LA HABANA, Cuba. – En el año 1852 vio la luz el que podría considerarse como antecedente primero y legítimo de la prensa independiente cubana. El periódico La Voz del Pueblo Cubano surgió y circuló en condiciones de clandestinidad, gracias al tipógrafo y patriota Eduardo Facciolo Alba.
Natural de Regla, aprendió desde muy temprano el oficio en la imprenta literaria de Domingo Patiño. Posteriormente se desempeñó como cajista en varias rotativos, hasta que en 1844 ingresó al taller que editaba el periódico Faro Industrial de La Habana, del cual llegó a ser regente.
Facciolo se convirtió en un linotipista meticuloso y diligente. Gracias a su trabajo conoció a Cirilo Villaverde, José García de Arboleya, José María de Cárdenas y otros escritores y periodistas que le inculcaron el amor por la patria y la necesidad de independizarla de España.
Quienes lo conocieron lo describían como un joven discreto, amable, entusiasta de las ideas liberales, laborioso, que vestía modestamente y con pulcritud. El fusilamiento del poeta Gabriel de la Concepción Valdés “Plácido”, en 1844, lo marcó para siempre e hizo brotar en él un incipiente, pero decisivo sentimiento anticolonialista, que le valió severas reprimendas por parte de su padre y su tío.
Para 1851 la represión de la Corona a las libertades de prensa y expresión había alcanzado un nivel intolerable. La prensa favorable a España publicaba a diario calumnias contra los cubanos que no aceptaban el estado de oprobio en el cual se hundía la nación.
Con el propósito de contrarrestar tanta insidia, el periodista Juan Bellido y otros independentistas acuerdan crear un periódico clandestino para desmentir la campaña de difamación impulsada por la prensa leal a la metrópoli. El tipógrafo elegido fue Eduardo Facciolo, siempre discreto y confiable.
En el más absoluto silencio, con los recursos que se habían podido recabar, Facciolo y otros colegas se ocuparon de la labor. Así, el 12 de junio de 1852, fue impreso el primer número de La Voz del Pueblo Cubano, que llamaba a los insulares a combatir por la libertad, contra la implacable tiranía de España.
Aquella primera tirada de 2.000 ejemplares inundó las calles de La Habana ante el desconcierto de las autoridades españolas y el entusiasmo de los criollos afines a la causa independentista. A pesar de la represión, el rotativo llegó a otras provincias e incluso a los cubanos que residían en España y Estados Unidos.
El entonces capitán general, Valentín Cañedo, dijo que el periódico alentaba una rebelión contra España y ordenó encontrar a los responsables, ofreciendo grandes sumas de dinero a quien quiera que los delatase.
Los independentistas mudaron la imprenta de lugar ante el aumento de las redadas, pero un segundo número de La Voz del Pueblo Cubano apareció el 4 de julio de ese mismo año, con una tirada de 3.000 ejemplares, y luego un tercer número vio la luz ante que cerrara el mes.
La represión fue tenaz. Arrestos, allanamientos, interrogatorios. Facciolo seguía mudando la imprenta para despistar a las autoridades, hasta que decidió asentarla en la calle Obispo. Varios conspiradores, fichados por los soldados españoles, lograron salir del país, entre ellos Juan Bellido, quien antes de partir aconsejó a Facciolo no establecer la imprenta, sino continuar trasladándola para no llamar la atención.
Eduardo desoyó el consejo y, poco tiempo después, un delator puso a los españoles sobre la pista del intrépido tipógrafo y sus colegas. Sorprendidos in fraganti, mientras preparaban el cuarto número del rotativo, todos fueron arrestados y sentenciados a penas de cárcel. Eduardo Facciolo Alba, quien se había declarado culpable desde el primer diálogo con sus captores, fue condenado a muerte por garrote vil.
El capitán general negó la petición de clemencia y conmutación de la pena a 10 años de presidio en África y destierro definitivo. El 28 de septiembre de 1852, frente a la Real Cárcel, fue ejecutado el valeroso mártir de la prensa libre cubana. Tenía solo 23 años.