LAS TUNAS, Cuba. — Este miércoles, 17 de mayo, cuando el país se encuentra hundido en una espiral inflacionaria sin precedentes en su historia, particularmente marcada por la carencia de productos del campo y por su consiguiente encarecimiento —una libra de arroz cuesta 170 pesos, 460 la libra de carne de cerdo, 100 la de papas, entre 150 y 180 la de azúcar y entre 350 y hasta 500 pesos la libra de queso—, el Partido Comunista de Cuba (PCC) hará celebrar el “día del campesino” y el 62 aniversario de la fundación de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).
El régimen llama “día del campesino” al 17 de mayo en alusión a que ese día en 1959 fue promulgada la llamada “Primera Ley de Reforma Agraria”, cuya transformación de la propiedad consistió en eliminar el latifundio privado, pasándolo a manos del Estado, pues, en realidad, ningún campesino ni ninguna persona natural o jurídica fue beneficiada con la concesión de tierras, ni en propiedad ni por ningún otro contrato agrario, sino que la tierra expropiada a compañías extranjeras o cubanas o a propietarios rurales particulares pasó a manos estatales, administradas por el llamado Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), presidido por Fidel Castro, y que en 1959 funcionara en Cuba como un Estado dentro del Estado.
La llamada “Primera Ley de Reforma Agraria”, sin producir nuevos propietarios agropecuarios o forestales que los ya existentes, solamente acrecentó la propiedad y reconoció como legítimos poseedores de la tierra y entregó los títulos de ella, a quienes ya, por contratos de arrendamientos u otros convenios con sus dueños, trabajaban esos terrenos, que serían 1,1 millón de hectáreas, mientras en manos del Estado quedaron luego de expropiadas 7,8 millones de hectáreas, es decir el 71% de la superficie agropecuaria y forestal de la nación, por lo que es un sofisma (sí, un falso razonamiento) decir que el castrismo hizo una “reforma agraria” poniendo la tierra en manos de quienes la trabajaban.
Según hemos apuntado en otras ocasiones —pero que por su importancia política, jurídica y económica siempre vale la pena recordar—, copiando el postulado de la Constitución de 1940 que dice “se proscribe el latifundio”, el artículo 1 de la “Ley de Reforma Agraria” castrista conceptuó que “el máximo de extensión de tierra que podrá poseer una persona natural o jurídica será treinta caballerías”, y, a continuación, la ley aseguraba que las propiedades que se excedieran de ese límite (402,6 hectáreas), serían expropiadas para “su distribución entre los campesinos y los obreros agrícolas sin tierras”, pero esa “distribución” nunca ocurrió, y en el caso de la agroindustria azucarera, que ocupaba la mayor parte del suelo arable cubano, en lugar de distribuir la tierra entre quienes la trabajaban, en 1960 fueron establecidas las llamadas “Cooperativas Cañeras”, siendo el Estado el poseedor del derecho de propiedad, como continúo siéndolo cuando en 1962 las cooperativas pasaron a llamarse “Granjas Estatales del Pueblo” y más tarde, en 1963, “Agrupaciones Agropecuarias”, en una larga lista de eufemismos, sugestiones, rodeos y disfraces que llega a nuestros días para hacer creer que en Cuba la tierra es de quienes la trabajan y no de un Estado cuasi feudal en manos del PCC.
Para colmos de ironías, es un suceso del que poco o nada se dice, la fundación de la ANAP no guarda ninguna relación con el 17 de mayo, “día del campesino”. La Asociación Nacional de Agricultores Pequeños fue creada por la Resolución 247 de 22 de enero de 1961, emitida por el INRA, para destruir, sí, liquidar por “contrarrevolucionaria” la Asociación de Colonos de Cuba, una organización gremial fundada en 1934, donde, para defender sus derechos y proteger sus intereses, tenían cabida por igual los grandes y pequeños cultivadores de caña.
El 17 de mayo debía recordarse en Cuba como el día de la ruina del campo. Y cuando digo “ruina del campo” no sólo me refiero a la destrucción por el estatismo de las agroindustrias azucareras y arroceras, al aniquilamiento del hato vacuno nacional y, en suma, a la catástrofe de todas las producciones agropecuarias, silvícolas y pesqueras que sufre desde hace muchísimos años el pueblo cubano. El 17 de mayo de 1959 marcó el inicio de la desaparición de la ruralidad, esos modos de hacer o no hacer en nuestros campos que se remontan a nuestros ancestros aborígenes, españoles y africanos, hábitos y técnicas, desde agrícolas hasta culinarios, más tarde enriquecidos con la llegada a nuestra tierra de inmigrantes de diferentes partes del mundo, y que fueran expropiados, todos, cubanos y extranjeros, hace 64 años por estos días, destruyendo no sólo el derecho agrario consuetudinario, sino también las formas de trabajar la tierra que han resultado en la improductividad y ociosidad del campo cubano, y más que todo, en las formas de conducirse los seres humanos, que de personas honestas y laboriosas pasaron a ser ladrones, vagos y proxenetas por obra y gracia de la “formación” comunista.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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