fin a acciones tan deleznables contra mujeres que se manifiestan abiertamente, es el propio gobernante Raúl Castro, nacido del vientre de una mujer, el mismo que lloró cuando la muerte se llevó a la compañera de años y manifestó orgullo respeto hacia la hija, que describe rebelde. El General, hijo, esposo, padre, hombre, cubano y gobernante, tiene en cada una de estas razones la mayor responsabilidad ante el llamado a poner fin a la violenta represión contra mujeres cubanas.