SANTIAGO DE CUBA, Cuba. – Soy adicto. No lo puedo ni quiero negar. Más de veinte años de lucha por la democratización de Cuba me han obligado a combatir mi vieja adicción. Esta comenzó a muy temprana edad. Con trece años caminaba diez kilómetros por un oscuro y peligroso camino para satisfacer mi dependencia. La Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) ha sido la principal enemiga de mi adicción. Pero no la ha podido eliminar. Ni siquiera seis años confinado en celdas de aislamiento vencieron esta inclinación. Cuando en la madrugada, ya cansado en extremo, decido dormir, aunque sean cinco o diez minutos dedico a esta fuerte afición.
Cuando me embarga la preocupación por las víctimas de la represión en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Cuando me domina la impotencia ante la debilidad e indecisión de las principales potencias democráticas ante los desmanes de adictos al poder absoluto como Raúl Castro, Nicolás Maduro y Daniel Ortega, recurro, hasta donde mis deberes me lo permiten, a mi vieja adicción. Después de tres madrugadas, hoy concluí la película estadounidense de suspenso y ciencia ficción “La Isla”, del 2005. Soy adicto al cine, también a la literatura y sobre todo, a la libertad.
La trama del filme, dirigido por Michael Bay y protagonizado por Evan Mcgregor y Scarlett Johansson, se desarrolla precisamente en el año 2019, el año en que vivimos, el año en que los adictos al despotismo, Vladimir Putin y Raúl Castro, pretenden terminar de convertir a Venezuela en lo mismo que la Unión Soviética hizo de la Mayor de Las Antillas en la década de 1960, frente a las narices de Estados Unidos. Dos clones, Lincoln Seis Eco y Jordan Dos Delta, escapan de una especie de moderno y pulcro campo de concentración –nada que ver con los reales campos de concentración con características medievales en la Cuba del siglo XXI, donde sobreviven, en condiciones infrahumanas, miles de prisioneros-, y luego que descubren que no existía el “gran premio” que todos esperaban y que su destino sería trágico.
¡Imagínense! Buscando olvidar aunque fuese unos minutos la triste e indignante realidad que vivimos venezolanos, nicaragüenses y cubanos, entre otros pueblos víctimas de dictaduras, termino viendo una película con situaciones muy parecidas a las nuestras. Veamos el discurso con que el Doctor Merrik, adicto al dinero (interpretado por el actor Sean Bean), y su equipo, engañaban a los clones, cuyo fin era ser sacrificados para dar salud y vida a millonarios que podían pagar aquel costoso tratamiento: “Fuiste elegido. Eres parte de un nuevo comienzo. Eres especial. Tienes un propósito muy especial en la vida…Poblar la Isla. Has sido elegido para sobrevivir. Quieres ir a la Isla”. La Isla del filme viene a ser para los clones como el socialismo prometido por los Castro, Chávez, Maduro y Ortega a cubanos, venezolanos y nicaragüenses. Una falsa promesa mientras te sacrifican para satisfacer su adicción al poder absoluto.
El ambicioso Doctor Merrik contrata a un mercenario, Albert Laurent (representado por el actor beninés nacionalizado estadounidense Djimon Hounsou), para que capture o aniquile a los dos clones fugitivos que pueden poner en riesgo su lucrativo y criminal negocio. Raúl Castro, Nicolás Maduro y Daniel Ortega tienen también efectivos matones para asesinar, encarcelar, torturar y perseguir a quienes nos negamos a vivir como obedientes ovejas. Para el doctor y su equipo los clones eran simples productos, para Castro, Maduro y Ortega las personas no son más que meros instrumentos.
Mi intención, como ya habrán notado, no es juzgar la calidad del filme, esa es tarea de los críticos, y suya. Para un luchador por la libertad y los derechos humanos, hay escenas muy importantes. Mencionaré solo dos, la primera, cuando el rebelde Lincoln Seis Eco y la hermosa Jordan Dos Delta, después de descubrir el engaño, tratan de escapar de aquel centro del cual nunca habían salido, fatigados por la carrera. Entonces, Seis Eco le pregunta a Dos Delta: “¿Aún crees que existe la Isla?” Es como preguntar a cubanos, venezolanos y nicaragüenses víctimas de sus adictos tiranos, si todavía creen en el socialismo.
El otro momento que no quiero dejar de mencionar es cuando Lincoln Seis Eco, pudiendo disfrutar junto a Jordan Dos Delta de los millones del hombre que lo había encargado, prefiere regresar para salvar a los demás clones, quienes ni siquiera sabían cuál era el destino que les aguardaba. Esto me recuerda a los hombres y mujeres que prefieren la prisión, y hasta la muerte, antes que abandonar la lucha por la libertad de sus compatriotas víctimas de la miseria y la opresión.
Soy adicto al cine y a la literatura. Me gustan las obras inspiradas en hechos reales, sea cual sea su final, pero también me gustan y me reconfortan las de ficción, donde los héroes hacen posible un final feliz. En la película “La Isla”, después de dos horas y dieciséis minutos vemos como cae el cruel y ambicioso Doctor. El asesino a su servicio acaba ayudando a las víctimas y los clones terminan libres. En la vida real, los tiranos de Cuba, Venezuela y Nicaragua continúan oprimiendo a sus pueblos y sus principales matones no tienen la virtud del mercenario que pasa al lado del bien. En la vida real todo puede resultar mucho más complejo. Pero ello no significa que nuestros pueblos, como los clones del filme, no terminen alcanzando su libertad. Aún nos quedan momentos muy difíciles, pero se acerca nuestro final feliz.
Las heroicas luchas por la libertad de los pueblos han sido el argumento de muchas obras literarias y cinematográficas. Muchas obras literarias y cinematográficas nos animan a luchar por la libertad y los derechos de nuestros pueblos. Por eso continuaré siendo adicto al cine y a la literatura, y sobre todo, a la libertad.