LA HABANA, Cuba.-Entre el 10 y el 14 de febrero se efectuó en La Habana el IX Congreso Internacional de Educación Superior, “Universidad 2014”, al que asistieron unas 2 mil 900 personas de 58 países. El evento, que se organiza desde 1998, debe analizar los problemas, perspectivas y logros de la enseñanza superior, sobre todo en la región latinoamericana.
En la inauguración, el Ministro de Educación Superior, Rodolfo Alarcón Ortiz, leyó una conferencia titulada “Por una Universidad socialmente responsable”, en la cual “abordó el papel de la Universidad en las transformaciones sociales que promuevan la justicia, la inclusión, la integración”, según el periódico Granma del día 11 de este mes.
Siguiendo la norma, el discurso oficial no fue igualmente claro en su reflexión de los contextos sociales, y si bien puede reflejar con cierta nitidez los ambientes foráneos, se vuelve gris cuando se acerca al panorama cubano. Si el ministro Alarcón juzgara con sinceridad esa institución pública, de acuerdo con un criterio objetivo de inclusión, y de integración, tendría que reconocer que la universidad cubana es abiertamente excluyente ¿O acaso no sabe el ministro que, desde hace más de 50 años, ha sido regida por el lema de que “la Universidad es para los revolucionarios”? O sea, para los que respaldan o –en su mayoría– se conforman con este gobierno, les guste o no les guste.
En Chile, por ejemplo –y en toda Latinoamérica– ya es una tradición que los estudiantes universitarios se rebelen contra las políticas de su gobierno, sea de derecha o de izquierda, e incluso, que defiendan sus ideales y proyectos nacionales, más allá de los intereses privativos que tienen como asociación. Pero en Cuba, eso es impensable. Aquí, los alumnos deben estar “comprometidos” siempre a “cumplir las tareas de la Revolución”. Nadie quiere señalarse públicamente, con una actitud demasiado crítica, no sea que lo expulsen, además de la Universidad en la cual matriculó, de todo el sistema educativo.
Los hijos de los llamados “disidentes”, o de los activistas por los derechos humanos (si logran entrar a la Universidad) recibirán la baja, más tarde o más temprano, por un supuesto “bajo rendimiento”. Incluso, le pueden negar la Universidad a un estudiante si declara o se comprueba que ha asistido a uno de los cursos regulares que ofrece la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, aunque haya sido de inglés. Y no hay tribunales de reclamación.
De los estudiantes inscritos en el curso diurno se espera que estén siempre “a la vanguardia”, y asistan a las marchas por el Primero de Mayo, aunque no trabajen, a la Marcha de las Antorchas, ya que deben ser buenos martianos, a la del aniversario por el fusilamiento de los Ocho Estudiantes de Medicina, para honrar a sus mártires, y también, a los actos de repudio contra las Damas de Blanco, pues deben ser, ante todo, “revolucionarios”.
No es extraño que los estudiantes de Derecho se apliquen a estudiar leyes durante la mañana, y por la tarde, se ejerciten en una conga, mezclada con mitin fascista, cual si fuesen una cuadrilla de voluntarios. Al igual que en el relato del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, por el día son doctores y por la tarde se transforman en agresores, de la ley y las personas.
Algunos activistas de la sociedad civil, como Berta Soler, coordinadora del movimiento femenino “Damas de Blanco”, opinan que en la Universidad también existe una discriminación sutil, por motivos raciales. Si las estadísticas respaldan que la mayoría de los estudiantes universitarios son de tez blanca, y la mayoría de los presos son de tez negra, creo que pudiera abrirse el debate sobre el uso de políticas de discriminación positiva. De cualquier modo, sería conveniente que en todas las universidades hubiese una Comisión de la Equidad –por decir un nombre–, que se encargase de investigar posibles casos de discriminación, a causa de la raza, la orientación sexual, la religión, una subcultura, o cualquier otra identidad sujeta a los prejuicios de la mayoría.
La universidad es el primer bastión y la última trinchera de la libertad de expresión (Véase ahora mismo el caso de Venezuela). Y al ser la Tierra Santa de las ideas complejas, racionales, y alternativas, todas las dictaduras se han lanzado a invadirla, en una cruzada de conquista y dominación. Pero si es genuina, en la Universidad no habrá terreno fértil para la idolatría, ni el maniqueísmo, aunque es inevitable que por ella circulen las diferentes “modas” del pensamiento.
Este Congreso ha demostrado que los directores de las políticas educativas en Cuba siguen reduciendo la diversidad cultural de las sociedades a unos esquemas de polaridad ideológica: humanismo vs mercantilismo, marxismo vs neoliberalismo, y el imaginario de Nuestra América vs lo norteamericano y europeo. Confunden humanismo con “gratuidades”, lo latinoamericano con una mitología construida a partir de los símbolos de la izquierda política, y también un destino que debe ir recuperando las “esencias” históricas. En cuanto al marxismo, lo asumen como una religión “científica”, o una ciencia social independiente.