LA HABANA, Cuba.- Se cumplen treinta y tres años de la caída del Muro de Berlín, último vestigio de la Guerra Fría y del comunismo soviético, que se desmoronó ahogado en su propia burocracia, en la corrupción y en la sangre de millones de víctimas.
Gracias a un error cometido en vivo por Günter Schabowsky —Jefe del Partido en Berlín oriental— durante una rueda de prensa, miles de berlineses se aglomeraron en el muro solicitando autorización para acceder a Berlín occidental con efecto inmediato. Las tropas, confundidas, llamaron a sus superiores solo para recibir informaciones contradictorias. Superados en número y convencidos de que, si se atrevían a disparar, nadie del alto mando iba a responder por los muertos en el paso fronterizo, abrieron las puertas de la aberración constructiva que, por casi tres décadas, había sido símbolo de opresión, de la separación de millones de familias en una Alemania fracturada por la crueldad del comunismo.
La noche del 9 de noviembre de 1989 el muro se convirtió en un parapeto de libertad. Cada ciudadano que escaló para tomarlo de una punta a la otra; cada danza y malabar ejecutado en su altura; cada lágrima, carcajada y grito de bienvenida a los hermanos del otro lado; cada golpe de mandarria que arrancó trozos a aquella pared nefasta, abriendo nuevos accesos en una frontera que jamás debió existir, marcó el paso definitivo para la reunificación de Alemania.
A lo largo de la historia se han construido murallas para proteger las lindes nacionales de invasores extranjeros; pero solo el comunismo fue capaz de levantar un muro para partir en dos un país. Hoy, cuando se cumplen 33 años de la caída del Muro de Berlín, urge recordar lo que significó para Europa del Este la ideología implantada por Stalin.
El mundo tiene muy mala memoria y son muchos los que todavía rinden culto a la bandera del martillo y la hoz, defendiendo el comunismo, transmutado hoy en socialismo, progresismo, o “democracias de partido único”. El mundo haría bien en recordar, al calor de la guerra en Ucrania, provocada justamente por el anhelo de un megalómano de recobrar aquel campo socialista que empobreció a tantas naciones europeas para fortalecer a la Rusia bolchevique, lo que podría costarles a las democracias occidentales la más mínima señal de debilidad ante el avance de una ideología fracasada, por antinatural y corrupta desde la raíz.
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