1

Conseguir gas licuado o “de balita”: un martirio para muchos cubanos

Gas licuado, Cuba

LA HABANA, Cuba. — Un amigo que cocina con gas de balón me dice: “Es una odisea cada vez tengo que ir a comprar la balita”. La escasez genera colas casi perennes en los puntos donde se expenden los depósitos del gas licuado. Refiere mi amigo que a veces ha hecho fila durante días para poder comprar la balita.

En cada barrio hay un lugar establecido para adquirirlas de modo normado, cuando llega el camión que las trae. En Coco Solo, Marianao, donde vive mi amigo, hay cuatro puntos de venta, pero resultan insuficientes para la cantidad de clientes.

En teoría, estos puntos deben ser surtidos al menos tres veces a la semana, pero no siempre es así. En algunos lugares hay cuatrocientos clientes, pero solo llegan entre 80 y 120 balitas como máximo; por tanto, no alcanzan para todos los que tienen derecho a comprar.

Las personas se organizan en las filas a través de listados que ellas mismas hacen y controlan. Quienes están en los primeros lugares mantienen este orden hasta que compran, después pasan el listado a las personas que les siguen en la cola. Este método es casi permanente y las colas se extienden hasta la madrugada.

La duración del gas es de acuerdo al uso y la cantidad de personas del núcleo familiar. Antes duraba unos cuarenta días, pero hoy, debido a su mala calidad, se estableció un ciclo de dieciséis días que, tras numerosas quejas por parte de los consumidores, se redujo a once días.

Antes del reordenamiento económico el precio de cada balita era de siete pesos. Lo aumentaron a 210 pesos, pero debido a las protestas de la población, bajó a 180 pesos. Esto implica que, si en un mes una familia tiene que adquirir dos balitas, debe desembolsar 360 pesos.

A muchas familias, especialmente si hay niños y ancianos, el gas que les asignan no les alcanza para cocinar todo el mes. Entonces tienen que comprarlo “por la izquierda”, pagando de 700 a 1000 pesos por cada balita.

Quienes carecen de dinero para comprar el gas, optan por cocinar con leña, pues el carbón es bastante caro. Pero solamente quienes tienen un patio grande pueden cocinar con leña. Además, deben saber cómo hacerlo, porque es peligroso.

En la capital, solo tres municipios (Centro Habana, Habana Vieja y Plaza) reciben el gas manufacturado —gas de la calle— que llega por tuberías, cuyo suministro es estable y más económico. En los municipios Cerro, Diez de Octubre, Playa y Marianao, el gas manufacturado solo llega a zonas específicas.

En diez de los quince municipios de la capital se usan mayormente equipos electrodomésticos para cocinar; pero son muy costosos y solo se pueden comprar en moneda libremente convertible (MLC). Además, consumen mucha electricidad, se rompen con facilidad y casi nunca se pueden reparar por falta de piezas de repuesto en los talleres. Hay que adquirirlas por la izquierda, a precios elevadísimos.

Antes de 1959, en muchos hogares cubanos cocinaban con alcohol y keroseno (luz brillante), que eran muy baratos y se compraban al por mayor en cualquier bodega o almacén; pero eran peligrosos y podían ocasionar incendios caseros.

Hasta hace unos veinte años existían fábricas y talleres donde se ensamblaban y reparaban las llamadas “cocinas Pike”, que funcionaban con kerosén. Hoy han desaparecido.

La supresión del uso del keroseno para cocinar se debió a Fidel Castro, quien, en 2005, al implementar la llamada revolución energética, decidió que era más seguro y económico cocinar con hornillas eléctricas. Hoy tampoco hay piezas de repuesto para esas hornillas. Y ni hablar de los apagones justo a la hora de cocinar.