LA HABANA, Cuba.- En la noche del 17 de mayo de 1890, La Habana, una ciudad que se había expandido más allá de su muralla, registró uno de los peores siniestros de su historia. El almacén de Don Juan Isasi, ubicado en la populosa calle Mercaderes, esquina a Lamparilla, en el corazón de la ciudad antigua, fue reducido a cenizas. Aquella tragedia no solo trascendió por la magnitud del desastre, sino por la cantidad de víctimas que provocó.
Aunque fueron varias las versiones publicadas por la prensa de la época, todas coincidían en que el fuego fue descubierto casualmente por el vigilante del barrio. Enseguida se dio la voz de alarma en la ciudad, y los bomberos acudieron con rapidez. Lo que parecía ser solo un almacén de ferretería envuelto en llamas, fue en realidad un potente polvorín, pues los proyectiles de revólver y fusil allí guardados añadían un peligro considerable a la situación. En determinado momento, las llamas se intensificaron, obligando a los bomberos a redoblar sus esfuerzos y forzar al máximo las bombas de agua.
El aire, cargado de humo y olores irritantes, se había tornado nocivo. Según declaró un sobreviviente del incendio, varios bomberos intentaban sofocar el fuego desde la calle, mientras uno se aplicaba en romper una puerta a golpes de hacha para agilizar las acciones de rescate.
El agua parecía evaporarse apenas brotaba de las mangueras. Los cartuchos de fusilería estallaban desde los anaqueles y un proyectil hirió a un bombero en el cuello. Cuando por fin se logró abrir una brecha en la puerta, el golpe de oxígeno avivó las llamaradas, que se expandieron en todas direcciones.
En la calle, los curiosos observaban la escena aterrorizados, pegados a las paredes. La humareda cubría dos manzanas. La calle empapada hacía resbalar a los bomberos. Policías y soldados habían llegado al lugar cuando estallaron las puertas que daban a la calle Mercaderes. Dos explosiones consecutivas causaron el derrumbe del edificio, haciendo saltar los cristales y dañando la estructura de inmuebles aledaños. Varias fuentes aseguran que, tras la investigación de los peritos, se supo que el señor Isasi tenía dinamita no declarada en su almacén.
Un saldo de 26 víctimas de los dos cuerpos de bomberos que por entonces existían en la capital, fueron enterradas con honores en un sentido duelo oficial y popular. También murieron un miembro de la marina, cuatro agentes del orden público y ocho vecinos. El total de heridos ascendió al centenar.
Actualmente, en el sitio donde estuvo el almacén Isasi hay un museo en homenaje a los bomberos de La Habana, pero en particular a aquellos valientes que lucharon contra las llamas hasta su último aliento.