VILLA CLARA, Cuba. — Cuando encendieron las primeras farolas del alumbrado público en Santa Clara en tan temprana fecha como lo fue 1895, esta se convertiría en una de las primeras urbes cubanas en contar con la moderna tecnología.
Afanada con traer el progreso a su ciudad natal, la benefactora Marta Abreu de Estévez había comenzado las gestiones para introducir la luz eléctrica en sustitución del queroseno con la compra de una planta dotada de piezas europeas que incluían calderas, dinamos y motores.
Tras recibir la anuencia del Ayuntamiento, Marta adquirió la fábrica de gas que había tenido a su cargo el servicio y, según describen los historiadores, por deseo expreso de la dueña, se eligió el sistema de corriente continua por ser la menos peligrosa que se instalaba en aquellos años.
Todo el material empleado en esa fábrica era de calidad superior a otras de las existentes en la Isla, puesto que se contrataron los servicios de la Casa Gramme de París, la compañía del famoso constructor de dinamos Zenobio Teófilo Gramme, quien había proyectado el alumbrado del Támesis en Londres y de otras importantes plazas en París.
Durante esta etapa, Marta acostumbraba a pasar el verano en Francia, en su residencia parisina, y el invierno en Cuba, entre la vivienda del Prado, en La Habana, o el ingenio San Francisco, con su obligada visita a Santa Clara. Mientras se realizaban las primeras pruebas del alumbrado, el pueblo de Villaclara observaba con asombro como resplandecían las lámparas incandescentes de arco voltaico como si se tratase de un milagro.
La inauguración definitiva del alumbrado público fue prevista para la segunda quincena de febrero del año 1895, pero, producto al estadillo de la llamada Guerra Necesaria, debió ser aplazada para el día primero de marzo. Como homenaje a Marta y aprovechando su visita a la ciudad, se autorizaron tres días consecutivos de festejos que la prensa de la época calificó como apoteósicos.
Además de los bailes y banquetes, Marta organizó también un sorteo de veinte máquinas de coser para muchachas pobres, entregó mudas de ropas para los presos y limosnas a los más necesitados. Sin embargo, lo más significativo fue el emplazamiento de una réplica de la conocida torre Eiffel en medio de la plaza Mayor, ya que era sumo conocida la afición de La Benefactora por este ícono de la Exposición Universal de París, que había sido inaugurado apenas seis años antes.
La Eiffel de Santa Clara fue proyectada por el ingeniero Ramón Berenguer, quien trazó en yeso el plano a escala natural en el pavimento del Teatro La Caridad. Un grupo de carpinteros se encargaron de construirla a la medida exacta, cuyas partes y secciones habían sido pintadas previamente a tal modo que se asemejara a la original. Contaba con 28 metros de largo y siete de ancho en su base y fue instalada encima el Obelisco a los Padres Conyedo y Hurtado.
Por las pocas imágenes que se conservan de este insólito suceso se puede notar cómo la torre sobrepasaba en altura al campanario de la iglesia Mayor situada en el parque y a otros monumentales edificios del centro histórico. De la mitad hacia abajo, fue cubierta con 25.000 flores de alambre y papel confeccionadas por las propias damas santaclareñas y rematadas cada una con un foco eléctrico, precisamente para hacer alarde del progreso recién adquirido por la ciudad.
Cuenta el historiador Florentino Martínez que “todos recuerdan aquellas fiestas conmemorativas (…). Y los viejos mecheros del gas parecían adormecidos a la luz clara deslumbrante de las lámparas de arco voltaico ahuyentando las tinieblas”. También la Revista Villaclareña reseñó que la torre fue nombrada como la propia ciudad y expresamente “dedicada a Marta por las señoras, señoritas y señores de la comisión encargada de atender los festejos”. El parque se engalanó con colgaduras, escudos, banderas y arcos de triunfo.
Durante los carnavales, las mujeres de Santa Clara, quienes tomaban a Marta como un modelo estético a seguir, llevaron un peinado similar al suyo, consistente en un cono en lo más alto de la cabeza, tal y como dictaba la moda europea. La réplica permaneció en el lugar por varias semanas después de las fiestas a petición de los propios pobladores que se paseaban alrededor del símbolo parisino ahora bajo la luz de las modernas farolas.
Se dice que el pueblo de Santa Clara acompañó a Marta esa noche en una especie de séquito hasta su morada. Esta sería la despedida definitiva a su Benefactora, quien fallecería el 2 de enero de 1909 en la ciudad de la verdadera torre Eiffel, y donde obtuvo sepultura provisional en el cementerio de Montmartre.
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