MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 -El 13 de agosto de 1957 el pueblo de San Juan y Martínez se estremeció por un hecho que quedaría registrado en la historia sangrienta de Cuba. Ese día los hermanos Luis Rodolfo y Sergio Enrique Saíz fueron asesinados en plena calle por un esbirro de la dictadura de turno. Con apenas 17 y 18 años de edad los dirigentes del Movimiento 26 de Julio en Pinar del Río eran ultimados a balazos por el soldado Margarito Díaz. El crimen significaba un doloroso golpe para un matrimonio que perdía en un instante a sus dos únicos hijos.
Tuvieron la suerte, si es que se puede llamar tal, que la muerte les llegara de pronto sin pasar por las pruebas horrendas de la tortura. Rafael Ferro, Gustavo Lores o Pepe Portilla, mártires de Pinar del Río pasaron por ese calvario.
Por cosas del azar el terrible acontecimiento coincidió en la fecha que marca el nacimiento de Fidel Castro. El dato apenas fue subrayado en los primeros años de gobierno revolucionario, cuando asuntos relativos a la vida personal del líder –su cumpleaños incluso- quedaban al margen de la curiosidad noticiosa. Hasta hace unas décadas los medios cubanos solo destacaban la efeméride de los mártires cuando llegaba el día.
Con el tiempo la memoria del doble asesinato quedó supeditada al acto del nacimiento del Comandante, aunque en justicia hay que reconocer que aquel no descuidó la memoria del suceso macabro que la contingencia ligó a su persona. Si el aniversario lo sorprendía en el extremo occidental de la Isla no dejaba de visitar a los padres de los victimados. Una deferencia que no hizo extensiva a otros hogares de esa provincia enlutados a causa del martirologio.
Nacido en La Habana pero pinareño (de San Juan específicamente) por los cuatro costados, la historia de los hermanos Saíz no me fue ajena. La escuché mucho antes de ir a la escuela. Mi madre recordaba los detalles en cualquier momento. Pero en cada aniversario el recordatorio se hacía ritual. La narración cobraba vida en un estilo de tradición oral escuchado con devoción y respeto, sin importar que la supiéramos al dedillo. El nombre del asesino, las victimas, su catolicismo militante, su amor a Martí, el ambiente de la época y la remembranza pormenorizada del asesinato.
El relato no pasaba por alto anécdotas sencillas de unos adolescentes, casi niños, que tenían el temple de hombres maduros. Tampoco el temor de la madre, natural si se entiende el terreno peligroso que incursionaban sus hijos. Luis Saíz, juez del pueblo muy querido en el lugar, contaba con no pocas amistades en la policía y el ejército. Estas le habían advertido del peligro que corrían sus hijos aconsejándole que los sacara del país porque la orden fatal estaba dada. Que aunque ninguno de ellos se iba a prestar siempre habría alguien dispuesto a apretar el gatillo y eso era inevitable. Le urgieron a que al menos mantuviera a sus muchachos el mayor tiempo posible encerrados en casa. Y eso fue lo que trató de hacer Esther Montes de Oca infructuosamente dándoles refrescos en los que ponía calmantes que provocaran el sueño.
Aquel día aciago ella terció ante el ruego de los jovencitos que deseaban ir al cine. No pensó que la fiera andaba al acecho tan cerca. Choca que aquellos muchachos dispuestos a acciones tremendas pidieran el consentimiento de su madre para salir, evitando aumentar sus angustias. Eran los mismos que podían hacer detonar una bomba, como la que explotó en la casa de Villafranca, un señor al que los revolucionarios señalaban por mujalista.
Pero las historias sufren modificaciones y adecuaciones según el paso de los años e intereses del momento. A veces es a consecuencia del tiempo y la ausencia de testigos reales. Otras veces las adaptaciones resultan manipulaciones conscientes para reforzar el mito. Un ejemplo de esto es el aporte publicado en Juventud rebelde el pasado 14 de agosto en torno a la muerte de los hermanos Saíz.
Según la versión de la periodista Marianela Martín González “Los hermanos Saíz no llegaban a los 20 años cuando un asesino a sueldo mutiló sus vidas, el mismo día en que iban camino a una acción revolucionaria en su natal San Juan y Martínez, y después celebrarían el cumpleaños de Fidel que ese mismo día tenía su onomástico. Luis solo había vivido 19 años y su hermano dos menos.”
Que los hermanos Saíz iban al cine es un hecho demostrable. La tarja que refrenda lo ocurrido está erigida justo en la esquina frente al cinematógrafo Marta, hoy rebautizado Meca, casi en el mismo lugar donde cayeran a metros de distancia los cuerpos sin vida. Otras fuentes del propio sistema en al Isla mantienen el dato incorrupto de los hechos. “Sergio se encontraba frente a la taquilla del cine Marta, cuando el soldado Margarito Díaz llega hasta él queriendo registrarle a viva fuerza. El joven se negó, tras lo cual el agente lo empuja hasta la acera intentando pegarle. Muy cerca Luisito advierte como abusan del hermano. Grita que lo deje mientras que avanza hacia ellos, pero el guardia le dispara. Luis cae, desde el suelo Sergio se abre la camisa y le grita: “Asesino, has matado a mi hermano, hazlo conmigo también”. Con sangre fría el militar aprieta el gatillo de su arma y le hace un disparo mortal al joven, que le atravesó los pulmones. El párrafo anterior tomado de Portal educativo cubano, es casi idéntico al contaban mis mayores en casa. Solo que el epíteto lanzado por Sergio al victimario de su hermano fue mucho más fuerte.
Pero lo que sí es una novedad en este artículo, y jamás lo escuché contar ni siquiera a mi tía Carmen (fidelista convencida), es la parte celebrativa del cumpleaños de Castro. Es bueno aclarar el error para que Sergio y Luis no se extravíen en historias inventadas o recreadas, entre añadidos fútiles y omisiones sustanciales.