MIAMI, Estados Unidos.- El 4 de noviembre de 1989, un millón de alemanes se congregaron en Berlín Oriental y desfilaron por las calles exigiendo al dictatorial gobierno de Erich Honecker el fin de la opresión comunista. Apenas cinco días después –el día 9– se desmanteló el Muro, piedra por piedra y a mandarriazos, y la sangrienta división de Alemania y la ciudad de Berlín terminó para siempre. Con el Muro, el mundo comunista completo se vino abajo. La caída del Muro desencadenó el fin del miedo. La liberación y la democracia. Ya estaba en el poder en el Kremlin el reformista que le dio a la URSS y al mundo la perestroika y la glasnot, Mijaíl Gorbachov.
Los pueblos se sublevaron sin éxito ante los tanques –como ya algunos lo habían hecho antes (Hungría en 1956, Praga en 1968)– pero esta vez el ejército soviético, por órdenes de Gorbachov, se mantuvo quieto en base. El 25 de diciembre de 1991 Gorbachov renunciaría a su cargo. A la medianoche de ese mismo día dejaron de ondear todas las banderas en el imperio soviético que fundara Lenin, recrudeciera Stalin, y mantuviesen a flote Nikita Khrushchev y Leonid Brezhnev: tanto en Rusia, como en las repúblicas socialistas de Europa del Este –Polonia, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria–, como en los catorce países de Europa y de Asia que conformaban, con Rusia, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que dejarían de serlo ipso facto: Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Moldavia, Ucrania, Georgia, Armenia, Azeribaiyán, Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán, Turkmenistán y Tayikistán.
El 26 de diciembre de 1991 desaparecía del mapa político la antigua URSS. Como fichas de dominó en frágil hilera se desmoronó el Imperio del Mal, como le llamara Ronald Reagan, el mismo que instara a Gorbachov el 12 de junio de 1987, ante la Puerta de Brandenburgo, a derrumbar el Muro.
Al tiempo que miles de cubanos partíamos al exilio huyendo del castro-comunismo, comenzaba en Berlín la construcción del Muro. Según relata en su reciente ensayo el profesor y ensayista Doug Bandow, del Instituto Cato, quien fuera asistente del presidente Reagan:
“Durante la noche del 12 de agosto de 1961, fuerzas de la Seguridad de Alemania Oriental comenzaron a construir lo que se conocería como el Muro de Berlín. Al principio se rompieron las calles para instalar cercas de alambre, pero enseguida serían reemplazadas con un muro de ladrillos…. para luego aumentársele su altura y construirse un segundo muro que formaría un corredor de la muerte entre los dos muros paralelos. El Muro de Berlín se extendía por millas con sus paredes de concreto, reforzadas mediante alambradas, alambre de púas, perros amaestrados, y trincheras anti-vehículos. Estaba, además, reforzado con atalayas y zonas minadas. Tropas guardafronteras además tenían órdenes de dispararle a cualquiera que intentara saltar el muro. El paraíso del proletariado estaba dispuesto a asesinar al proletario que intentara escapar”.
Entre 1949 y 1961, 3.5 millones de alemanes huyeron de su país, la quinta parte de la población de Alemania. Para 1961, unas mil personas ya huían a diario de la Alemania ocupada por Rusia. El Muro no impidió la estampida. Los alemanes emplearon globos aerostáticos, naves submarinas y compartimentos secretos en automóviles para escapar; se lanzaron de edificios adyacentes al Muro –que luego las autoridades derrumbaron–, y construyeron túneles. En total, unas 100 000 personas intentaron escapar; solamente unos 5 000 lo lograron. Decenas de miles de alemanes fueron a la cárcel, pues escapar del comunismo era delito. Unas mil personas fueron asesinadas a tiros en el intento de saltar el Muro. Asegura el profesor Bandow que la cifra exacta no se sabrá nunca.
Según El libro negro del comunismo, y el de R.J. Rummel sobre el genocidio a partir del año 1900, Death by Government (Morir a manos del gobierno), el comunismo es responsable de la muerte de más de 100 millones de seres humanos. ¿A cuánto llegan los muertos del comunismo en Cuba? ¿A 10 mil? ¿A 50 mil? ¿100 mil? Están los al menos 7 mil fusilados; los entre 30 mil y 50 mil balseros ahogados en el Estrecho de la Florida; las al menos 500 víctimas de masacres (como la del Río Canímar, el 6 de julio de 1980; la del Remolcador 13 de marzo, el 13 de julio de 1994.
El conteo sigue, porque esta pesadilla aún no ha terminado en el trópico. El dominó, cuando cayó, no cayó completo: la Cuba castrista quedó parada. Destruida, depauperada, con “período especial en tiempos de paz” y todo, pero parada. Y ahí sigue, pidiendo el agua por señas, más empobrecida que nunca, con más arrestos, golpes, injusticias, ultrajes, explotación y violaciones que nunca, pero ahí, parada.
Berlín tuvo su sanguinario Muro. Duró 28 años, y hoy celebramos los 30 años de su derribo a mandarriazos y con furia. Cuba tiene todo un muro de océano, como isla que es, rodeada de agua –y de tiburones– por todas partes. Hace 60 años –casi 61– que lo tiene, sin mandarrias a la vista que lo tumbe. No tenemos un millón de almas que desfilen en contra del régimen, solo unos cientos –o miles– de hombres y mujeres disidentes, sitiados y hostigados, pero firmes, dignos y valientes. No tenemos un Ronald Reagan, ni un Mijaíl Gorbachov. No tenemos una Puerta de Brandenburgo, solo una Plaza Cívica que sigue llamándose “de la Revolución”.
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