
LA HABANA, Cuba.- Fue con Alberto Abreu con quien primero conversé después de que Elías Argudín, periodista negro del periódico Tribuna de La Habana, publicara el libelo: ‘Negro, ¿tú eres sueco?’ que, según Víctor Fowler, quedará para vergüenza del periodismo contemporáneo en Cuba.
Alberto se mostró dispuesto desde que lo invité. Pensé en él porque es un inteligente escritor negro, y autor de varios libros de muy reconocida importancia; entre ellos podemos citar: ‘Los juegos de la escritura o (re)escritura de la Historia’, que fuera galardonado con el Premio Casa de las Américas en el año 2007 en el género de ensayo. También es autor de ‘Virgilio Piñera; un hombre y una isla’, distinguido por el Premio Uneac, también de ensayo. Próximamente saldrá de imprenta el tomo: ‘¿Puede ser negra la nación? Literatura, raza y modernidad en la Cuba del XIX’.
Abreu está muy bien enterado de estudios sobre racismo y ha impartido conferencias en varias universidades de los Estados Unidos y también de Latinoamérica. Es el autor del blog ‘Afromodernidades’. Además de escritor y negro, Alberto es homosexual, y quién mejor que este “monstruo de tres cabezas” para hacerme advertencias sobre el racismo que con tanta fuerza persiste en Cuba. Sentados en la sala de mi casa, tomamos un café y conversamos.
Jorge Ángel Pérez (JAP): Ya estamos enterados desde hace mucho tiempo de que no existen espacios oficiales, de esos que ocupan el centro más visible, en los que se pueda denunciar el racismo persistente que existe en la nación cubana. Son únicamente los sitios digitales, tan alejados de esa médula oficial, los que se atreven a enfrentar la intransigencia blanca. Sin embargo, hace unos días apareció en Tribuna de La Habana, el texto: Negro, ¿tú eres sueco?, escrito por un periodista negro. ¿Cómo es posible que este hombre se atreviera a usar una tribuna subordinada a la dirección del Partido Comunista en La Habana para publicar ese libelo vergonzante?
Alberto Abreu (AA): Porque el comentario de Elías Argudín que apareció en Tribuna de la Habana responde a paradigmas y fantasías que durante muchas décadas la oficialidad cubana, desde su blanca hegemonía, nos inculcó sobre los problemas de la identidad racial. Recuerda que, en el caso de Cuba, durante muchísimos años el problema racial ha estado subordinado al discurso político.
Hablar del racismo antinegro cubano implicaba romper un pacto, un consenso político establecido en los años sesenta, cuando se creyó que las leyes promulgadas a favor de la igualdad racial resolverían el problema. Se equivocaron, y lo peor es que todavía hoy, para muchas personas, hablar del racismo es sinónimo de un abierto enfrentamiento al gobierno.
Desde luego, que este secuestro que ha hecho el campo político de la libertad que debían tener los negros de hablar como negros, no es inocente. Este secuestro posibilita muchas manipulaciones y suspicacias políticas, que, lamentablemente, dividen al movimiento y retrasan la lucha y el debate público sobre el racismo en Cuba.
Hay ejemplos muy bochornosos en este sentido, uno de ellos es el que implicó a Roberto Zurbano y al texto que él publicara en The New York Times, en marzo del 2013. Eso prueba que es el poder político quien determina –y legitima– quiénes pueden hablar sobre este tema en Cuba, y quiénes no. De ahí la importancia que tienen las redes sociales y sobre todo los blogs, capaces de diversificar y de impugnar la mirada oficial. Es muy importante renovar y hacer audibles otras voces, hablar sin restricciones, alejados de esos protocolos que impone el discurso oficial.
JAP: Conocemos la reacción que provocó, en ese discurso oficial, la publicación del texto de Roberto Zurbano en The New York Times, y también sabemos de la obediencia que debe la prensa estatal cubana a ese campo político del que hablas. ¿Cómo explicar entonces que este periodista, hombre negro por cierto, se aventurara a escribir un artículo tan racista? ¿Supones que sea, únicamente, una reacción personal y espontánea o es algo más?
AA: Mira, tanto tiempo en esta lucha… además de la extensa bibliografía que ya existe sobre el tema, y las experiencias personales y compartidas con afrocubanos –y afrocubanas– y líderes afrodescendientes de otros países, refinan los sentidos. Uno comprende que las estrategias racistas y homofóbicas, independientemente del país que las produzca, son las mismas. Recuerda esto: “Nadie conoce mejor las armas del dominador que el dominado”. Hay una vieja práctica racista que nació en la colonia y que de una forma u otra sobrevive hasta nuestros días, y es que la mayoría de las veces en las que el poder pretende deshonrar a una persona por negro o negra, busca a otro negro para que lo haga.
JAP: Como los guerrilleros negros de la colonia…
AA: Como los ranchadores y los guerrilleros negros de la colonia. Por eso, más allá de los problemas que apuntan hacia una falla en el autorreconocimiento de la identidad racial de este periodista, producto de una dolorosa y compleja historia, signada por toda una ingeniería social dedicada al blanqueamiento racial del hombre negro, el texto como tal (las estrategias de su puesta en escena y circulación) repite el A B C, cumple con las reglas de este viejo procedimiento colonial y racista.
Es lo que torna más sospechosa la culpabilidad que Elías Argudín asume a título personal. Todos conocemos el control y la censura política que existe sobre los medios en Cuba. ¿Cómo se explica que este escrito haya pasado, así porque sí? ¿Por qué no lo escribió un periodista blanco? Desde luego, no contaban con la reprobación que inmediatamente suscitó este texto en las redes sociales. El hecho de que Argudín se viera obligado a una torpe disculpa pública, y la reunión que posteriormente la Comisión Aponte sostuvo con él y con los redactores de Tribuna de La Habana es un triunfo, y hasta prueba la existencia de una emergente sociedad civil en Cuba, y también que, por mucho que se lo crea, ya el poder no tiene el control ni la administración discursiva de nada.
JAP: Tu alusión a los ranchadores me lleva a pensar en lo que algunos estudiosos de la literatura cubana han visto en ese personaje que trazó Morillas en el ya lejano siglo diecinueve. Esos críticos ven en Páez a un héroe trágico. ¿Tú cómo ves a este periodista? ¿Notas algún parecido entre él y esos guerrilleros negros que exhibió la colonia?
AA: Lo de Morillas no es un acto ingenuo. Toda la llamada literatura antiesclavista cubana, incluido el teatro bufo, está llena de estas contorsiones y travestismo en la representación del sujeto negro y mulato. Responde a esa ingeniería social del racismo cuya matriz, te decía hace unos instantes, surge en la colonia y continuamente se reactualiza.
Pienso en las fantasías nacionalistas de toda esa genealogía de patricios ilustres, fundadores de la nación, cuyo complejo de inferioridad los llevó a imaginar una nación blanca y heterosexual, similar a las naciones de Europa. En sus escritos, por razones no sólo de hegemonía racial, sino también económica y de clase, elaboraron los presupuestos de este miedo al negro. Sobre todo, Francisco de Arango y Parreño, y posteriormente Saco, y también Del Monte.
El terror a una revolución similar a la de Haití los llevó a construir un campo discursivo donde el lugar del sujeto esclavo y afrodescendiente, dentro del proyecto de nación que se gestaba, siempre estuvo asociado a los imaginarios del terror, la catástrofe y lo excrementicio. Recuerda la mansedumbre y fidelidad de Manzano, tan necesitado de corrección, ante su amo Del Monte frente a la actitud de Plácido tan celebrada por nuestra historiografía literaria, el silencio que hace nuestra literatura oficial sobre los poetas esclavos. La manera en que los mambises negros eran representados como violadores de mujeres blancas; salvajes que andaban desnudos y a caballo en medio de la manigua. Recuerda las diferentes razones que llevaron a Céspedes y a la revolución del 68 a posponer la libertad de los esclavos. Piensa en la polémica entre Manuel Sanguily y Juan Gualberto Gómez, y lo ocurrido en 1812 cuando Aponte, y en 1848 cuando la Conspiración de la Escalera, en 1912 cuando la matanza de los independientes de color.
JAP: ¿Y después de 1959?
AA: Hay que recordar cuando acusan a Ediciones El Puente de fomentar un Black Power en Cuba. Siempre que, dentro de la nación cubana, el afrodescendiente intenta hablar desde su cuerpo racialmente diferenciado, surge la misma suspicacia, el mismo reproche de que quiere destruir la unidad de la nación o que es agente subvencionado por la CIA. Históricamente hemos tenido que callar a favor de la unidad de la nación.
JAP: Grandísimo estoicismo
AA: El mayor que pueda imaginarse
JAP: ¿Tú crees en el perdón?
AA: Me cuesta mucho pensar en el perdón, sobre todo porque recuerdo ese conflicto que se ha extendido por más de cinco décadas, ese que se inició en medio de un escenario internacional complejo y de agudas tensiones, de radicalización política e ideológica. En medio de todo eso no creo que la culpa haya estado de una sola parte.
JAP: El gobierno jamás se excusó…
AA: Jamás. Nunca ofrecieron disculpas por la creación de las UMAP, y mucho menos por las depuraciones en las universidades, tampoco por la persecución a homosexuales en los años sesenta y setenta.
Nadie pidió perdón a los miembros del grupo literario El Puente por todos los sufrimientos que les causaron. ¿Conoces de alguna disculpa que le ofrecieran a creadores e intelectuales como Virgilio Piñera o José Lezama Lima, o como a tantos otros que fueron parametrizados? ¿Tienes alguna noticia de que ofrecieran explicaciones, cuando el dólar ya estaba despenalizado, a aquellas personas que cumplieron condena por tenencia de divisas?
JAP: No tengo ninguna noticia de disculpas ofrecidas. Las tempestades que ellos arman jamás vienen seguidas por la calma. Tras la tempestad que provocan estimulan a una más grande. Ahora mismo, cuando debían excusarse por el dislate de Argudín, o quizá hacer silencio, aparece Arthur Gonzáles, un adlátere (feísima palabra) del discurso oficial, con un texto publicado en El Heraldo Cubano, que intenta reivindicar al periodista de Tribuna de La Habana. Ya este hombre hizo de las suyas tras la censura de la puesta que hiciera de ‘El rey se muere’, de Juan Carlos Cremata. Ahora se puso, otra vez, a sacar “trapitos sucios”, y hasta disparata sin ningún pudor. Fíjate si es así, que fue capaz de asegurar que existe una raza china. Y hasta asegura que estos amarillos de Asia no se molestan cuando los llaman chinos… ¿No te da gracia el dislate?
AA: Mira, en el escrito de Arthur González (‘¿Por qué decir negro es racismo?’), su autor recurre a la treta oportunista de siempre: la de sembrar suspicacias políticas para con ellas descalificar a los que en Cuba luchamos contra todo tipo de discriminación, y en particular la del racismo antinegro. Cuando lees su texto, no tienes que ser un Fanon o un Lacan para darte cuenta de que sus argumentos descontextualizados y su aparente ignorancia en lo que viene aconteciendo desde hace años en los planos del debate racial cubano, están movidos por lo que se conoce como “el miedo al negro”.
En el fondo, González termina siendo la viva expresión del individuo que enmascara su racismo detrás de supuestas posiciones de fidelidad a la Revolución. Tanto su oportunismo político como su “aparente” ignorancia histórica pasa por alto los conflictos y el desgarramiento de un grupo racial, que como casi ningún otro, en desmesurada proporción, fue abrupta y criminalmente arrancado de su lugar de origen, dispersado por el mundo y esclavizado. Al tiempo que su memoria colectiva y sus creencias fueron calificadas como algo arcaico, primitivo, que había que borrar y blanquear. Por eso te digo que a esos ‘Arthurs González’ no le hagas ningún caso, y tampoco pretendas dialogar con ellos. A estas altura del partido, con todo lo andado y desandado, como dicen en mi barrio, todos sabemos para lo que están. Su función o encomienda es justamente la de distraernos con cortinas de humo y frenar ese diálogo que anhelas. Su texto sugiere una lectura en reversa: la reacción desatada por el escrito de Tribuna, molestó. Pero como dice Guillén: que se avergüence el amo.