LA HABANA, Cuba.- El periodista independiente Jorge Enrique Rodríguez Camejo ha sido puesto en libertad después de haber estado cerca de 24 horas en paradero desconocido. La desaparición forzosa a la que fue sometido mientras cubría el juicio a los depredadores sexuales de la hija de Cleida Díaz, una niña de 13 años, es parte del estado de corrupción que padece el sistema policial cubano.
“Me condujeron a la estación de policías del Capri, en Arroyo Naranjo”, asegura el reportero. “El pretexto fue una mentira. Cuando pregunté en el interrogatorio por qué me habían llevado dijeron que yo estaba haciendo fotos de la unidad militar, pero lo cierto fue que las dos mujeres que me condujeron eran amigas del patrullero que a su vez era amigo de uno de los familiares de los acusados”, y establece las conexiones por cómo sucedieron los hechos.
Rodríguez Camejo esperaba a Cleida García, la madre de la niña violada el pasado año por cinco hombres en La Habana, en las cercanías del tribunal militar del ejército occidental, situado en El Calvario.
“Estoy tranquilo, apartado del bullicio de los familiares de los agresores, como a 15 metros de la puerta de entrada al tribunal cuando llega Cleida y me saluda”, cuenta Jorge Enrique, “ya los familiares estaban inquietos, hablando tremenda cantidad de barbaridades, y cuando me ven con la madre de la niña sacan sus conclusiones, hablan más alto aún, señalándola a ella como culpable por haber subido todo a las redes sociales, y veo cómo uno de ellos se va en un carro”.
Por las medidas epidemiológicas el gobierno no iba a permitir a más de un acompañante, por lo que la cobertura no podría ser desde la misma sala del tribunal militar, así que el periodista debía quedarse afuera esperando los resultados.
“A la media hora el familiar que se había ido regresó escoltado por una patrulla que, después de observarme en la distancia, llamó por teléfono y se apareció una moto con dos mujeres vestidas de civil que, incluso pensé que eran del DTI, pero no, eran dos agentes de la Seguridad del Estado que evidentemente eran amigas del patrullero”, porque en caso de una intervención de la Seguridad el reportero siempre esperó ver llegar a los represores que suelen acosarlo.
Luego de ser interrogado, estuvo a modo de escarmiento en la estación de policías del Capri durante el tiempo que permaneció desaparecido, y fue liberado sin ninguna consecuencia.
Rodríguez Camejo confiesa que la tortura no fue estar en un calabozo todo este tiempo, sino lo que tuvo que escuchar mientras esperaba a Cleida García.
“Me dio mucha tristeza ver que a pesar del trabajo que hacemos en contra de la violencia de género y del abuso infantil todavía haya veinticinco personas como esas, entre ellas catorce mujeres, hablando y denigrando a una niña de 13 años con las palabras más horrendas y humillantes que te puedas imaginar”, y a eso le suma la intervención de dos mujeres agentes de la Seguridad del Estado “prestadas” para entorpecer y no para apoyar a la víctima y a sus familiares.
El caso de la hija de Cleida García causó revuelo por la crueldad con que ocurrieron los hechos: una niña había sido violada en el Cotorro por seis hombres mientras uno grababa para después distribuir el material por las redes que el gobierno ha creado desde la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI). Seis hombres que pasaban el Servicio Militar y que habían hecho contacto con ella a través de esta misma red que se vende como segura.
Aunque los culpables han sido condenados a más de 20 años cada uno, la familia de la niña tendrá que enfrentarse a una nueva ola de violencia, porque esas mismas personas que delataron la presencia de Jorge Enrique Rodríguez en el tribunal a la salida del juicio amenazaron de muerte e intentaron golpear a la madre y a la abuela de la niña.
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