VILLA CLARA.- Nunca se habían preanunciado tanto, a un mes de instrumentadas y a otro casi de que tengan lugar.
Jamás se había disparado en la provincia –ráfaga de proclamas– un team compuesto por ¡nueve mil empleados! de la maquinaria partidista, para que ninguna pieza del conjunto se atore y vaya a dejarse metralla “ordenada” en la “libre” información que rendirá nuestro pueblo batallador con el acto civil de presentarse a votar. O –al menos– hacer como si tal.
Imagino que así será el programa y la vigilia (que no es “mambisa”, todavía, por suerte) en las demás provincias: renovada bufonada.
Por carreteras y caminos intrincados, se va mirando el despliegue de cartelones camuflados en la grisura del paisaje, la naturaleza cenicienta contrastando con los coloridos armatostes que anuncian trasparencia e imparcialidad, de masividad absoluta, las cuales se avalan con matiz de futuridad en la gloria de “cada uno de nuestros actos heroicos cotidianos”.
Entre otros, el derecho demorado de volvernos visibles al fin, boleta en mano, un día.
Pero esta vez, han llamado a hacernos creer que la decisión individual ante ese trance personal y decisivo, incidirá en la elección colectiva del presidente del país, como si tal cosa fuera posible de ver antes de morirnos en esta solariega vida.
Porque la asamblea nacional (menguado senado que apenas come), esa epifanía por la que “todos” votaremos sin reticencias ni ambages, estará condicionada –incondicionalmente– a “responder” cualquier demanda ciudadana que se muere a la sombra de cambalaches trompeteados desde el período pleistoceno (los di-sueltos lineamientos), pero ahora lo hará “imparcialmente”, sin eructos ni saltos de estómago. (No queda constancia de que antes siquiera lo intentara).
Rubén Ramos Rojas, presidente de la comisión electoral provincial, quien viste cada vez que la TV le interpela de rojo punzó, anunció este 22 de febrero que “se garantizará el libre acceso de cada uno –también al personal transitorio— a las urnas socialistas” en ese “glorioso día” en que se defiende –y define– el luminoso mañana (¿libre de apagones?).
Así llueva, truene o relampaguee: todo está ya “tirado por la planta”.
De lo cual se desprende que ese domingo habrá sol, sin muchas nubes, y tan seguro y llevadero como suele serlo el desenfocado parte meteorológico del día.
Los hospitales regionales, de cabecera o cola, especializados o no, también permitirán que sus enfermos y trabajadores abnegados – ¿anegados?– puedan votar por los 605 ingredientes que armarán la olla parlamentaria cuando asuma sus gradillas fragorosas en el capitolio nacional.
Para estar ablandados en tiempos duros donde se cuece la nación, y donde flamea el peso raso y deleznado.
La gente sin movilidad propia –o precisamente luciéndola en fuga orquestada y que no ha considerado bien lo serio del asunto–, obtendrá su boleta como sea y ¡a votar temprano! Por todos (o por alguno, pero por favor: ¡no estropeen el documento impreso, que no es gratis!).
Incontables urnas se dispondrán también en cada establecimiento hotelero de los cayos del norte, para que turistas (nacionales, claro) y trabajadores fieles no falten al puesto (de combate) perseverando en él.
Pero las realidades sobre la implementación de políticas erráticas del gobierno dejan rancia estela de estropicios.
Lo que pudo haber sido impunidad del desorden público, debido al relajamiento de la responsabilidad institucional, ha integrado al país a una cultura de la convivencia/conveniencia del ciudadano promedio, convirtiéndole en norma el irrespeto y marginal la educación.
Si algo en estos años ha rendido fruto, se ha debido a la emigración masiva –real o potencial– no al voto.
Lamentablemente fue una correlación anómala, relajada quizá, la que durante años hemos vivido los cubanos a ambos lados del corredor migratorio, cuyos criterios y actos personales en nada incidirán para mejorarnos nada.
El estigma tanto del que huía como la presión sobre la familia que quedaba, lastró generaciones, rompió lealtades, y sentó escaras, tantas como esa inmortal congregación de tiburones establecida en el estrecho de la Florida.
La generalizada idea de que no hay esperanza de bienestar a corto plazo, converge con el deseo de marcharse a cualquier parte, incluso a algunas con situaciones terribles como Haití, pero donde al menos –entienden nuestros “brutos” jóvenes– la oportunidad de fracasar o triunfar está en sus manos, no en las de un sistema fachoso que les repite hornada de urnas desfondadas.
Son tan altas dosis las ingeridas y por repartir del falso entusiasmo, que el compa residente/presidente (compareciente), olvidó añadir que si quienes viajen ese día por –razones que no tengan que ver con indisciplina social o parada militar– el muy guevariano territorio del centro, serán interceptados (a veintiún días exactos de semana santa) por algún improvisado oráculo/receptáculo rodante; chirriando consignas y con una raja en la tapa donde embuchar el papel.
Historias semejantes a los totalitarismos albano o birmano, descritos en amarillentas “Selecciones del Reader’s Digest”.